Editorial:

Ministros y ministras

LA INCLUSIÓN de dos mujeres en la lista del nuevo Gobierno ha sido aplaudida como una de las notas más novedosas y definitorias de la remodelación ministerial que acaba de realizarse. Sin duda, esa inclusión responde a la proclama de buenas intenciones sobre la igualdad de la mujer que se hizo en el último congreso socialista, pero no es oro todo lo que reluce. Aunque es indiscutible que se ha obtenido una conquista social, no es difícil descubrir rasgos de una mentalidad sexista que sobreviven bajo la cobertura de decisiones inicialmente favorables a la promoción de la mujer en la vida políti...

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LA INCLUSIÓN de dos mujeres en la lista del nuevo Gobierno ha sido aplaudida como una de las notas más novedosas y definitorias de la remodelación ministerial que acaba de realizarse. Sin duda, esa inclusión responde a la proclama de buenas intenciones sobre la igualdad de la mujer que se hizo en el último congreso socialista, pero no es oro todo lo que reluce. Aunque es indiscutible que se ha obtenido una conquista social, no es difícil descubrir rasgos de una mentalidad sexista que sobreviven bajo la cobertura de decisiones inicialmente favorables a la promoción de la mujer en la vida política.El partido socialista decidió en su último congreso una cuota del 25% para las mujeres en todos los órganos de dirección del PSOE. Ha habido y hay discusiones sobre lo adecuado o no del método, pero mientras exista una diferenciación de hecho contra las mujeres como la que padece esta sociedad, la discriminación activa en su favor -siguiendo el ejemplo noruego- parece que puede convertirse en un sistema eficaz. En todo caso es evidente que este porcentaje no se alcanza ni con mucho en el seno del nuevo Gobierno con los nombramientos efectuados. Naturalmente, la cuota no exige una exacta traducción matemática y hay que entenderla más bien como una referencia simbólica y como una provocación para remover la lamentable quietud a que ha estado sometida la situación de la mujer en España. Por eso, el que sólo dos de los 17 ministros con que cuenta el Gobierno, aparte del presidente y del vicepresidente, sean mujeres no es un hecho en sí mismo censurable, aunque sorprenda que sea precisamente la promotora de la cuota la que acepta su no cumplimiento.

Pero la fórmula ideada para que accedan al Gobierno las dos nuevas ministras permite alimentar todas las sospechas sobre el ánimo con que se ha ejecutado en este caso el mandato congresual. Da toda la impresión de que lo que se ha hecho es inventarse dos nuevos ministerios -uno de ellos, formado con retazos de otros- a la medida de las propuestas. Es decir, parece que se hubieran inventado dos ministerios femeninos. Esto es especialmente verdad en el caso del de Asuntos Sociales, con un contenido de competencias bastante difuminado y que parece pretender cierto tipo de división del trabajo entre las mujeres y los hombres, incluso cuando aquéllas acceden al poder. En cuanto a la elevación a rango ministerial de la Oficina del Portavoz, si no responde al deseo de dignificar también a la fémina que ocupa el cargo, necesariamente lo hace a otros motivos tan preocupantes o más: estamos amenazando con configurar una especie de Ministerio de Información, de infausto recuerdo.

La titular del departamento de Asuntos Sociales, que recoge aspectos asistenciales desgajados de otros ministerios (menores, descarriados, instituciones de promoción del joven y de la mujer y minusválidos), ha manifestado que su ministerio intentará ser el de la solidaridad. La experiencia puede ser interesante, pero resultará harto peligrosa si se convierte en una institucion oficial de caridad. Lo ocurrido con el Defensor del Pueblo, transmutado en una especie de tótem quitapenas, puede sucederle a Matilde Fernández si no anda ojo avizor. Pues, en efecto, los asuntos sociales de mayor importancia -el paro, la sanidad, la Seguridad Social y la educación, allá donde se encuentra y origina el mayor número de marginados- no están a su cargo.

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La entrada de las mujeres en el Gobierno socialista se hace, pues, con un pie tembloroso. Pero es de esperar que de la probada capacidad personal y profesional de quienes allegan al cargo se deriven las mejoras necesarias y se disipen las dudas e inconvenientes que la remodelación sugiere a primera vista.

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