Editorial:

La represión china

LAS CONDENAS a muerte pronunciadas por un tribunal de Shanghai contra tres trabajadores acusados de haber atacado medios de transporte durante los choques entre los manifestantes en pro de la democracia y el Ejército indican que el Gobierno está dispuesto a llegar a medidas extremas en la represión contra el movimiento estudiantil y democrático. Esa ola de interrogatorios, difusión de mentiras, delaciones, condenas y encarcelamientos constituye la negación más radical de los deseos de modernización que tantas veces fueron proclamados por Deng Xiaoping en los últimos años. Ahora está escribiend...

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LAS CONDENAS a muerte pronunciadas por un tribunal de Shanghai contra tres trabajadores acusados de haber atacado medios de transporte durante los choques entre los manifestantes en pro de la democracia y el Ejército indican que el Gobierno está dispuesto a llegar a medidas extremas en la represión contra el movimiento estudiantil y democrático. Esa ola de interrogatorios, difusión de mentiras, delaciones, condenas y encarcelamientos constituye la negación más radical de los deseos de modernización que tantas veces fueron proclamados por Deng Xiaoping en los últimos años. Ahora está escribiendo una de las páginas más negras de la historia de China, a la vez que provoca la indignación de la opinión pública mundial con su persecución de los culpables de haber manifestado su amor a la libertad.Odiosa en sí, la represión resulta aún más repelente porque recurre a procedimientos que el estalinismo exportó de la URSS a otros países comunistas, de lo que cabe deducir que los elementos conservadores y neoestalinistas han recuperado una posición dominante en la cumbre del Partido Comunista Chino. El primer rasgo estalinista en la actual represión es la invención de un "compló contrarrevolucionario" movido por un "pequeño grupo". Inventar pequeños grupos de enemigos o traidores podía tener eficacia en épocas de oscuridad y silencio, pero hoy, además de aborrecible, es grotesco, cuando el mundo entero ha visto por televisión a millones de chinos aclamando pacíficamente la democracia y encontrando eco incluso entre los soldados.

Los Gobiernos occidentales no pueden parmanecer pasivos ante esta ola represiva y deben rectificar una trayectoria que han seguido en sus relaciones con China. Cuando Pekín tenía una actitud furiosamente antisoviética, EE UU y Occidente en general jugaron la carta china contra Moscú. Ello determinó que se guardase silencio ante las violaciones por parte de Mao de los derechos humanos, mientras lo que ocurría en la URSS era objeto de una crítica mucho más severa. Así nació una actitud de confianza en la reforma china que además abría perspectivas económicas particularmente favorables para Occidente. Los hechos actuales demuestran que esa actitud no estaba justificada. Para defender los derechos humanos hacen falta criterios objetivos, no someterse a las conveniencias políticas. Los Gobiernos europeos deben condenar la represión y adoptar las medidas de presión que puedan contribuir a frenarla. Las quejas chinas alegando "injerencias extranjeras" no son de recibo en un mundo en el que los derechos humanos son parte del derecho internacional.

La alusión del Gobierno chino al "puñado de contrarrevolucionarios" tiende a encubrir un problema de fondo: el de paralizar y eliminar la corriente reformista dentro de la propia dirección de¡ Partido Comunista Chino, y para ello no duda en utilizar a fondo todos los medios a su alcance, y esencialmente la televisión. Se trata de sembrar el miedo, y de que ese miedo haga olvidar lo que fueron de verdad las jornadas de Tiananmen.

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