Tribuna:

Dietócratas

Media nación cumple un severo plan de adelgazamiento mientras que la otra media piensa ponerse a régimen. El resultado no es un país de flacos, sino de pelmazos. Los adelgazantes se han revelado como tipos muy parlanchines. A la menor oportunidad te cuentan entusiasmados sus torturas alimenticias. No sé si esa hazaña diaria contra las calorías, las grasas y el terrón de azúcar tiene su traducción en la balanza, sólo sé que los dietócratas arruinan cualquier conversación con el relato de sus ramadanes. Distraen el hambre pero aburren a las piedras. Sospecho que existe un nexo bioquímico entre l...

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Media nación cumple un severo plan de adelgazamiento mientras que la otra media piensa ponerse a régimen. El resultado no es un país de flacos, sino de pelmazos. Los adelgazantes se han revelado como tipos muy parlanchines. A la menor oportunidad te cuentan entusiasmados sus torturas alimenticias. No sé si esa hazaña diaria contra las calorías, las grasas y el terrón de azúcar tiene su traducción en la balanza, sólo sé que los dietócratas arruinan cualquier conversación con el relato de sus ramadanes. Distraen el hambre pero aburren a las piedras. Sospecho que existe un nexo bioquímico entre la flagelación gastronómica y esta verborragia aguda, sólo comparable a la que padecen los antitabaquistas crónicos. Aunque no descarto la típica reacción freudiana: en sus baberos estaba bordado con primor maternal aquello de "come y calla".Cuando sólo circulaban las dietas de los astronautas, del doctor Atkins y de los pomelos, aún resultaba tolerable la salmodia de los desengrasantes. Ahora es el estruendo. Estamos en plena confusión de las lenguas dietéticas. Cada adelgazador tiene su régimen personal, sus menús mágicos, su fibrillo gastronómico, su genial teoría enflaquecedora. Una mañana oyes maravillas de las sardinas y los huevos, y por la tarde escuchas todo lo contrario. Unos te dicen que nada de desayunos fuertes y otros que eso es lo bueno. Ya no me aclaro si el aceite es tótem o tabú, si la carne roja es mejor o peor que el pescado azul, si los cereales históricos son pecado mortal o venial, si las prohibiciones gastronómicas de la Biblia enflaquecen más que las del Corán. El único idioma común en este nuevo Babel es la sacarina. Un dietócrata, por definición, es un sacarinómano peligroso; alguien siempre provisto de pastillas blancas de Assugrin, Natreen o Hermesetas. La diaria comunión de sacarina es la liturgia que une a las tribus adelgazantes y las distingue del resto de los humanos. Por eso, la noticia del verano es la reciente declaración de mi amigo el profesor Grande Covián: "El terrón de azúcar es inocente". Espero que ese golpe los deje mudos de pasmo durante una temporada.

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