Cartas al director

La auténtica integración de los gitanos

Hacer las cosas a medias es en general hacerlas mal, como demuestra la actuación del responsable de la Dirección Provincial del MEC en Madrid. Ante la noticia de prensa que nos informa de que un colegio público se opone a la admisión de 35 niños gitanos, es fácil ponerse en contra del consejo de dirección del colegio y de la asociación de padres. Se es proclive a pensar en el mérito de este alto cargo de la Administración educativa imponiendo justicia y obligando al colegio a matricular a los alumnos gitanos.Al reflexionar, y únicamente con el recorte de Prensa, veo las cosas al revés de lo qu...

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Hacer las cosas a medias es en general hacerlas mal, como demuestra la actuación del responsable de la Dirección Provincial del MEC en Madrid. Ante la noticia de prensa que nos informa de que un colegio público se opone a la admisión de 35 niños gitanos, es fácil ponerse en contra del consejo de dirección del colegio y de la asociación de padres. Se es proclive a pensar en el mérito de este alto cargo de la Administración educativa imponiendo justicia y obligando al colegio a matricular a los alumnos gitanos.Al reflexionar, y únicamente con el recorte de Prensa, veo las cosas al revés de lo que parecen. Me imagino al colegio con bastantes alumnos difíciles, precisamente por el ambiente en el que está y al que ahora se le sumarán 35 alumnos a los que sin duda habrá que dedicar un esfuerzo considerable de educación compensatoria. Un centro escolar en el que ya es difícil trabajar por falta de medios, también lo imagino, y de lo cual saben mucho los nunca bien valorados maestros.

Me parece que si se quiere cumplir la Constitución y asegurar "el derecho a la educación" de estos niños, deberían matricularse en colegios religiosos o laicos, con ideario, subvencionados con fondos públicos para que no puedan oponerse a su admisión y a los que asisten hijos de las familias más favorecidas económicamente e incluso de algunos dirigentes socialistas (sus hijos no se educan al lado del pueblo llano, ¡quién lo diría!). En estos centros normalmente mejor dotados, con actividades extraescolares enriquecedoras del currículo escolar, los niños gitanos aprenderían mucho conviviendo con niños que, debido a su bagaje familiar, les influirían en hábitos más refinados, lenguaje más elaborado y ocio más creativo. Y, por qué no, podrían contagiarse de otras aspiraciones sociales de cara a su futuro, pues en el fondo todos somos iguales. Esto sería realmente ayudarles, sacándoles del ambiente social que no les dejará mejorar. Incluso, me atrevo a sugerir que se matriculen solamente cinco o seis en cada centro, para facilitar la integración, y se les dé una beca de comedor para que su permanencia en el nuevo ambiente sea más prolongada.

El matricularlos en el centro escolar público del barrio siguiendo la orden de la Dirección Provincial es confirmar lo que dice la noticia: "condenar a los niños gitanos a la mala vida (sic) de sus padres". De todas formas se contribuye a clarificar la división entre escuela para ricos y escuela para pobres, que parece que no hay cambio que la cambie-

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