Tribuna:

La moda

Con motivo de una reciente reunión celebrada en Alicante, había pensado exponer a los participantes algunas cuestiones en relación con los factores que se aúnan para permitir el éxito de la moda; no tuve, sin embargo, ocasión de hacerlo. Pero como quiera que la economía española se halla interesada en dicho problema, considero que es justo hacerlo en este rotativo y con la mayor precisión.La moda es uno de los fenómenos sociales más inquietantes. Durante cierto tiempo la opinión general se muestra entusiasmada con algo, lo encuentra bellísimo, extraordinario, imposible de superar; luego, cuand...

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Con motivo de una reciente reunión celebrada en Alicante, había pensado exponer a los participantes algunas cuestiones en relación con los factores que se aúnan para permitir el éxito de la moda; no tuve, sin embargo, ocasión de hacerlo. Pero como quiera que la economía española se halla interesada en dicho problema, considero que es justo hacerlo en este rotativo y con la mayor precisión.La moda es uno de los fenómenos sociales más inquietantes. Durante cierto tiempo la opinión general se muestra entusiasmada con algo, lo encuentra bellísimo, extraordinario, imposible de superar; luego, cuando apenas han pasado unos días, pierde todo su interés por aquello y transfiere su adoración a otra cosa. Lo que antes era magnífico se convierte, sin transición, en feo, molesto e insoportable.

Todo en el mundo, sea lo que sea, concentra el interés colectivo sólo durante un período de tiempo limitado. Incluso los más grandes autores, Goethe o Nietzsche, por ejemplo, pierden actualidad transcurridos unos años. Michael Foucault ha señalado que cada época está dominada por una clase de problemas determinada, por cierto tipo de lenguaje. Después el sistema completo, con sus problemas y soluciones (la epistemología), se desvanece y es sustituido por otro. Hasta hace apenas unos años la cultura dominante era la marxista, y se carecía de voz si no se hablaba su lenguaje. Ahora éste ha decaído, ha perdido actualidad. El paso de una concepción ideológica a otra se produce, no obstante, de forma gradual y a través de conflictos, controversias, crisis. La vieja cultura deja paso a la nueva porque no es capaz de dar respuesta a los problemas que acaban de surgir, y aun así algo de aquélla sobrevive en forma de escuelas o sectas.

En el mundo de la moda, por el contrario, la desaparición de lo viejo es repentina y total; no quedan residuos. Llega el momento, quizá incluso prescrito por un ceremonial, en que se presenta la nueva moda. Y en ese instante, fulminantemente, la anterior se convierte en algo burdo. Es como si se gritara: "¡El rey ha muerto, viva el rey!", pues con este grito la corte, el pueblo, olvidan al viejo soberano y expresan su lealtad al nuevo. El aplauso colectivo da por concluido el pasado y cierra las puertas a la añoranza. El nuevo monarca quiere súbditos alegres, no nostálgicos.

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En la moda todo es frívolo, superficial, como si se tratara de un juego. Y, sin embargo, su condena del pasado es durísima y el fallo se produce sin proceso, sin defensa, sin fundamentación ni posibilidad de apelar. La condena de una ideología tiene el pretexto de la racionalidad, necesita una racionalización, busca una legitimidad. No ocurre así con la de la moda. No hay motivo alguno para que lo nuevo se convierta en un rey preferido al anterior, salvo la decisión colectiva y unánime de que así sea. Lo que en el individuo sería un cambio de humor, un capricho, un gesto de enojo, un olvido, un encogimiento de hombros o una señal de aburrimiento, cuando se transforma en acción colectiva deviene una potencia aniquiladora y un mundo entero se desvanece.

El rechazo es igualmente absoluto por parte del individuo implicado en el proceso, y tiene un carácter total, sin residuos ni compromisos. Cuando pasó la moda de la minifalda las mismas mujeres que sólo un año antes la usaban se horrorizaban ante la idea de que pudiese haber desventuradas capaces de andar por ahí de esa forma, enseñando las piernas de tal modo. Como si ellas no lo hubieran hecho jamás; como si la minifalda, sólo la usaran... las otras. El cambio de la moda supone también una amnesia colectiva.

La capacidad de destronar instantáneamente un gusto y sustituirlo por otro imponiéndolo por simple aclamación es producto de un poder colectivo. En el ejemplo de la muerte del rey y la aclamación del nuevo soberano el poder lo representa la corte, es decir, la nobleza más cercana al trono. También la de la moda está formada por una minoría selecta, distinta en cada caso, pero constituida siempre por quienes pertenecen al ramo. Si se trata de la moda en el vestir, son los empresarios, creadores, compradores, diseñadores, comerciantes, fotógrafos, periodistas especializados.Es esta masa social la que en un momento determinado se rebela como un solo hombre contra el gusto dominante, que ellos mismos habían introducido y ensalzado, y decreta su fin. Otro tanto resulta aplicable a otros campos, desde la literatura al cine pasando por las artes visuales.

