Tribuna:Memorias de un hijo del siglo

2/Los neoclásicos

La trinidad neoclásica la constituyen don Juan Valera, don José María de Pereda y don Armando Palacio Valdés. Querían seguir haciendo la novela del XIX, pero con acento español, que en Valera es andaluz, en Pereda santanderino y en Palacio Valdés neutro. El neoclasicismo entre dos siglos es la derecha de la derecha, la fuerza vieja de lo nuevo. Quienes matan más neoclásicos, son los anarquistas de provincias, que siempre venían a Madrid con la bomba, en un mercancías, como luego han venido con una gallina ponedora.Los costumbristas de la época, los ilustradores, Méndez Bringa y todo eso, siemp...

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La trinidad neoclásica la constituyen don Juan Valera, don José María de Pereda y don Armando Palacio Valdés. Querían seguir haciendo la novela del XIX, pero con acento español, que en Valera es andaluz, en Pereda santanderino y en Palacio Valdés neutro. El neoclasicismo entre dos siglos es la derecha de la derecha, la fuerza vieja de lo nuevo. Quienes matan más neoclásicos, son los anarquistas de provincias, que siempre venían a Madrid con la bomba, en un mercancías, como luego han venido con una gallina ponedora.Los costumbristas de la época, los ilustradores, Méndez Bringa y todo eso, siempre pintaban un rústico con una gallina, pero nunca pintaron un rústico con una bomba, de modo que esos dibujos hubo que hacerlos después, con cierto diseño policial. Ligar con una neoclásica era condenarse a castración. Entre las neoclásicas, sólo nos salió un poco quedona Pepita Jiménez, que tuvo rollo, me parece, con un cura. Esto de tener rollo con un cura les parecía lo máximo a los novelistas laicos de la época, con lo que estaban probando su profundo respeto por los curas. De don Juan Valera decían los críticos que era un fino y agudo observador de la realidad, pero lo decían porque estaba ciego. Jamás habrían hecho tal elogio a un escritor vidente y evidente. Siguen lo mismo. Don Juan Valera sabía griego, latín y andaluz, con lo que pasaba por un verdadero polígrafo. Cuando iba a verle Cansinos Assens con sus bohemiazos, ya temía que el judeomarxismo hubiese entrado en casa, pero luego presumía de esas visitas, limpiándose innecesariamente sus quevedos de ciego. Don Juan Valera se creía un estilista porque redactaba bien, correctamente, cosa que les sigue ocurriendo a los más cultos escritores de hoy cuando confunden redactar con escribir, que es otra cosa. Quizá escribir sea todo lo contrario de redactar. Pero las señoritas de Valera no subían nunca a la casa de don Juan, tan pesadota de libros, y andaban por la Puerta del Sol enganchándose los flecos del mantón en los botones de un organillero (los organilleros, entonces, llevaban mucha botonadura), porque eso se consideraba enredo del destino y lío seguro. Pepita Jiménez no era más que una provinciana andaluza, un machihembrado de latín y griego, con un geranio en el moño.

Las neoclásicas, sí, eran unas estrechas. El neoclasicismo fue la última coartada del quietismo nacional: que no se mueva un duro, que no cambie de manos, y que no se mueva una señorita, no sea que descubra el meneo. Del clasicismo, que fue una orgía, habían tomado lo más académico en las Letras y el Arte, que era el neo. 0 sea la escayola. La que no se construía por dentro de escayola, era una largartona o una perdis, según el cheli de la época, que cada época ha tenido el suyo.

Don José María de Pereda santanderino (Santander es "la ciudad/paseo", paseo de Pereda naturalmente), según greguería de mi muerto/vivo, tan entrañable, Enrique Azcoaga: te amo Enrique, muerto. Pereda llena de Sotileza los calendarios del siglo naciente y luego se va peñas arriba, por la tierruca, en un alpinismo moral que tiene poco que ver con el de don Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre que ésos se quitaban la camisa y el chaleco en las cumbres, haciendo un strip/tease para Dios provocándole, negándole, afirmándole. Pereda, en sus novelas, crea una española de derechas, con el alma santanderina, cuyo primer desmentido ha sido Juby Bustamente. Aquellas españolas de Pereda fueron madrinas de guerra, enfermeras de sangre, siempre en los bandos nacionales, y hoy son un colectivo anti/ LODE y antiaborto que responde al nombre genérico y abstracto de Carmen Alvear.

