Tribuna:

El nombre de la droga

Cuando -como problema- hablamos de las drogas se nos olvida que todos tomamos drogas, que las farmacias expenden drogas y que la droga ha sido una necesidad histórica del ser humano (véase el reciente y útil libro de Antonio Escohotado Historia de las drogas): la de volvernos mejores. La propia Iglesia habla de la condición caída del hombre, y sabemos que existen estados melancólicos, depresiones, dolor, inadecuación trágica entre la realidad y el deseo. El ser humano aspira a vivir en una condición mejor, en un estado más propio, que su cuerpo -o su alma- no le otorgan. C...

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Cuando -como problema- hablamos de las drogas se nos olvida que todos tomamos drogas, que las farmacias expenden drogas y que la droga ha sido una necesidad histórica del ser humano (véase el reciente y útil libro de Antonio Escohotado Historia de las drogas): la de volvernos mejores. La propia Iglesia habla de la condición caída del hombre, y sabemos que existen estados melancólicos, depresiones, dolor, inadecuación trágica entre la realidad y el deseo. El ser humano aspira a vivir en una condición mejor, en un estado más propio, que su cuerpo -o su alma- no le otorgan. Como la aspiración ideal fracasa dejada a la naturaleza, buscamos alivios o estimulantes: la droga.Ese nombre que oculta en su interior tantos nombres, y consiguientemente tantos problemas, se mueve en tres territorios muy genéricos: sedación, estimulación y visionarismo. No debiéramos hablar del problema de la droga, porque desmenuzando lo que queda detrás del primer espelunco, tras la condena o el miedo, no estamos diciendo nada exacto. ¿No son el café y el alcohol drogas? Hagamos un corto repaso.

Las drogas visionarias o alucinógenas fueron, en su origen, drogas sagradas. Sustancias que ayudaban al iniciado a ponerse en contacto con la divinidad, o a sentir de un modo similar a como la divinidad siente. Son las drogas -opio, peyote, hongos alucinógenos, ácido lisérgico, haxix- que, según el título de Huxley, abren las puertas de la percepción. Son drogas que apartan de la vida, que huyen de la realidad, transformándola mentalmente. Pero ¿hablamos de lo mismo? Fuertes sesiones de peyote -como cuenta Castaneda- pueden llevar al borde de la muerte, o golpear la mente, ladeándola, volviéndola ajena, de modo insalvable. Sin embargo, unos porros de haxix apenas suponen un incentivo, distinto pero equivalente al vino. (Hace muchos años, en un cuarto de estudiante, unos propios fumábamos haxix. Entró el padre del poseedor, casi de golpe, y cuando, manoteando, le dijmos que estábamos probando un tabaco inglés, cerró la puerta con desdeñosa sonrisa: " ¡Pero hombre, si yo estuve mi tiempo en África!". Era militar.) El opio llega a intoxicar, el ácido (LSD) trastorna mentalmente tomado en exceso, es una tromba; pero el haxix (¿y quién no ha probado el haxix?), moderadamente usado, me parece menos problemático que el alcohol. En las drogas hay un problema endógeno y otro exógeno: el miedo al término mismo, las volutas trazadas por la literatura decadente, y la absoluta necesidad de moderación. Los nombres de las drogas -como la química- tienen un aura mágica, demoniaca o atrayente; no se las conoce, se las intuye. Y sin moderación, ¿qué se resiste? Ahora bien, ¿confundiría usted el catador de vinos con un borracho? ¿Al que se toma el whisky confortador de la tarde con el que ha tenido que acudir a Alcohólicos Anónimos? Cierto que el alcohol es el mismo, pero conozco a muchos bebedores -y muchos fumadores de haxix- que nunca han hecho ni se han hecho el menor daño: cuestión de control, cuestión de mesura.

