Tribuna:

Obscenidad

Los aficionados al catolicismo andan descontestos con el último sínodo romano-polaco: por lo visto, se intenta pasar de una Iglesia de la participación y la justicia a una Iglesia del misterio. Justamente lo mismo que ya nos venía ocurriendo aquí con el actual Gobierno, cada vez menos transparente y consecuente, pero cada vez más misterioso. A veces el misterio resulta del contraste entre lo que se calla y lo que se dijo o se dice, como sucede en el caso de la OTAN; en otras, lo misterioso es lo que ocurre allí donde se prefiere no mirar: por ejemplo, la tortura. Pero de cuando en cuando lo mi...

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Los aficionados al catolicismo andan descontestos con el último sínodo romano-polaco: por lo visto, se intenta pasar de una Iglesia de la participación y la justicia a una Iglesia del misterio. Justamente lo mismo que ya nos venía ocurriendo aquí con el actual Gobierno, cada vez menos transparente y consecuente, pero cada vez más misterioso. A veces el misterio resulta del contraste entre lo que se calla y lo que se dijo o se dice, como sucede en el caso de la OTAN; en otras, lo misterioso es lo que ocurre allí donde se prefiere no mirar: por ejemplo, la tortura. Pero de cuando en cuando lo misterioso se hace obsceno, quiérase o no, porque lo tapado y bien tapado pasa a primer plano como evidencia atroz, aunque escamoteada. Es lo que ha ocurrido con la pérdida de Milcel Zabaltza, que no es sencillamente un enojoso contratiempo del que hay que salir como sea, según parecen creer ciertas autoridades, sino un desafío a la ya baja fiabilidad del Ministerio del Interior, un puntapié a todas las personas decentes que luchan por la pacificación legal de Euskalerría y mucho me temo que un asesinato. Recuerda aquellos inexplicables saltos por la ventana de los presos del franquismo, aquellas balas perdidas certeras y por la espalda; recuerda el modo como perdieron, por ejemplo, a Enrique Ruano.Una de dos: o estamos en guerra y todo vale o estamos en un Estado de derecho que afronta con responsabilidad legitimadora la violencia fanática de unos cuantos. En el primer caso, sobra hablas con escándalo de "viles asesinatos", porque por desgracia la única vileza que cabe en las guerras es perderlas. A zarpazo limpio y que gane el peor, pues. Pero si estarnos en el segundo de los supuestos habrá que explicar no sólo la desaparición de Mikel Zabaltza, sino también esas bolsas en las cabezas de los detenidos, esos malos tratos que no pueden ser reconocidos en público por amenaza de otros peores y todo lo demás. Y sobre todo, habrá que revisar la legislación excepcional bajo la que alcanzan curso legal todas estas obscenidades que ya no son misterio más que para quien se obstina en no verlas.

La sentencia condenatoria de los militares argentinos se justifica así: "Puede afirmarse que los comandantes establecieron secretamente un modo criminal de luchar contra el terrorismo". Que se aplique el cuento a quien corresponda. Si la mayoría de los españoles no parece demasiado ilusionada ante la perspectiva de ir a marcar el paso con la OTAN, cabe imaginar lo poco que apetecerá a los vascos convertirse en segunda edición de la Argentina de Videla. De modo que no nos digan de Zabaltza: ha desaparecido, y punto. Pues buen punto será quien así diga: y por más señas, punto filipino, en el sentido policial que don Fernando Marcos le da a la palabra.

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