La existencia de una moda que afecta a la masa, que llega por capilaridad hasta el último de los consumidores, implica, precisamente por esa razón, una minoría selecta centralizada y un sistema de decisión semiorganizado. La gran moda pertenece al centro, implica un núcleo central, constituye por sí misma una centralización que se autoalimenta. Ésta es la razón por la que en nuestros días la gran mayoría de las modas procede, con notable diferencia, de Estados Unidos, ya que este país constituye el centro económico, político, científico y cultural de todo el Occidente. Somos espectadores de sus películas, de sus programas de televisión; leemos sus libros, estudiamos sus textos, consideramos científico lo que ellos deciden que lo es. Nos convertimos en seguidores de sus modas musicales y sus gustos cinematográficos, compramos los juguetes que lanzan al mercado. Cualquier cosa que aparezca en Estados Unidos llega a nuestros países al cabo de algún tiempo. Existen, sin embargo, áreas en las que el monopolio norteamericano no es absoluto. En algunos sectores bien delimitados otros países pueden desempeñar un papel importante, en una especie de división internacional del trabajo.

Italia se ha encontrado en esta situación en un par de ocasiones. La primera, después de la guerra, hacia mediados de los años sesenta, con el cine. Luego, a fines de la década siguiente, con la moda en el vestir. El fenómeno pudo ocurrir, en ambos casos, gracias a una serie de factores concurrentes, algunos de larga duración, otros ocasionales.

No cabe duda de que Italia tenía ya una tradición cinematográfica, pero el éxito internacional del cine italiano se debió al hecho particularísimo de que, entre todos los países vencidos, Italia era el más inocuo. La Alemania hitleriana o el Japón de los kamikazes no podían producir una imagen del enemigo derrotado que resultase aceptable, comprensible para el vencedor. Italia, sí. El cine italiano de la posguerra es el cine de los vencidos. De los derrotados que muestran su humanidad y que en el fondo son, por tanto, iguales a sus vencedores. A este factor hay que unir la fascinación turística y cultural del país, en especial de Roma, hasta el punto de que la Via Veneto competía con la Sunset Strip de Hollywood en la época de la dolce vita. Se inició luego el declive del cine y el desarrollo de los seriales televisivos, e Italia se vio fuera del mercado.

Tras un decenio de eclipse, el país ha vuelto a la palestra por medio del made in Italy, y en particular gracias a la moda en el vestir. También en este caso se han conjugado numerosos factores, algunos estructurales, históricos; otros, contingentes. Uno de los pertenecientes al primer tipo es la tradición artística y artesanal italiana, jamás desaparecida. Los tejidos italianos eran soberbios ya en los años cincuenta, y su diseño industrial bien conocido. En los años sesenta, con el triunfo del rock, tuvo lugar, sin embargo, un hecho traumático. Italia siempre había sido un país musical, y su musicalidad estaba ligada a la palabra. Todavía a finales del siglo XVIII las óperas se cantaban únicamente en italiano. El advenimiento del rock marca el final del bel canto y la lengua italiana se convierte en un dialecto europeo desprovisto ya de importancia. Este fenómeno se produce de forma paralela con la crisis del cine. Parece como si la creatividad italiana hubiese perdido repentinamente sus principales instrumentos de expresión: verbal, musical y visual. A ello sigue una época de violenta contestación política que desemboca en el terrorismo de las Brigadas Rojas. Y es en este período de frustración y miedo cuando los italianos se comprometen a fondo en desarrollar el made in Italy en aquellos campos donde los sindicatos eran menos prepotentes y paralizantes y el capital extranjero menos necesario: el textil, el del vestido, el de la peletería, sectores todos en los que pueden existir pequeñísimas empresas, casi de ámbito familiar. Supone una suerte de guerra económico-cultural contra las multinacionales, los sindicatos, los partidos de masas, el estatalismo, contra la hegemonía cultural norteamericana.

Para ello es preciso redescubrir las propias tradiciones medievales, artesanales, nuestro tradicional buen gusto por lo bello, por las formas. El eje cultural de las nuevas minorías selectas ha pasado del predominio ético-político a la estética lúdica. La masa crítica, la corte, ha sido constituida sobre todo en Milán, pero concertada con otros centros y ciudades turísticas, como Florencia. Gracias a estos factores la moda italiana ha logrado alcanzar cierto éxito internacional. Considero que sus posibilidades actuales de mantenerse dependen sobre todo de la capacidad para hacer inversiones en el sector, pero también del aprovechamiento del turismo, empleando al país como si de un gran centro comercial se tratara. Nadie, sin embargo, puede saber si todo esto será posible. Combinar los numerosos factores que intervienen en el éxito de un centro de moda es algo que encierra siempre gran dificultad.

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