Editorial:

La victoria del pentapartido

LOS RESULTADOS de las elecciones italianas de los últimos años han reflejado una gran estabilidad porcentual. En un clima político muchas veces confuso y agitado, las urnas han mostrado a lo largo de los últimos años una clara tendencia al continuismo. Por eso oscilaciones de un 2% o un 3%. son allí acontecimientos de trascendencia política. En vísperas de las elecciones del pasado domingo, parecía que la existencia del Gobierno de coalición, formado por cinco partidos (prácticamente todo el arco constitucional, menos los comunistas) y encabezado por el socialista Bettino Craxi, se ponía en en...

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LOS RESULTADOS de las elecciones italianas de los últimos años han reflejado una gran estabilidad porcentual. En un clima político muchas veces confuso y agitado, las urnas han mostrado a lo largo de los últimos años una clara tendencia al continuismo. Por eso oscilaciones de un 2% o un 3%. son allí acontecimientos de trascendencia política. En vísperas de las elecciones del pasado domingo, parecía que la existencia del Gobierno de coalición, formado por cinco partidos (prácticamente todo el arco constitucional, menos los comunistas) y encabezado por el socialista Bettino Craxi, se ponía en entredicho. La primavera pasada, en las elecciones al Parlamento Europeo, celebradas poco después de la muerte de Enrico Berlinguer, el Partido Comunista Italiano (PCI) superó a la Democracia Cristiana (DC) y se convirtió, por primera vez en la historia de Italia, en el partido más votado. En estas elecciones, la cuestión a la que tenía que responder el electorado era la de si confirmaba ese sorpasso a la DC, por lo que esta consulta para cubrir los órganos regionales, provinciales y municipales se convertía en una cuestión política de primera ' línea.El actual secretario general del PCI, Alessandro Natta, contribuyó a caldear el ambiente anunciando que harían valer su derecho democrático a participar en el Gobierno, o al menos a intentarlo, si los comunistas conseguían de nuevo la mayoría relativa. El socialista Bettino Craxi, actual primer ministro itafiano, declaró, por su parte, que él se vería obligado a sacar consecuencias de largo alcance si los partidos gubernamentales sufrían una derrota. Y desde fuera de la arena política italiana, aunque irrumpiendo en ella en una actitud de regreso global a costumbres de épocas pasadas, el Papa se lanzó con escaso disimulo a la batalla electoral partidista con la consigna de una "necesaria unidad del voto católico", la forma más directa de pedir el voto para la DC sin nombrarla.

Luego, el sorpasso no se ha producido. Los votos del PCI han disníínuido en un 2,8%. si se comparan con los de las elecciones locales de 1979, pero en más del 5% en relación con las europeas de 1984. La DC retorna a su puesto de primer partido, aunque perdiendo votos respecto a 1979. Los socialistas han obtenido un avance moderado, lo que significa un éxito sustancial para la política de Craxi después de dos años y medio de estar al frente del Gabinete de coalición. En definitiva, el Gobierno pentapartido sale fortalecido de la prueba electoral.

Sin embargo, sería poco realista exagerar el retroceso del PCI. El fenómeno comunista es muy distinto en Italia de lo que ocurre en otros países europeos. Por no hablar del caso español, en Francia, donde el partido comunista tuvo en otras épocas el apoyo del 25%. del electorado, su descenso ha sido rapidísimo. Pero conti nuar en Italia con un porcentaje electoral estable en tor no al 30% indica una presencia importante en la vida social y cultural. Lo que le ha hecho más daño al PCI ha sido precisamente haber seguido el juego al sorpasso, es trategia que ha generado primero una movilización ge neralizada en su contra y luego el alejamiento de los so cialistas en todas las esferas de la vida local en las que es posible hacer un frente común opuesto a los comunistas.

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Los efectos concretos de las elecciones se reflejarán ahora, sobre todo, en los planos regional, provincial y municipal. Una de las tradiciones políticas más específicas de Italia, elaborada a lo largo de una práctica de muchos años, consiste en un curioso reparto de papeles y, en cierto modo, de poderes. El peso institucional del PCI se expresa en un cargo estatal de alta categoría parlamentaria: la presidencia del Congreso, ostentada por Nilde Jotti, la viuda de Togliatti, como compensación por tener a este partido alejado de todas las combinaciones multipartidistas ensayadas para formar Gobierno. Pero su poder real ha residido hasta ahora en su supremacía en las administraciones regionales y locales, incluyendo en ello la alcaldía de no pocas de las principales ciudades de Italia, comprendida Roma desde hace 10 años. Con la nueva estrategia socialista y su tendencia a pactar con los demás partidos, rompiendo las coaliciones de la izquierda, el PCI ha empezado a ceder su propio terreno. Y se abre una nueva dinámica. Al perder el PCI el primer puesto en la municipalidad de Roma, será el candidato de la Democracia Cristiana, miembro del Opus De¡ y persona protegida directamente por Juan Pablo II, quien ocupe la alcaldía. La política italiana entra en una etapa compleja en la que una serie de gobiernos regionales y de alcaldías de grandes ciudades pueden ser puntos de fijación de serios conflictos. No sólo por el pase de los comunistas a la oposición, sino porque el partido socialista tendrá necesidad de evitar, tanto por problemas internos como por su imagen ante el,país, unas actitudes que le presenten como el artífice de una evolución excesiva hacia la derecha que contribuya a devolver poco a poco a la DIC su viejo monopolio político.

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