50.000 esperanzas acuden cada sábado a Las Manos

La reapertura parcial de la frontera entre Honduras y Nicaragua reúne a familias rotas por la guerra

El acuerdo Esquipulas 2, firmado el pasado 7 de agosto en Guatemala, ha provocado una intensa actividad política y diplomática en Centroamérica. Más que eso, la esperanza de paz ha movilizado a miles de personas en la región. Más de 4.000 salvadoreños regresan a sus pueblos de origen, después de años en campos de refugiados en Honduras. Entre Nicaragua y Honduras se abrió el puesto fronterizo de Las Manos, que había permanecido clausurado varios años, y unas 50.000 personas de uno y otro lado se encuentran allí ocho horas cada sábado

Desde mediados de septiembre Las Manos se ha converti...

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El acuerdo Esquipulas 2, firmado el pasado 7 de agosto en Guatemala, ha provocado una intensa actividad política y diplomática en Centroamérica. Más que eso, la esperanza de paz ha movilizado a miles de personas en la región. Más de 4.000 salvadoreños regresan a sus pueblos de origen, después de años en campos de refugiados en Honduras. Entre Nicaragua y Honduras se abrió el puesto fronterizo de Las Manos, que había permanecido clausurado varios años, y unas 50.000 personas de uno y otro lado se encuentran allí ocho horas cada sábado

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Desde mediados de septiembre Las Manos se ha convertido en una especie de romería en la que se mezclan contras y sandinistas, buhoneros de toda laya, agentes de uno y otro bando, dos ejércitos regulares, madres que buscan a hijos perdidos desde hace años, y jóvenes nicaragüenses, que aprovechan la ocasión para huir del país, mientras que otros tratan de acogerse a la amnistía y regresar a Nicaragua.Las Manos es un lugar inexistente. Unas casamatas y un rótulo indican la presencia de un puesto fronterizo. Del lado nicaragüense, una pintura que hiere la vista por su fealdad muestra a Sandino; al fundador del Frente Sandinista, Carlos Fonseca, y a un tercero irreconocible, junto al letrero "Sólo la unidad nos hará fuertes y respetados". Del lado hondureño, un letrero dice: "Bienvenidos a Honduras, tierra de paz y libertad".

Desde tres kilómetros antes de llegar al puesto fronterizo se amontonan del lado nicaragüense más de 1.000 vehículos, aparcados por doquier, mientras una riada humana se mueve cargada con toda clase de bultos. Un hondureño regresa a su país con un gallo que había traído para vender, y se lamenta de que los nicas no tienen dinero hondureño, y "en Honduras los córdobas no valen nada. No los quieren en el banco". Entre fritangas y puestos de rosquillas un hombre ofrece a voz en grito pastillas "para la gripe, los huesos y el cerebro", pero exige que le paguen en lempiras, la moneda de Honduras. Arrimado a un coche se encuentra Alfonso, un contratista retirado de 67 años, que vino desde Managua para ver a su hijo, que está con la contra y era oficial de la Guardia Nacional en tiempos de Somoza. Explica que vió a su hijo, que le trajo una caja llena de "confites y un poco de cosas, pero esos señores se lo quitaron". Señala a los soldados sandinistas, y explica: "Yo lo estaba convenciendo para volver. Él me dijo que posiblemente el próximo sábado ya se venía para acá, pero, si yo le cuento esto, cómo va a creer él en eso de la amnistía".

Por los altavoces se lanzan avisos: "Jorgito Márquez, vení, aquí está tu madre esperándote desde hace cinco años". Marco, un agricultor de Quilali (Nicaragua), de 67 años, hizo el viaje en vano. No pudo ver a su hijo, porque, dice, "no le dieron permiso en Honduras".

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Del lado hondureño, grupos de jóvenes reparten propaganda antisandinista y tratan de controlar las conversaciones. Muchos dicen que son hondureños, pero dan la impresión de nicaragüenses que no se atreven a confesar su nacionalidad. Omar Castillo, de 20 años, dice que pertenece al movimiento Juventud Democrática Nicaragüense. El joven declara que vive en un asilo en Honduras. "Estoy exiliado. Anduve con la contra y me siento así, porque estoy contra los intereses de los nueve [comandantes sandinistas] que están en Nicaragua. Pienso regresar, pero cuando mi país sea realmente libre. La amnistía es sólo para los criminales y yo no me siento un criminal". Vino Castillo a ver a sus familiares, pero ellos no acudieron. "Quizá exista una represión y no los han dejado pasar para acá", se consuela. A la objeción de que las carreteras están libres de controles, replica que "eso ellos lo hacen solapado. Volveré a Nicaragua el día que el pueblo exprese libremente sus propios sentimientos y haya una verdadera democracia".

Araceli, una profesora de matemáticas de 22 años ofrece la imagen contraria. Pertenece a la Juventud Sandinista y, hace unas semanas participó en Valencia (España) en un encuentro de las Juventudes Socialistas. Araceli fue a Las Manos, para convencer a un primo suyo que andaba con la contra, de que debería regresar a Nicaragua, "se amnistía hoy y lo venimos a traer, para que se integre al proceso y nos ayude a levantar la revolución que estamos llevando a cabo, que no ande destruyendo lo poco que hemos levantado".

La doble fila del regreso

Los altavoces advierten que el tiempo de encuentro ha terminado. A toda prisa un grupo trata de convencer al joven para que se vaya con ellos a Honduras. Militares de los dos países forman una barrera que cierra la frontera y los más rezagados atraviesan esa doble fila. Unos hacia Honduras y otros hacia Nicaragua. En el puesto de la comisión regional de paz, una anciana registra los datos de su hijo, Ronald Alberto Sánchez, de 36 años, en un formulario con un mensaje: "Yo, tu madre, te he buscado. Si es que te encontrás en algún lugar, favor mandarme alguna noticia a la comisión".

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