"He podido hundir mi vida"

María es el nombre imaginario ole una paciente que lleva en tratamiento para dejar el juego cerca de cuatro meses. En el momento de la entrevista lleva una semana seguida sin jugar, "toda una proeza", según sus propias palabras. De 35 años, casada y con una hija de 15, no sabe bien cómo empezó a sentirse enganchada, quizá porque estaba pasando una depresión y el juego era una forma de evadirse. "Por eludir problemas: mientras estoy jugando no pienso", comenta con locuacidad. "Mientras llevaba dinero en el bolso no podía detenerme". Aun así, confiesa que en ocasiones había pedido prestad...

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María es el nombre imaginario ole una paciente que lleva en tratamiento para dejar el juego cerca de cuatro meses. En el momento de la entrevista lleva una semana seguida sin jugar, "toda una proeza", según sus propias palabras. De 35 años, casada y con una hija de 15, no sabe bien cómo empezó a sentirse enganchada, quizá porque estaba pasando una depresión y el juego era una forma de evadirse. "Por eludir problemas: mientras estoy jugando no pienso", comenta con locuacidad. "Mientras llevaba dinero en el bolso no podía detenerme". Aun así, confiesa que en ocasiones había pedido prestado dinero. Los dos últimos años fueron particularmente terribles en lo que a gasto se refiere: "Había días que me gastaba más de 18.000 pesetas, y a veces no sacaba el premio". Reconoce que tenía unos locales fijos donde jugar, que coincidían con sus hábitos sociales: la granja donde desayuna; el bar donde come, cercano a la oficina; el bingo cercario a su casa. Del mismo modo señala una preferencia por las tragaperras, y en concreto por una determinada. La dibuja con todo detalle, y explica en la jerga los códigos y la dinámica del premio: "Es una que tiene una luz arriba y se enciende cuando sacas un Cirsa de 5.000 pesetas". A veces, en un intento desesperado por recuperarse de la mala fortuna en las máquinas, acudía. al bingo. "Pasaba mucha angustia, porque iba a sacar dinero y además perdía"."Llegaba abatida a su casa", cuenta María, "y me ponía a llorar". Al principio lo consideraba un vicio, luego Ia situación se me iba de las manos". Alguien le habló del tratamiento, y así llego al hospital de Bellvitge, al servicio de psiquiatría. "He podido hundir mi vida, esto es una enfermedad".

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