Tribuna:

La cárcel privada

Ohe ído raal o por la radio acaban de decir que en Francia se va a poner en curso un proyecto de privatización de las cárceles. La cosa me ha hecho gracia, no sé por qué, dado que si se pone uno a reflexionar sobre ello no parece un asunto de demasiada risa; pero es que me he imaginado que a partir del momento en que tal cosa llegue a término -y ello no es inverosímil en esta época liberal, en que se van privatizando las empresas públicas en un mundo que por algo se llama librese planteará la posibilidad para los empresarios en ciernes de poner una cárcel como hasta ahora se...

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Ohe ído raal o por la radio acaban de decir que en Francia se va a poner en curso un proyecto de privatización de las cárceles. La cosa me ha hecho gracia, no sé por qué, dado que si se pone uno a reflexionar sobre ello no parece un asunto de demasiada risa; pero es que me he imaginado que a partir del momento en que tal cosa llegue a término -y ello no es inverosímil en esta época liberal, en que se van privatizando las empresas públicas en un mundo que por algo se llama librese planteará la posibilidad para los empresarios en ciernes de poner una cárcel como hasta ahora se ha puesto una mercería o un jardín de infancia, negocio en el que quizá se pueda ver un antecedente más concreto de la nueva y posible empresa. Evidentemente es un buen proyecto, pues ya está bien de que el monopolio del Estado no nos permita a los encarcelables elegir entre distintas ofertas y tengamos que conformarnos con un sistema único que para nada puede beneficiarse de las creaciones propias de la competencia en un sistema de libre mercado. Por lo demás, resultará cada vez más chocante que el Estado, cuya extinción parece, que se va a producir en forma muy diferente a la que soñaron los anarquistas o el Lenin de El Estado y la revolución, conserve este servicio de prisiones mientras ha cedido -habrá cedido en los próximos años en nuestro mundo democrático- servicios tan tradicionalmente suyos como los ferrocarriles o la seguridad social y otros, asunto que quedará simplificado por el hecho de que, afortunadamente, los viejos proyectos socialistas, tan anacrónicos, quedaron frenados por la fuerza de la razón democrática y en muchos de nuestros países nunca se llegó a aberraciones tales como la nacionalización de la banca. Con mucha razón se ríen a este respecto nuestros actuales maestros de liberalismo -muchos de ellos jóvenes o relativamente jóvenes- de aquella estúpida idea de lo que ellos llaman, con mucho gracejo, el papá Estado, en el que el ciudadano-niño apoyaba su holgazanería o su incapacidad, y recuerdan con humor las épocas pretéritas en que los trabajadores se instalaban en sus puestos de trabajo para toda la vida, haciendo caso omiso, desde su vituperable egoísmo, de las dificultades de la empresa que benévolamente los había acogido. Verdaderamente, durante unas décadas de este siglo se ha vivido, por parte de algunas minorías iluminadas, la majadera idea, y el consiguiente proyecto, de un sistema que se dio en llamar el socialismo: proyecto absolutamente ajeno a la condición humana y que sólo ineficiencia y pobreza ha producido en las áreas en las que se puso en práctica en algún momento, por no hablar ahora de la lamentable experiencia de los países soviéticos o sovietizados, en los que la falta de paro y la garantía de la salud y de la educación, así como su gratuidad, no son sino pantallas de un sistema terrorista y liberticida, como todo el mundo sabe, a pesar de que todavía haya algunos grupos de subversivos que someten a oscura crítica las felicidades que no sólo promete, sino que asegura el sistema de libertad de mercado y sus discretos y gentiles administradores trilaterales. Volviendo a lo de la futura libertad de instalaciones penitenciarias, es de recordar que la extinción del Estado a que antes nos referíamos ha de serlo en el buen sentido, o sea, en el de no intervenir en los asuntos que sólo a los particulares corresponde decidir; pero que ello no comporta, claro está, determinados aspectos referentes sobre todo a la seguridad del sistema, aunque los servicios policiacos, judiciales y penitenciarios sean delegados a algunas seguras empresas privadas, con el debido control estatal (control de un Estado a su vez debidamente controlado, claro está, por la empresa privada, a su vez controlada por las grandes superinfraestructuras transnacionales, en cada lugar y circunstancia, no sé si me explico). El Estado se inhibirá hasta desaparecer allí donde su presencia no es necesaria, a ver si nos aclaramos, y conservará su gran porra y sus estupendos archivos contra el imperio de la maleancia, como está mandado. ¿Que los enemigos del sistema -que no será bueno, pero es, como se sabe, el menos malo posible- no se aclaran sobre los beneficios que comporta ser apuñalado, en el metro de Nueva York frente al aburrimiento de asistir a un estúpido concierto de Shostakovich en Moscú? Allá ellos, Dios mío; pero las cosas van por donde van, y estamos, aquí, en el menos malo de los mundos posibles. Y viva lo lúdico, mecachis en diez; y viva también Madrid, que no sólo es mi pueblo, sino el centro de la cultura mundial últimamente, como testimonian muchos e ilustres; observadores durante la última y cuasi gloriosa década, durante la cual aquella amenaza de un Estado muelle, descanso de holgazanes, ha sido por fin convenientemente conjurada. Ahora es por fin seguro que tiene que haber cárceles -frente a aquella triste utopía, una más, de un mundo sin prisiones-, pero ya empieza a estar claro que ha de tratarse de cárceles privada, en las que el preso podrá gozar de las mejores celdas de castigo y de los muros de cemento más aceptables, porque, claro está, la vigilancia de la empresa privada y de la. consecuente competencia nos salvaguardará contra la ini seria de las actuales cárceles trazadas según un sistema monopo lístico de Estado. Estamos por fin en una buena vía; y ya está bien, amigos míos, de que un tra bajador, por el mero hecho de serlo, se reclame como sujeto de un derecho a ser asistido socialmente durante su ancianidad, cuando está tan claro que lo que tiene que hacer es ahorrar una parte de su generoso salario durante el transcurso de su vida. En cuanto al asunto concreto de las cárceles privadas, dados los antecedentes de policías privadas y otros mecanismos del orden ya delegados en la empresa mercantil, no creo que haya problemas ni teóricos ni prácticos que dificulten su instalación en Francia ni en cualquier otra parte del mundo libre. Imagino que la fórmula maestra puede ser aportada por las comunidades religiosas con dilatada experiencia en el campo de la enseñanza, aunque: el debate promete ser complejo y dilatado. Habrá el problema de las instalaciones, de los servicios, de las categorías de reclusión, etcétera, y de las subvenciones del Estado según el carácter religioso o no del régimen a que habrán de ser sometidos los reclusos. " financiación de tales centros privados de reclusión será un problema que quizá se resuelva en los casos de mayor privatización por el pago particular de las estancias de los encarcelados capaces de tan grande dispendio, mientras que los más pobres encarcelados no tendrán otra opción que ingresar en prisiones subvencionadas por el Estado y someterse a su modesto régimen de vida. En fin, etcétera, etcétera, como dice el personaje de una obrilla mía, un tanto abrumado por la realidad de todo, lo que habría que decir. Está muy bien, en fin, la idea de que haya cárceles privadas, como está muy bien que haya televisiones privadas; y quien dijere lo contrario, miente.

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