Tribuna:

Utopía y acomodación

Hace pocos días, al revisar unos materiales de archivo del movimiento comunista español topé con un curioso fólletito que contenía el programa del PCE en los años cincuenta. Para escapar a la censura franquista llevaba la cubierta de una novena con imagen de Virgen, una cierta Nuestra Señora del Sagrado Corazón, al parecer "abogada de las causas difíciles y desesperadas". Tal vez conviniera reeditarlo hoy, a ver si produce benéficos efectos frente al cerco que, cada uno a su modo, estrechan los viejos dirigentes, entonando uno un incomprensible "¡La maté porque era mía!", con coros de hoces y ...

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Hace pocos días, al revisar unos materiales de archivo del movimiento comunista español topé con un curioso fólletito que contenía el programa del PCE en los años cincuenta. Para escapar a la censura franquista llevaba la cubierta de una novena con imagen de Virgen, una cierta Nuestra Señora del Sagrado Corazón, al parecer "abogada de las causas difíciles y desesperadas". Tal vez conviniera reeditarlo hoy, a ver si produce benéficos efectos frente al cerco que, cada uno a su modo, estrechan los viejos dirigentes, entonando uno un incomprensible "¡La maté porque era mía!", con coros de hoces y martillos, mientras otros protagonizan la noche de los muertos vivientes del prosovietismo. Una ceremonia bastante confusa donde sólo aparece con nitidez el probable resultado: la anulación definitiva de la que fuera principal fuerza política de oposición bajo el franquismo.No es, por lo demás, un fenómeno exclusivamente español. También les va a hacer falta Nuestra Señora del Sagrado Corazón a los comunistas franceses después del último congreso de su partido. Tras unirse con los socialistas, separarse de ellos, volverse a unir precariamente en el Gobierno y salir de éste, Georges Marcháis acaba de descubrir que él y sus compañeros de dirección eran los únicos revolucionarios consecuentes. Y que lo que hay que hacer es desechar el pragmatismo de la política de alianzas para recrearse en el paraíso proletario del frente único por la base. Ante la crisis global y profunda del capitalismo (menos mal que no dicen definitiva), resultaría precise, recomponer desde abajo las fuerzas en torno al partido-vanguardia. Y hacia el interior del partido, a cerrar filas. En definitiva, lo mismo que sueñan las añejas vestales del centralismo democrático en el PCE: meterse en el túnel del tiempo y volver a las masas. Es decir, encerrarse en un gueto cada vez más estrecho y renunciar a la complejidad de lo real, a cualquier política de transformación efectiva de sus sociedades.

En tales circunstancias, el Partido Comunista Italiano hace figura de excepción cuando debiera servir de regla.' Porque no es sólo que la evolución de las sociedades eurooccidentales haya hecho difícil la adaptación de unos partidos comunistas nacidos para la revolución y hoy inevitablemente arrastrados a la reforma. Es el instrumento lo que no sirve, según prueba a contrario la experiencia italiana del partido de nuevo tipo. No se puede hacer eurocomunismo con el partido de siempre, según querían Marcháis y Carrillo. Y hay que congratularse de ello. Porque en ambos casos, como en el de su modelo estalinista, la democracia acabaría careciendo de sentido, del mismo modo que no lo tiene en cuanto al funcionamiento interno del partido.

¿Callejón sin salida?

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Por lo demás, las notas anteriores serían puramente arqueológicas en otra situación que no fuera la actual. Unas siglas son lo de menos si existen fuerzas políticas y sociales capaces de sustentar una política transformadora. Éste es aquí, como en Francia, el problema. Contra lo que piensan los optimistas teóricos del PC francés, no nos encontramos ante una crisis del capitalismo, sino en una crisis de reestructuración de la economía mundial bajo control capitalista. Las cosas no operan como en los años treinta. Y la solución no reside en Keynes; bien al contrario, el Estado asistencial deviene chivo expiatorio, blanco de un neoliberalismo hegemónico. No es extraño que el proceso aboque a un desmantelamiento progresivo o, como mínimo, a graves dificultades para las estrategias tradicionales de la izquierda.

Cabe entonces el ajuste. Como diría Gracián, no es la utopía para tiempos de tanta malicia. Urge entonces una moral de acomodación, algo a lo que los intelectuales suelen prestarse de buen grado. Y que, en sentido global, encarna a la perfección nuestra política gubernamental, tratando de conseguir a toda costa una integración subalterna en ese orden occidental controlado por Estados Unidos. Es una apuesta que tiene la ventaja de nadar a favor de corriente, aunque suponga el precio de eliminar toda expectativa de las reformas estructurales, de mantener el coste de la crisis sobre las capas populares y de subordinar la política exterior al sistema de intereses militares del gran aliado, con los riesgos consiguientes.

