Tribuna:

¿Un verano aburrido?

Leo con reiteración que el actual verano es muy aburrido y la gente vacacional bosteza sin cesar al escuchar las noticias radiofónicas y los telediarios, y también cuando lee los periódicos. Es posible que así sea y que tenga razón mi amigo José María Martín Patino al atribuir el tedio a causas filosóficas, históricas y hasta teológicas en vez de culpar del aburrimiento, a los políticos. Pero por experiencia personal debo confesar que, apenas llegado a mi placentera casona montañosa para descansar unos días -como dicen a menudo quienes no se sabe bien de qué carajo descansan-, tan sólo arribad...

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Leo con reiteración que el actual verano es muy aburrido y la gente vacacional bosteza sin cesar al escuchar las noticias radiofónicas y los telediarios, y también cuando lee los periódicos. Es posible que así sea y que tenga razón mi amigo José María Martín Patino al atribuir el tedio a causas filosóficas, históricas y hasta teológicas en vez de culpar del aburrimiento, a los políticos. Pero por experiencia personal debo confesar que, apenas llegado a mi placentera casona montañosa para descansar unos días -como dicen a menudo quienes no se sabe bien de qué carajo descansan-, tan sólo arribado a Cantabria, decía, una gran noticia ha venido a sacudir mi modorra estival, poniéndome en forma para despertar a la actividad más intensa en lo que me queda de verano, ¡ay!, ya muy poco.Me dicen los periódicos que hace unos años había yo pedido a determinada Banca de Cataluña una altísima cantidad de dinero que me fue, naturalmente, concedida en el acto, y que con ese crédito compré un paquete de acciones de varios bancos y obtuve, con toda seguridad, unos pingües beneficios que nutrieron una caja B. Con esa caja B se realizaron no sé cuántos enjuagues más y se falsearon balances, letras de cambio y otras zarandajas. Yo seguía sin enterarme y actuando como diputado a Cortes, ignorando el protagonismo, financiero que a mis espaldas se estaba fraguando. Mientras tomaba, modestamente, un café entre dos timbrazos de Landelino Lavilla con Víctor Márquez Reviriego y una guapa fotógrafa, mi otro yo -el Dr. Jeckill de Mr. Hyde- apelotonaba, a su manera, cientos, quizá miles, de millones de pesetas en un establecimiento bancario de Barcelona en el que jamás estuve y del que ni siquiera he tenido alguna vez talonario.

No sabía hasta la fecha que yo poseía el raro don de la ubicuidad. Pero recordé que esta admirable facultad parapsicológica ya se utilizó en cierto proceso de beatificación de un eminente banquero y hombre de negocios catalán, también afincado, como yo, en Cantabria. Era aquel empresario persona muy piadosa y hábil para hacer compatible su fervor religioso con una no menos fervorosa afición a ganar dinero. En ocasiones le era imposible asistir a dos consejos de administración en Barcelona y Madrid fijados para el mismo día, pues no existía aún el puente aéreo de nuestra democracia. Hasta que, en cierta ocasión en la que los emolumentos eran muy sustanciosos, apareció y estuvo presente en dos reuniones a la vez, la de Madrid y la de Barcelona, convocadas en la misma fecha y a la misma hora. El caso produjo sensación y, tras su fallecimiento, se abrió una causa de beatificación que tuvo muy en cuenta el milagro de la ubicuidad. Parece que el cardenal que ejercía de abogado del Diablo exclamó: "¡Mamma mia.!", y cobró las dos dietas. Pero existe una versión familiar, menos prosaica y más poética. Dice que mientras aquél se encontraba en Cuba, el rey Alfonso XIII tenía un grave problema y se lamentaba de su ausencia: "Si Comillas estuviera aquí, lo solucionaría". Y en aquel preciso momento entró en la estancia real el personaje deseado.

Desde ahora voy a vigilar cuidadosamente mis apariciones insospechadas en otros lugares. Si soy capaz de obtener 1.000 millones de un banco en el que nunca he puesto los pies, ¿por qué no puedo ser un futbolista famoso traspasable en dólares, o torero de campanillas con romance adjunto, o cantautor de postín, o petrolero jeque árabe con grifos de oro en la bañera, o poeta novísimo, o novelista latinoamericano, o piloto de fórmula uno?

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La ubicuidad es un regalo de los dioses. La personalidad múltiple. Estar o no estar. Mientras me baño en la piscina contemplando los Picos de Europa, le saco a tío David Rockefeller, en Nueva York, la financiación de una planta gigante de microchips en los Monegros. Al final de la jornada, un ordenador gigante de la sexta generación, de padre japonés y madre americana, me traerá a un rincón de Losvia el ticket con el balance de las operaciones realizadas por mis otras personalidades que estoy encarnando sin saberlo.

¿Cómo puedo aburrirme con un panorama semejante? Nunca me he sentido más excitado y ansioso por conocer qué noticia me deparará mañana. ¿Seré millonario? ¿O seré procesado por estafa? ¿Acabaré en el puente romano, o tal vez en un módulo de alta seguridad?

Pero, fuera bromas, quienes utilizaron mi nombre como titular de créditos ficticios no son más que unos simples chorizos que, en mi opinión, debieran estar entre rejas y no peligrosamente sueltos en la calle. No alcanzo a comprender por qué se encarcela a un carterista que roba 500 pesetas y un documento de identidad y, en cambio, se deja en libertad a quienes roban cientos de millones.

Es claro que no voy a interrumpir mis vacaciones por culpa de unos granujas, pero a mi regreso y en mi única personalidad, contactaré con los otros damnificados ejerciendo una acción penal.

Porque, por lo visto, matar guardias o robar cientos de millones sale más barato que tomar dos copas, mear en un alcornoque, fotografiar a un juez o escribir sobre las intimidades de personas que tan sólo permiten que se hable de sus líos si se les paga por ello.

¡Y luego dicen que es un verano aburrido!

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