Editorial:

El 'no' de Dinamarca

EL VOTO del Parlamento danés rechazando las reformas de la Comunidad Europea (CE) aprobadas el mes pasado en Luxemburgo plantea un problema muy serio para la construcción europea. Recordemos de paso que dichas reformas son muy modestas. Tan modestas que, al conocerlas, el Parlamento Europeo se mostró sorprendido de que no recogieran el proyecto perfilado en Milán en el mes de junio de 1985, por iniciativa en particular de Mitterrand y Craxi, tendente a adecuar los órganos y el funcionamiento de la CE a las exigencias de la situación económica y las cuestiones de política internacional q...

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EL VOTO del Parlamento danés rechazando las reformas de la Comunidad Europea (CE) aprobadas el mes pasado en Luxemburgo plantea un problema muy serio para la construcción europea. Recordemos de paso que dichas reformas son muy modestas. Tan modestas que, al conocerlas, el Parlamento Europeo se mostró sorprendido de que no recogieran el proyecto perfilado en Milán en el mes de junio de 1985, por iniciativa en particular de Mitterrand y Craxi, tendente a adecuar los órganos y el funcionamiento de la CE a las exigencias de la situación económica y las cuestiones de política internacional que Europa tiene planteadas. Las reformas de Luxemburgo se limitan a los puntos siguientes: cierta adopción de la supranacionalidad, mediante el restablecimiento de la regla de la mayoría (que figura como tal en el Tratado de Roma, aunque en desuso), para la aprobación de determinadas decisiones y una moderada ampliación de los poderes del Parlamento de Estrasburgo. En el terreno económico, se fija el objetivo de lograr en 1992 un mercado interior único y sin fronteras, aunque sin la extensión del empleo que hoy se hace de la moneda europea.Tales reformas fueron el resultado de negociaciones muy complejas en las que se enfrentaron los partidarios de avanzar decididamente hacia una Comunidad con poderes supranacionales y el grupo compuesto por el Reino Unido, Grecia y Dinamarca, que se resistían a ello. Con toda probabilidad, el debate pendiente ante el Parlamento italiano va a poner de relieve la frustración de sus diputados ante la timidez de estos acuerdos, si bien Italia preferirá aprobarlos con la esperanza de que en otras etapas será posible dotar al Parlamento y a los órganos de la CE de los poderes necesarios para que Europa se convierta en una realidad económica y también política.

Ahora, el Parlamento de Copenhague pone en cuestión el exiguo avance de Luxemburgo, siendo el partido socialdemócrata el determinante de esta actitud. Su oposición la basa tanto en la defensa de una calidad de vida superior en Dinamarca como en el principio, supuestamente intocable, de la soberanía danesa. Ciertamente, amplios sectores daneses se sienten influidos por el parentesco que les une a los otros países escandinavos, con circunstancias diferentes. Suecia no pertenece a la CE ni a la OTAN; Noruega es miembro de la OTAN, pero no de la CE, y en todos se disfrutan muy altos niveles de vida. Dinamarca es el único país de la CE donde, en las últimas elecciones europeas, un llamado Movimiento Popular contra la Comunidad Europea obtuvo más del 20% de los votos y arrastró a un tercio del electorado socialdemócrata. El impacto de este hecho, más la presión de otros partidos socialistas netamente neutralistas, está seguramente en la base de la postura adoptada por la socialdemocracia danesa. Postura mantenida a pesar de las gestiones realizadas por el partido socialdemócrata de la República Federal de Alemania para explicarles la gravedad de sus consecuencias.

En cualquier caso, tal posición sólo puede responder a una estrecha visión electoralista o a una incomprensión de las realidades en las que se mueve el mundo contemporáneo. Rechazar la unidad europea no lleva a proteger la "soberanía danesa", sino que facilita más bien, en último extremo, que se perpetúe un mundo bipolar dominado por las dos superpotencias. El problema de Europa es afirmar su capacidad para ejercer una política propia, lo cual implica necesariamente un Parlamento y unos órganos ejecutivos con determinados niveles de supranacionalidad. Tal es el conflicto que provoca el no de Dinamarca: si no hay voluntad de aceptar una política europea (sacrificando incluso en ciertos casos visiones nacionales), el proyecto de la Comunidad será inviable. Por ello, el problema que está hoy sobre el tapete no es que la Comunidad se ponga a revisar las reformas aprobadas en Luxemburgo, sino en que Dinamarca clarifique su deseo de estar o no en el proyecto de construir una Europa unida. Las declaraciones del ministro de Exteriores de Holanda, Van der Broek, requiriendo implícitamente a la claridad indican el camino acertado. Partiendo de la premisa de que las reformas de Luxemburgo representan el mínimo imprescindible para que la CE pueda seguir adelante, los 11 miembros pueden aprobarlas mientras Dinamarca se decide por una respuesta definitiva. En ese marco, la iniciativa del jefe del Gobierno danés de convocar un referéndum para que todo el pueblo se pronuncie sobre los acuerdos de Luxemburgo es correcta. De esta manera se podrá conocer mejor si la Comunidad puede o no contar con Dinamarca. Probablemente, el referéndum planteará problemas en la política interior de Dinamarca e inevitables retrasos en la aplicación de las reformas decididas, pero, en todo caso, el grueso de la CE debe mostrar que el paso dado en Luxemburgo es irreversible.

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