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La Restauración/Regencia, denunciada por Ortega, es un movimiento inmóvil, un democratismo conservador y una relación sadicoanal entre Cánovas y Sagasta. Cánovas encuentra su deuteragonista de teatro en Sagasta. Entre ambos inventan el movimiento inmóvil o la España que no cambia. El movimiento inmóvil es una cosa de tanto mérito como el movinúento continuo, sólo que a la viceversa. Inventan la democracia inmóvil, que el inmovilismo es la tentación última y secreta de toda democracia, o sea el presidencialismo altemado (véase USA, donde ambos partidos contendientes sólo se diferencian en los pictogramas). La relación sadicoanal entre Cánovas y Sagasta se mueve a nivel de. Naturalmente. A nivel psicológico, o sea. Sagasta sabe que tiene que ser violado políticamente, electoralmente, por Cánovas, cuantas veces haga falta. Se inventaron el MaratlSade muchos años antes que los Peter (Weiss/Brook). Entonces es cuando don Armando Palacio Valdés, ya en su extremada vejez, decide dar la vuelta a su dormitorio en ochenta minutos y silla de ruedas, silla que algunas tardes empuja César González-Ruano, en una devoción incoherente por el novelista pequeñocatólico.

La máxima creación de Palacio Valdés, aunque no la más famosa, es Marta y María, la novela de dos hermanas que parabolizan,a la española/española, con su tipo de manola, y a la perfecta casada de Fray Luis, con la pierna quebrada, más el Evangelio. Lo que pasa es que, en los tiempos de Palacio Valdés, Marta era una progre que se flipaba con hachís y rosolíes, y se iba de sarao con los modernistas. Toda una pájara. María, en casa, hacía empanadillas esperando que el novio sacase las oposiciones.

Las dos estaban muy buenas según las describe honestamente don Armando, presentándonos a una de ellas con los brazos desnudos metidos en harina, panificando, pero Marta, ya digo, tiraba a modernista, o sea a "musa de carne y hueso", que eran las de Rubén, mientras que María tenía como una fijación con las empanadillas y las oposiciones de su novio.

Hay que pensar que todas las españolas de entonces se divi dían, evangélicamente, en Mar tas y Marías, en hogareñas y bo quitas pintadas (el modelo a realizar era Cleo de Merode), en hacendosas y cabecitas locas, en salidas y corazones solitarios. Se peinaban en bandós y se ponían una tira por la frente. Era aquello un neoclasicismo de La Ilustración Española y Americana.

Aunque, en esta serie y en todas, tienda uno a evitar el corolario sociológico tanto como la bastardilla moral, lo cierto es que la evidencia se impone: toda generación se parte en dos: Modernismo y 98, neoclásicas y liberadas (que acababan en los cafés de camareras), acratillas de Malasaña y estrechas/estrictas de Fuerza Nueva (es la misma raíz etimológica). Esto se ve más en las mujeres, porque las mujeres enseñan siempre más, etimológicamente. El neoclasicismo fue la última coartada ético/estética de la española para permanecer estrecha. No les importaba que el clasicismo hubiese sido la orgía perpetua, que diría Hemingway, entre otras cosas porque lo ignoraban. Creían que la decencia era de escayola y la indecencia de mierda. Optaron, naturalmente, por la escayola, fría y triste. Valera, con su autoridad literaria y su don de lenguas, era el único que ponía un poco de malicia en sus vidas.

-¿Qué estas leyendo, hija?

-Pepita Jiménez, papá.

-Eso es sicalipsis y volterianismo.

-Pero don Juan es un gran polígrafo, papá. Lo dicen Los Lunes del Imparcial.

-Un viejo verde es lo que es. Quema eso y coge el Año Cristiano de tu santa madre.

Así es como educaron a nuestras abuelas. La mía no me dejó nada de Valera (afortunadamente), pero me dejó un Año Cristiano completo y comido por ese bicho que se come los libros, donde aprendí castellano del XVIII, leyéndolo todas las noches, y que traía, entre otras, las vidas de los niños San Wenceslao y San Boleslao, llamitas de fuego cristiano en algún país helado y nórdico. Subieron al cielo en trineo.

0 la vida del Estilita, que estaba siempre de pie en su columna, como Cea Bermúdez en el cruce de Bravo Muríllo, pero con gusanos. Cuando un gusanito se iba a caer de la llaga, el Estilita lo cogía delicadamante y lo volvía a meter en la orgía de sangre. Ganaron el cielo gracias a un misticismo de hoja de lechuga.

Pero vino el volteriano Flaubert y lo dijo:

-Por entonces, el solitario desierto estaba populoso de anacoretas.

Los anacoretas habían sido los vips de los primeros siglos cristianos. Los neoclásicos fueron los últimos. Estéticamente nefandos en Europa, en España constituyeron una moral, porque aquí de todo se saca una moral, por reprimir al personal reciente, y esa religión tuvo su correspondiente Trinidad: Valera, Pereda, Palacio Valdés. Las señoritas de Valera se dejaban amachambrar un poco. Las de Pereda eran más decentes y santanderinas. Las de Palacio Valdés eran parabólicas y evangélicas. El neoclasicismo fue una de tantas formas como ha ido tomando el inmanentismo en España. Los neoclasicistas no sabían que los clásicos fueron mucho más golfos. Pero todo el inundo se hizo un pequeño Partenón para veranear en Cercedilla.

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