Cartas al director

Amistad filosófica

En su carta del pasado 31 de diciembre, el profesor Abellán me ilustra acerca de las excelencias de un concepto incondicionado de la amistad que se halle por encima de las pequeñas miserias de esta vida. Eso está pero que muy bien. En nuestro gremio, sin embargo, es tradición desde Aristóteles preferir ser amigos de la filosofía a serlo de Platón. Naturalmente, ni el señor Abellán es Platón ni yo Aristóteles. Pero la filosofía sigue siendo la filosofía, y atentados contra ella, como en el caso Lledó, la dejan tan maltrecha que es comprensible que uno no consiga reprimir su indignación.C...

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En su carta del pasado 31 de diciembre, el profesor Abellán me ilustra acerca de las excelencias de un concepto incondicionado de la amistad que se halle por encima de las pequeñas miserias de esta vida. Eso está pero que muy bien. En nuestro gremio, sin embargo, es tradición desde Aristóteles preferir ser amigos de la filosofía a serlo de Platón. Naturalmente, ni el señor Abellán es Platón ni yo Aristóteles. Pero la filosofía sigue siendo la filosofía, y atentados contra ella, como en el caso Lledó, la dejan tan maltrecha que es comprensible que uno no consiga reprimir su indignación.Con posterioridad a aquella carta he leído con suma atención el artículo del señor Abellán en EL PAÍS sobre la indignidad de

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las oposiciones, y, por lo pronto, de la que nos ocupa. Su afirmación de que cambió su intención de voto, inicialmente favorable a Emilio Lledó, ante la falta de colaboración del resto del tribunal, y llevado de su reluctancia a darle un "voto testimonial", me deja pensativo. No sé qué tendrá el señor Abellán en contra de los votos testimoniales, pero aquella afirmación contradice lo expresado públicamente por otro miembro del tribunal, en mi presencia y delante de numerosos testigos. Es evidente que alguien miente en este condenado asunto, que cada vez huele peor, y sería interesante saber quién. Pero el famoso "secreto de las deliberaciones" nunca contribuirá a aclararlo. Y, por lo que a mí hace, la pasión detectivesca no es tampoco mi fuerte, de modo que renuncio a seguir hurgando en tanta porquería.

El señor Abellán trata de elevarse sobre esta última engolando la voz e invocando valores académicos tales como el desapasionamiento, la objetividad y la ponderación del juicio. En su ya mencionada carta, me recomienda el cultivo de esos valores académicos. Valores académicos, de acuerdo. ¿Pero de qué academia? Para el señor J. L. García, que supongo un seudónimo del padre López Quintás, pues es autor de una carta cuya argumentación coincide punto por punto con la de un artículo de ese sujeto en otro periódico madrileño, lo que sea la academia parece estar bien claro. Entre las obligaciones de un buen opositor están las de responder respetuosamente a las preguntas del tribunal, agradar a sus integrantes en los ejercicios y no olvidarse de "poner bibliografía" en la memoria de oposiciones. Ni pólizas en la instancia, me imagino.

Pero, en fin, consolémonos con la campanuda invocación que el señor Abellán hace, me hace, del ánimus studiandi. ¿Cómo podría no estar también de acuerdo? Pero depende. Depende de cuál sea el studium o afición de que se trate. Pues, desde luego, no es lo mismo la afición a aprender o a enseñar (studium discendi vel docendi) que la afición al atraco a mano armada (studium extorquendi et expoliandi). Tal y como se están poniendo las cosas en nuestra Universidad, conjeturo que en breve habrá bastante más bibliografía sobre lo segundo que sobre lo primero.- Catedrático de universidad.

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