Desasosiego entre los socialistas franceses

El PS sufre en su propia carne la 'apertura al centro' y la ausencia de un claro heredero de Mitterrand

El socialismo francés se halla inquieto. Hasta el 8 de mayo, día de la reelección de François Mitterrand como presidente, los militantes de todas las tendencias suspiraban por la satisfacción de los pronósticos unánimes de victoria para su dirigente. Desde entonces, el malestar ha prendido en el Partido Socialista (PS), en primer lugar, por su victoria pírrica en las elecciones legislativas, en las que las expectativas de alcanzar una mayoría absoluta -se volvieron decepción con una mayoría relativa y escasa de 276 diputados.

En segundo lugar, el malestar deriva del precio de la victori...

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El socialismo francés se halla inquieto. Hasta el 8 de mayo, día de la reelección de François Mitterrand como presidente, los militantes de todas las tendencias suspiraban por la satisfacción de los pronósticos unánimes de victoria para su dirigente. Desde entonces, el malestar ha prendido en el Partido Socialista (PS), en primer lugar, por su victoria pírrica en las elecciones legislativas, en las que las expectativas de alcanzar una mayoría absoluta -se volvieron decepción con una mayoría relativa y escasa de 276 diputados.

En segundo lugar, el malestar deriva del precio de la victoria de Mitterrand, que es la apertura al centro y los efectos del doloroso puenteo a que se han visto sometidas algunas organizaciones locales, cuyos enemigos electorales se han incorporado al Gobierno de Michel Rocard.El malestar en la base se ha visto acompañado de un fenómeno ampliamente previsible pero no menos inquietante para la cohesión interna del PS. La reelección de Mitterrand ha terminado con la tregua entre jefes y tendencias y ha significado la señal de salida para la próxima carrera presidencial. Hasta el 8 de mayo Mitterrand controlaba perfectamente a su partido, que contaba con su personalidad y su prestigio como máxima baza electoral y política. Ninguno de los barones podía pretender rivalizar con Mitterrand. Ni siquiera Michel Rocard, el eterno candidato frustrado a la presidencia. Tras la reelección del presidente el horizonte ha quedado totalmente subvertido y Mitterrand no aparece ya como el común denominador para el futuro, sino como un mero dato del presente que no condiciona las ambiciones personales de los barones socialistas.

La desaparición de la figura onmipresente de Mitterrand dentro del PS quedó en evidencia en la elección del nuevo secretario general. Laurent Fabius, el alumno preferido de Mitterrand, perdió ante Pierre Mauroy, que recibió el apoyo del secretario general saliente, Lionel Jospin, despegado de las faldas presidenciales e integrado como ministro de Estado en el Gobierno de Michel Rocard. La batalla por el poder dentro del partido se ha producido en el seno de una misma tendencia, la mayoritaria, integrada por mitterrandistas y mauroyistas, en la que empiezan a observarse serias fisuras en las que se dibujan nada menos que tres corrientes distintas, alrededor de tres barones del socialismo: el secretario general y ahora ministro de Estado para la Educación, Lionel Jospin; el nuevo secretario general y ex primer ministro, Pierre Mauroy, y el presidente de la Asamblea Nacional y ex primer ministro, Laurent Fabius.

El hombre fuerte del partido en la nueva situación es Jospin, que cuenta desde el 2 de julio con 10 militantes de su tendencia en el nuevo buró ejecutivo del Partido Socialista sobre 40 puestos entre titulares y suplentes. Jospin, nombrado secretario general en 1981, cuando Mitterrand llegó a la presidencia de la República, se ha ocupado durante estos siete años de guardar el partido, mientras los otros barones se dedicaban a gobernar y a avanzar posiciones en su carrera política. En el segundo septenio de Mitterrand Jospin ha empezado a pasar factura por los servicios prestados: se ha situado en el Gobierno como número dos, detrás del primer ministro Michel Rocard; ha cerrado el paso a su principal e inmediato rival, Laurent Fabius, que ha quedado aparcado en la presidencia de la Asamblea Nacional, y ha conseguido crear, con la llegada de Mauroy a la cabeza del partido, un contrapeso al propio primer ministro.