Vendrían después las drogas sedantes -hipnóticos, ansiolíticos-, que me parecen las peores. No son drogas de placer, sino de alivio. Quien las toma es que ya sufre. Nadie se toma un hipnótico para darse marcha. El abuso de hipnóticos y ansiolíticos está en relación con una sociedad castrante y competitiva, donde el mucho esfuerzo genera estrés y la insatisfacción llega a inhibir la función natural del descanso. ¿Cómo prohibir drogas que han pasado al nivel legal de medicinas? ¿Quién negaría a un deprimido una pastilla? El problema de estas drogas es anterior a ellas mismas. Y son, sin embargo, y aun históricamente, las más nuevas. Aunque la mayoría -y sigo desgranando someramente el término droga- entiende que, cuando ésta no es opiáceo, es estimulante. ¿Té, café, alcohol, anfetaminas? Por lo mismo que vivimos una sociedad competitiva, vivimos una sociedad volcada al estimulante. Pero de pronto-esa sociedad se toma pacata, se frena, se amedrenta y nos propone el horizonte de lo light, lo ligero, lo descafeinado. A mí me parece triste, porque todo ello marca un rumbo sin ideales, sin anhelos, sin el punto de riesgo que hace sensible la vida. ¿Por qué es malo estimularse -y no se olvide que he hablado de moderación- y llegar a un punto más feliz en el estar, más alzado, más lúdico y lúcido? ¿Por qué les da miedo a algunos la palabra euforia, que en su étimo griego viene a ser algo así como sentirse a gusto? ¿Por qué la precaución con la alegría? Estoy a favor de los estimulantes -que tantas personas necesitan- y creo que, como las otras drogas, debieran caer en un liberal control de la medicina. ¿También la cocaína? Así lo creo. La coca es hoy una de las drogas euforizantes más habitualmente consumidas, y parecería razonable que, más allá del problema policial, se hiciese un serio y, no pacato estudio de lo que es y ocasiona. Independientemente que la despenalización de la droga acabe con el mercado negro, el hampa y el delito, su control terminaría también con la adulteración y el fraude. Conozco a gentes que han tomado cocaína -sin dejar su trabajo o su actividad- desde hace más de 10 años; por supuesto controlan su uso, pero a ninguno les he notado los efectos que se pronostican y que indudablemente -como el peligro del alcoholno son falsos.

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Aposta he dejado de hablar de la heioína, el caballo del argot, el más fuerte opiáceo. Lo que acabo de afirmar de la coca debo decirlo -estrictamente al contrario- de la heroína; he conocido a muchas personas (y amigos cercanos) a quienes esa droga ha destrozado. La heroína -Eduardo Haro Ibars hablaba de soñar sueños fríos- es una droga (en todo opuesta a la coca) de suicidio y de desesperanza. Si la cocaína -dicenes droga de triunfadores, la heroína lo es de perdedores, de gente que ha desnortado la ruta. Pero si al hablar de seres humanos nunca olvidamos el instinto de conservación, timoratamente, siempre omitimos la pulsión de muerte. Y para muchos -aunque pueda parecernos extraño-, vivir no es atractivo.

¿Qué hacer con las drogas? En primer lugar, abrir claramente el abanico del problema. Cuando hablamos de la droga hablamos de cosas muy distintas y de profundos impulsos humanos: alegría, destrucción, sueño, tranquilidad, dolor. La droga existe y no es moralmente condenable. ¿Despenalizar? Es un inicio de solución. Pero la más inmediata sería controlarla. Ponerla bajo vigilancia médica e imbuir en los médicos una moral no represiva. ¿Excesivo? Y aún más, no tapar ni llevar a la policía el problema. Darle luz pública, hablar de ello -pros y contras-, romper el tabú, crear debate. Evidentemente, las drogas -todas- son un arma de dos filos: mal usadas, dañan y matan. Pero ¿no matan, mal usados, los automóviles? ¿No podemos morir por un hongo alojado en los, se dice, asépticos conductos del aire acondicionado? ¿No es la vida, en casi todas sus manifestaciones, riesgo, y no es dirimir y aceptar ese riesgo una de las características propias del hombre? ¿Que quiere usted una sociedad sin drogas?: propóngase entonces Utopía, porque esa sociedad sin drogas sería una sociedad plenamente feliz, o sea, una sociedad -me temo- muy futura.

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