El resultado no es sólo una drástica limitación del reformismo inicialmente dibujado, sino la conformación de un estilo de Gobierno que incluso cuando desenvuelve contenidos racionalizadores, como en la política de enseñanza o científica, renuncia al cauce participativo, de vertebración de la sociedad civil. Y, lógicamente, cuando se llega al terreno de la inversión de las promesas, en política informativa o de relaciones exteriores, el imperio de la manipulación y el dirigismo se hacen absolutos. Así, en la eterna cuestión del día, Pasa a la página 10 Viene de la página 9 el tema OTAN, donde han tenido que devolvernos a la realidad los espías norteamericanos y, sobre todo, el proyecto de nuclearización unilateral, para cortar la campaña de imagen ya iniciada con las declaraciones sobre el corazón y la cabeza del presidente, o las encuestas en que al parecer todos estamos de acuerdo con el procedimiento seguido por el Gobierno. Premisas del convencimiento final.

Abramos aquí un paréntesis. Recordemos que aun cuando el sistema democrático constituye la condición sine qua non de la libertad, determinadas variantes de democracia, como la norteamericana, pueden generar formas de control político y social, en otros términos de represión, escasamente deseables. Y la prioridad absoluta de la política de imagen en el actual Gobierno, orientada al fin exclusivo de consolidar su poder, no está exenta de ese riesgo. Si no era bueno el enjambre de asesores inútiles de los Gobiernos anteriores al cambio, tampoco resulta positiva la intervención de una pléyade de asesores y blanqueadores de imagen muy activos -empezando por TVE-, empleados en ajustar los mecanismos de acomodación. El despilfarro que tan brillantemente denunciara en estas mismas páginas Sánchez Ferlosio respecto a la política cultural, ni es ingenuo ni deja de ser rentable. No parece tampoco casual que las revistas teóricas del ámbito socialista hayan ido perdiendo su tradicional carácter fluido, aun contestatario, para sumarse a dicha tarea (incluso con el toque mexicano de la proliferación de anuncios de empresas públicas, sin que falten los encargados por algunas tan prósperas como Renfe).

Sin haber respondido a las expectativas de cambio, el Gobierno pide seguimiento, ajuste, adecuación. Pero, ¿por qué no buscar algo diferente, enlazando incluso con la ventana a las reformas que parecía abrir el programa electoral de 1982?

Una utopía reformadora

Aquí y ahora, éste me parece el sentido de la utopía: ser capaces de pensar más allá de la aparente inexorabilidad de la coyuntura actual. No se trata de imaginar mundos nuevos, sino simplemente de reconocer lo contrario, que por la vía de la miseria generalizada del Tercer Mundo o por la de la guerra, la gestión capitalista de la crisis puede abocar a la destrucción de la humanidad. Y por lo que toca a España, que la aceptación de un papel subalterno en ese ordenamiento significa asumir riesgos innecesarios y destruir toda expectativa de hegemonía para las capas populares. La distribución del poder en nuestra sociedad debe ser transformada, tanto en lo que toca a su reparto interior, como en las relaciones, de dependencia ante nuestros, más que aliados, tutores. Sin demagogia y con realismo: asumiendo que, posiblemente, y por ahora, sea forzoso conservar el statu quo de las bases norteamericanas, lo que evidentemente no supone refrendarlas con el voto popular. Asumiendo también que sólo caben posiciones reformadoras, lo que tampoco equivale a dar por bueno el reformismo sin reformas. Defendiendo todos y cada uno de los casos en que tienen lugar abusos de poder, en la manipulación de la político. informativa, en el terreno de los derechos civiles o en la extensión de las clientelas gubernamentales. Y, en definitiva, planteándose a fondo el tema de configurar una alternativa política de izquierda. No se trata, creo, de grandes palabras., de lucha por el socialismo o cosa parecida. Tal como están las cosas, el fin último de la utopía consiste en mantener un grado razonable de libertad.

Pero la política no se hace sólo con ideas. Ni siquiera con espacios políticos dejados en blanco por los demás. De ahí que la supervivencia del cercado partido comunista en la crisis actual, si es capaz de dejar de una vez el gastado plumaje, resulte imprescindible. Por la simple razón de que no es posible construir sobre la nada. Sin olvidar el ejemplo del PCI, prueba de la vigencia del comunismo democrático. Siempre, claro, que impulse una política abierta a la transformación de la izquierda y no pacte el repliegue que de un modo u otro representaría la consagración de su nulidad.

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