Nuevas tendencias

Pierre Mauroy ha colocado a cuatro partidarios en la ejecutiva, mientras Fabius ha situado a cinco. La antigua tendencia mitterrandista-mauroyista, mayoritaria en el PS, cuenta así con 19 representantes en la ejecutiva. La otrora izquierdizante tendencia del ministro de Defensa, Jean-Pierre Chévénement, agrupada bajo el nombre de Socialismo y República, cuenta con seis puestos. El disidente de izquierdas de los mitterrandistas Jean Poperen, con dos. Y el primer ministro Michel Rocard, con nueve.

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Las nuevas tendencias que se están perfilando en el seno del Partido Socialista no tienen, por el momento, una definición nítida. Oficialmente, sólo tres tienen carta de naturaleza: la de Mitterrand-Mauroy, la de Rocard y la de Chévénement. En la práctica se dibujan no menos de cinco. Todas ellas se ven sometidas a la deriva hacia el centro y consiguen definirse por el perfil personal de sus dirigentes más que por un programa diferenciado. Los rocardistas componen, tradicionalmente, el ala más moderna y derechizada del socialismo, pero tienen como rivales en un terreno próximo a los fabiusistas, con su proyecto de convertir el PS en una especie de partido demócrata a la norteamericana. La tendencia de Mauroy se diferencia de las anteriores por la tonalidad obrerista de sus discursos y propuestas, mientras la de Chévénement por sus raíces, matizadas por el pragmatismo, en el nacionalismo de izquierdas. La tendencia de Jospin, en cambio, no ofrece todavía unos perfiles claros, aunque no hay dudas sobre la reivindicación de sus orígenes mitterrandistas, en los que rivaliza con Fabius.

El Partido Socialista ha comenzado, pues, a sufrir también los efectos de la apertura al centro propuesta por Mitterrand y ejecutada por Rocard, y de la remodelación del entero mapa político francés, cuya culminación se intuye para el horizonte de 1989. Presionado a la izquierda por el Partido Comunista -que ha conseguido frenar su caída en picado-, sometido al desgaste de la mayoría parlamentaria y centrifugado por la ausencia de un heredero indiscutible de Mitterrand, el socialismo francés entra así en una fase casi tan crítica como la que conmociona a la propia derecha, con la única ventaja de contar con el poder como paliativo para el mal trago.

Una 'cohabitación' amable, pero competitiva

El Partido Socialista ha comenzado a sufrir también los efectos- de la apertura al centro propuesta por Mitterrand y ejecutada por Rocard, y de la remodelación del entero mapa político francés, un proceso cuya culminación se intuye para el horizonte de 1989.Presionado a la izquierda por el Partido Comunista -que ha conseguido frenar su caída en picado-, sometido al desgaste de la mayoría parlamentaria y centrifugado por la ausencia de un heredero indiscutible de Mitterrand, el socialismo francés entra así en una fase casi tan crítica como la que conmociona a la propia derecha, con la única ventaja de contar con el poder como paliativo para el mal trago.

La primera prueba que deberá revelar hacia dónde lleva la deriva socialista la Constituye la propia estabilidad de Michel Rocard y de su Gobierno.

Si el nuevo primer ministro consigue afianzarse en el poder y superar el difícil reto de una apertura al centro a través de una mayoría parlamentaria de signo variable (ora de centro-izquierda, ora de frente socialista-comunista), no parece haber muchas dudas de que es el propio Rocard quien se irça perfilando como el delfín natural de Mitterrand. En caso contrario, la pelota seguirá en el tejado para riesgo de la propia cohesión socialista.

Pero, mientras tanto, las nuevas relaciones de poder en la cumbre del Estado francés empiezan a perfilar un nuevo tipo de cohabitación, protagonizada en esta ocasión entre dos políticos socialistas, Frangois Mitterrand y Michel Rocard.

Una cohabitación amable, si se la compara con el forcejeo que mantuvieron durante casi dos años el presidente Mitterrand y su primer ministro, el conservador Jacques Chirac, pero cohabitación a fin de cuentas entre dos temperamentos políticos distintos que en muchos aspectos rivalizan calladamente por el protagonismo político.

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