Tribuna:

Antevísperas electorales

En año de elecciones, ya se sabe, la cosa pública se distorsiona, y se acentúa hasta la caricatura el juego político de listo yo, tonto tú.Así, el PSOE, con su reconocida modestia, declara que en los tres años que lleva en el Gobierno ha hecho nada menos que cinco revoluciones, y Coalición Popular afirma que esto está muy mal, pero que, por fortuna, tiene arreglo siempre que gobiernen ellos.

La verdad, claro está, es que ni por asomo el PSOE es pentarrevolucionario, ni las cosas están tan mal como sostienen los aliancistas, ni lo que no marcha como debiera lo arreglarían ellos a las pri...

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En año de elecciones, ya se sabe, la cosa pública se distorsiona, y se acentúa hasta la caricatura el juego político de listo yo, tonto tú.Así, el PSOE, con su reconocida modestia, declara que en los tres años que lleva en el Gobierno ha hecho nada menos que cinco revoluciones, y Coalición Popular afirma que esto está muy mal, pero que, por fortuna, tiene arreglo siempre que gobiernen ellos.

La verdad, claro está, es que ni por asomo el PSOE es pentarrevolucionario, ni las cosas están tan mal como sostienen los aliancistas, ni lo que no marcha como debiera lo arreglarían ellos a las primeras de cambio.

La realidad es mucho más sencilla. En España está teniendo lugar una revolución política importante que va acompañada de una casi total ausencia de cambios sociales y económicos profundos.

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La revolución política que está haciendo el PSOE -es la única que de veras puede apuntarse en su haber- consiste en consolidar la democracia, evitando en contrapartida suscitar conflictos o problemas graves con ningún sector económico, social, religioso o militar del país. (Aquí habría que hacer la excepción de los sindicatos, pero es que a veces resulta imposible tener a todos contentos.)

Los socialistas -este no remover las aguas, guardando hasta cierto punto la apariencia de un partido de cambio- lo están haciendo bien, aunque eso no justifique que se anoten todos los tantos, ya que los demás pueden alegar sobre el particular merecimientos iguales o mayores. ¿Quién ha contribuido más a robustecer la convivencia pacífica, vamos a ver? ¿Felipe González, olvidándose del socialismo y presidiendo Gobiernos duraderos y moderados? ¿Adolfo Suárez, enterrando el Movimiento y dando los primeros pasos de la democracia, los más difíciles siempre? ¿Manuel Fraga, cerrando con siete llaves su pasado franquista y sin jamás desestabilizar el sistema democrático, pese a su afición a soltar rayos y centellas?

Ese remanso de paz que, pese a la algarabía preelectoral, es hoy el acontecer político, ¿que sería si el PSOE en el poder hubiera nacionalizado dos o tres bancos de los grandes, suprimido el servicio militar, anulado las subvenciones a la escuela privada, abandonado la OTAN, declarado el aborto libre y gratuito, encerrado a una docena de grandes defraudadores fiscales y federalizado el Estado de las autonomías? ¿O si Coalición Popular, en lugar de poner en un libro sus ideas sobre la alternativa democrática que representa, se dedicase a resucitar los diablos del ayer y a decir que esto sólo lo endereza un golpe de Estado?

La coincidencia en la revolución política -pues revolución es, y grande, implantar en la vida pública española hábitos civilizados- es tan grande como la conformidad en no querer modificar los trazos esenciales de nuestra economía y nuestra sociedad.

En tal tesitura, ¿qué va a pasar en los próximos cuatro o cinco años? ¿Variarán algo las cosas después de las elecciones? A mi juicio, sólo caben tres posibilidades.

La primera es que todo siga exactamente igual. El PSOE vuelve a ganar por mayoría absoluta y no modifica en nada, para bien y para mal, su política actual.

La segunda es que los socialistas, con otro cuatrienio por delante, se radicalicen, y tras haber hecho la revolución política aprovechen el rodillo para intentar hacer la revolución económica y social. A decir verdad, tal eventualidad parece harto improbable, casi impensable.

Gobierno de coalición

La tercera posibilidad surgiría si el PSOE no obtuviera mayoría absoluta. Algo que no es imposible, máxime si, con el tan traído y llevado referéndum, el Gobierno recibe un varapalo en todo lo alto. ¿Qué hacer entonces? Un Ejecutivo sin apoyo mayoritario en las Cámaras sería mal asunto. Habría, pues, que coligarse para gobernar y, aunque probablemente cabrían varias combinaciones con arreglo al reparto de escaños, la solución más lógica, si bien se mira, consistiría en un Gobierno PSOE-AP.

Su viabilidad, dejando de lado los actuales y obligados antagonismos verbales -cada vez, además, menos convincentes- entre Gobierno y oposición, y puesto que las diferencias de fondo son pequeñas, sería grande. Sus ventajas, considerables. Se culminaría el magno proceso histórico que en poco tiempo ha llevado a los políticos españoles a considerar al oponente no como un enemigo al que hay que liquidar, sino como una persona digna de todo respeto y muy necesaria. Los adversarios irreconciliables de siempre -la derecha y la izquierda de nuestro país- pasarían a ser aliados para gobernar de consuno.

También habría inconvenientes, naturalmente, aunque menores. Por lo pronto, se confirmaría el aplazamiento sine die de todo cambio profundo en nuestra sociedad. Los grupos desfavorecidos tendrían que aguardar una o dos generaciones a que, resuelta la crisis económica, el propio desarrollo capitalista permita hacer un pastel mayor y dar mejor reparto, dentro de un orden y por sus pasos, claro es. Pero, después de todo, tras tantos siglos, esperar medio más, medio menos, tampoco sería como para poner el grito en el cielo.

El Parlamento perdería la poca gracia que tiene. Más de un comentarista político y algún que otro periódico ya no podrían practicar el sensacionalismo catastrofista y tendrían que empezar a hacer análisis serios, si es que todavía son capaces.

Pero, a cambio, ¡qué ejemplo de mesura daríamos al mundo! En economía, puesto que según nos dicen todo depende de que los empresarios inviertan más, ¡qué impacto psicológico para salir de la crisis!

La izquierda y la derecha, en sus acepciones clásicas, desaparecerían por algún tiempo o para siempre, al menos en sus encarnaciones mayoritarias, pero como tal cosa ya está ocurriendo de todos modos, no sería muy grave.

Sólo resta una duda. Para que la gran coalición pueda ser, habría de confirmarse algo? que nuestra historia reciente -opuesta a la anterior, pero tan paradójica y sorprendente como ella- está revelando. Y es que siendo España, como es, un país económica y socialmente atrasado, las tensiones que antaño afloraban con tanta facilidad parecen haberse diluido, asumidas sin aparentes dificultades por el cuerpo social. ¿Estaremos más avanzados de lo que nos creemos? ¿O bien todo es un letargo pasajero y volverá a resonar por nuestras tierras el grito de rebeldía frente a una sociedad que para muchos sigue siendo muy poco justa?

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