Editorial:

El hilo de la conversación

SI DE Euskadi se trata, encontrar razones para el pesimismo es fácil. Más complicado resulta deducir alguna línea de acción que no suponga apostar simplemente porque todo siga igual. Del comunicado en que ETA muestra su impaciencia por la ausencia de respuesta del Gobierno a su anterior mensaje, y en el que advierte que "todos los frentes siguen abiertos", podrían deducirse los más negros presagios. Pero si las amenazas de ETA deben siempre ser tomadas en consideración, no hay motivo para hacer lo mismo con su literatura. Por deleznable que resulte la prosa, siempre será preferible que insulte...

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SI DE Euskadi se trata, encontrar razones para el pesimismo es fácil. Más complicado resulta deducir alguna línea de acción que no suponga apostar simplemente porque todo siga igual. Del comunicado en que ETA muestra su impaciencia por la ausencia de respuesta del Gobierno a su anterior mensaje, y en el que advierte que "todos los frentes siguen abiertos", podrían deducirse los más negros presagios. Pero si las amenazas de ETA deben siempre ser tomadas en consideración, no hay motivo para hacer lo mismo con su literatura. Por deleznable que resulte la prosa, siempre será preferible que insulten a que maten.ETA no ha construido todavía un discurso, pero lo ha empezado a hacer, en medio de contradicciones y perplejidades. Hasta casi ayer mismo, la negociación era considerada únicamente como la forma de demostrar la eficacia de la lucha armada, que habría obligado a los enemigos a sentarse a la mesa. Es decir, a ceder. Ahora de lo que se trata es más bien de obtener un reconocimiento retrospectivo -de la justicia de la causa. En el famoso comunicado de la tregua diflmdido el 28 de enero, tal vez la única frase sincera era aquella en la que prácticamente se suplicaba "el reconocimiento de hecho por parte de los poderes fácticos de la legitimidad de la lucha". O sea, de las atrocidades cometidas en nombre de la causa.

Sobran motivos para la desconfianza del Gobierno. Pero la necesidad de paz debe de ser superior en todo caso a la suspicacia. Es preciso mantener la voluntad negociadora, aunque resulte una apuesta políticamente arriesgada., Durante años, el lenguaje de ETA era tan simple como matar o no matar. El que ahora haya respondido, no con nuevos atentados, sino con advertencias y precisiones, significa algo. El que portavoces de Herri Batasuna respondan a la prudencia del Gobierno con la solicitud de aplicación de medidas legales a algunos presos (Montero), o expresando la comprensión hacia las palabras del portavoz Solana (Idígoras), o hablando de cambios jurídico-políticos que permitan acceder pacíficamente a los objetivos de la afternativa KAS (Esnaola), supone que la dinámica abierta por las expectativas de paz comienza a dar frutos.

La situación de ETA es la del suicida que amaga con tirarse desde la terraza, pero, antes de cumplir su amenaza, comienza a discutir con los bomberos. Si se consigue mantener el hilo del diálogo durante un tiempo suficienta, es probable que se logre hacerle desistir de su propósito de arrojarse al vacío. Para ello es imprescindible que desde la muchedumbre no surjan voces que le inviten a cumplir su amenaza o le ofrezcan una liviana manta para amortiguar el golpe. El pacto suscrito el mes pasado por los partidos vascos significó unificar el libreto del diálogo, renunciando cada cual a gritar por su cuenta.

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Un asunto menor, la invitación del lehendakari a una nueva reunión de los firmantes del pacto, ha estado a punto de dar al traste con lo que se había avanzado durante meses de arduas negociaciones. Quienes han boicoteado la reunión, el PSOE y Eusko Alkartasuna, han demostrado su irresponsabilidad. Es posible que la iniciativa de Ardanza fuera inoportuna. Pero si se reclama del lehendakari un liderazgo, por lo demás imprescindible, lo responsable hubiera sido responder al llamamiento y no lanzarse a esa vergonzosa escalada de descalificaciones cuyo efecto ha sido infinitamente más perverso que el de cualquier reunión. Entre el oportunismo electoral y la voluntad de hacer política hay una sutil frontera que sólo los que tienen visión de futuro saben discernir. Ni Benegas ni Garaikoetxea han sido capaces de hacerlo.

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