Editorial:

La 'cumbre' de los buenos consejos

EL CONSEJO Europeo se ha reunido en Londres en vísperas de la puesta en marcha, el año próximo, del Acta única, que crea, como nueva rama de la CE, la cooperación europea en materia de política exterior e introduce un nivel superior de supranacionalidad, con la mirada puesta en la meta del gran mercado interior de 1992. Pero todo indica que el Consejo no ha podido plasmar acuerdos importantes ante los cambios que esa meta supone para la política presupuestaria económica de la Comunidad. La solución dilatoria ha sido encargar a Jacques Delors una misión de estudio y preparación de ulteriores m...

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EL CONSEJO Europeo se ha reunido en Londres en vísperas de la puesta en marcha, el año próximo, del Acta única, que crea, como nueva rama de la CE, la cooperación europea en materia de política exterior e introduce un nivel superior de supranacionalidad, con la mirada puesta en la meta del gran mercado interior de 1992. Pero todo indica que el Consejo no ha podido plasmar acuerdos importantes ante los cambios que esa meta supone para la política presupuestaria económica de la Comunidad. La solución dilatoria ha sido encargar a Jacques Delors una misión de estudio y preparación de ulteriores medidas; teniendo en cuenta la personalidad de Delors, quizá era el paso más positivo. En todo caso, cabe resaltar la importancia de la inclusión, gracias a la insistencia del presidente González, del principio de cohesión -parte esencial del Acta única- y de solidaridad entre el Norte y el Sur.En cuanto a los problemas de política internacional, los silencios de Londres subrayan la gran distancia que nos separa de una Europa capaz de definir una política exterior. Si el acuerdo sobre Afganistán es positivo, sorprende el silencio sobre los temas de desarme después de Reikiavik, cuando las reacciones europeas a la última reunión de Reagan y Gorbachov expresaron serias discrepancias, y después del abandono de los SALT II por EE UU, que ha provocado un desacuerdo muy generalizado en las capitales de nuestro continente. Es grave asimismo el silencio sobre Oriente Próximo cuando una iniciativa europea se hace particularmente necesaria, sobre todo después de las reacciones suscitadas en el mundo árabe por la actitud de Reagan en relación con Irán.

Quizá a causa de tantos silencios destaque más la preocupación manifestada por la cumbre de Londres ante los problemas del terrorismo, de la droga y del SIDA, llamando a una mayor colaboración para combatir sus consecuencias.

Al abordar el terrorismo se ha puesto de manifiesto una vez más la dificultad de una verdadera concertación política europea: recordemos que los Gobiernos de la CE han decidido en ocasiones anteriores, bajo la presión de EE UU, que era preciso castigar a Gobiernos calificados como cómplices del terrorismo. La práctica en diversos casos -y no sólo el ya citado de EE UU- ha demostrado que ese criterio de intransigencia queda de hecho vacío de contenido. Al repetir en Londres ahora las frases de siempre, la cumbre demuestra hasta qué punto se halla condicionada cuando se trata de afrontar en común problemas candentes en las diversas capitales europeas. En cuanto a medidas concretas sobre terrorismo, drogas y lucha contra el SIDA, es obvio que serán los ministros de Interior y Sanidad, que celebrarán reuniones en fechas próximas, los que deberán adoptarlas. En todo caso, y en lo que se refiere a las drogas, más que una política represiva contra los drogadictos, como la iniciada en Francia, lo que se necesita en Europa es una política concertada contra el verdadero delito financiero que supone el blanqueo de los ingentes beneficios económicos que se derivan del tráfico internacional de drogas.

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Por otra parte, de la reunión de Londres se transparenta una insistencia política sobre los tres problemas indicados que no parece ideológicamente inocente. No conviene mezclar la necesidad real de medidas operativas eficaces contra el terrorismo, las drogas y el SIDA con la utilización que las corrientes más reaccionarias están haciendo de esos problemas, en EE UU y cada vez más en Europa, para intensificar una campaña moral de exaltación de los valores conservadores más rancios, difundiendo una ideología justificativa de discriminaciones de diverso tipo contra los extranjeros -sobre todo los no europos-, contra los jóvenes en general, contra los homosexuales y contra otros sectores que viven una sexualidad fuera de las normas tradicionales.

En cambio, cuando la protesta estudiantil crece en toda Europa y la necesidad de europeizar ese problema es cada vez más evidente, es significativo que la CE haya abandonado, a causa de la actitud de los Gobiernos de derecha de Francia, Reino Unido y República Federal de Alemania, el plan Erasmo, enfilado a ampliar las posibilidades de intercambios universitarios. Sin duda uno de los avances de mayor trascendencia para dar una base firme a la Europa del futuro.

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