Cartas al director

Errática duda

Tras la lectura del último artículo del profesor J. L. L. Aranguren, recordando el aniversario de otro suyo con comentarios sobre el referéndum OTAN, sigo irónícamente perplejo, como entonces ocurriera.Lo que el Gobierno nos pedía entonces venía a ser, creo, una

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confianza desmedida, no en la literalidad de las preguntas, sino en su aplicación posterior, a través de un tronco de decisiones seguramente ya tomadas.

Los esquinados matices de la propaganda parecían querer decirnos que, como asunto inevi...

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Tras la lectura del último artículo del profesor J. L. L. Aranguren, recordando el aniversario de otro suyo con comentarios sobre el referéndum OTAN, sigo irónícamente perplejo, como entonces ocurriera.Lo que el Gobierno nos pedía entonces venía a ser, creo, una

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confianza desmedida, no en la literalidad de las preguntas, sino en su aplicación posterior, a través de un tronco de decisiones seguramente ya tomadas.

Los esquinados matices de la propaganda parecían querer decirnos que, como asunto inevitable, esto era "lo mejor, de todas formas, para todos". Quien aceptara la cuestión en tales términos no debe sentirse, al presente, ni defraudado ni, menos, traicionado. Deberá mantener la confianza otorgada si votó o aceptar el juego si dijo no. Estos resultados, en todo caso, eran fácilmente previsibles a través de unos cuantos indicios que, por pingües, más evidencias eran que otra cosa. Pues, ¿qué puede pensarse de quien, firmemente, defendió la opción en el Parlamento de poder salir de la OTAN por mayoría simple y jugar la banda de las bases USA, y luego pide, no menos firmemente y tras un nocturno lavado de cara, que sea todo un pueblo el que corrobore la decisión por él (o ellos) tomada de meternos en la OTAN (dejarnos caer más bien)?

Salvo alguna errática duda, sigo todavía pensando que lo ético y políticamente honrado habría sido no convocar tan confuso referéndum. Éste se había prometido para salir. Para entrar era superfluo.

Si tan convencido estaba nuestro Gobierno de la bondad de su ineludible decisión, debiera haberse tomado en desnuda soledad, con plena responsabilidad, sin manipuladas complicidades populistas. Ahorrándonos a muchos un desangelado y poco excitante espectáculo ante el que había, por doquier, que cerrar los ojos misericordiosamente.

De equivocarse, el príncipe, no el pueblo. O dimitir, supongo. O dar explicaciones de peso, llenas de responsabilidad, sobre un porvenir incierto para nueltro país. Es posible que todo eso hubiera sido lo diferente.- Julián M. Fuentes.

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