Editorial:

Cultura de minorías

EL EPISODIO del concierto de Bernstein con la Filarmónica de Viena ilustra alguna de las torpezas de la política cultural institucional y la inquietud que produce ver una inversión económica considerable y unos esfuerzos de organización importantes aplicados en un sentido no siempre acertado. El acontecimiento musical de un solo día va a reunir en el teatro Real de Madrid un número elevado de invitados de corte oficial, compradores de localidades en la reventa -cuyo precio aumenta cada día que falta- y 194 ciudadanos de la comunidad que lo organiza que tendrán que esperar días y noches ...

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EL EPISODIO del concierto de Bernstein con la Filarmónica de Viena ilustra alguna de las torpezas de la política cultural institucional y la inquietud que produce ver una inversión económica considerable y unos esfuerzos de organización importantes aplicados en un sentido no siempre acertado. El acontecimiento musical de un solo día va a reunir en el teatro Real de Madrid un número elevado de invitados de corte oficial, compradores de localidades en la reventa -cuyo precio aumenta cada día que falta- y 194 ciudadanos de la comunidad que lo organiza que tendrán que esperar días y noches para alcanzar la despojada taquilla. Mientras tanto, en el mismo edificio, se practica la desolación diaria de rechazar matrículas para los estudiantes de música, en un conservatorio saturado, anticuado, aislado del contexto general de la enseñanza, incapaz de recibir más alumnos en sus viejas y limitadas aulas; y en el mismo edificio también, la Escuela de Arte Dramático resuelve como puede (no puede) sus conflictos de presupuesto y actualización de la enseñanza, emitiendo cada año unos ya profesionales -por su título- que se van a sumar al paro de una actividad en crisis.La presencia de Bernstein en España, en el marco del meritorio Festival de Otoño que ha organizado la Comunidad Autónoma de Madrid, es desde luego una noticia importante y los que la han logrado merecen el aplauso y el reconocimiento de los aficionados a la música. Pero el propio festival de Otoño de la capital del Estado, que ha generado una oferta cultural simplemente impensable entre nosotros hasta hace muy poco tiempo, puede servir de ejemplo para lo que decimos. Estado, comunidades y municipios concurren en la carrera de los llamados acontecimientos culturales: la palabra acontecimiento parece estar en contradicción con un crecimiento o progreso continuo y meditado. Las mismas personas corren de un local a otro donde por un día o dos se representan, ejecutan, danzan, cantan, conferencian o debaten esos acontecimientos. A veces las localidades de los burócratas invitados se quedan vacías mientras el público se agolpa a la entrada en la búsqueda inútil de entradas que no hay en la taquilla.

Pero mientras se promueve la cultura de elite, este país padece un deficit cronico de bibliotecas públicas, tiene los programas de investigación abandonados, y es toda una aventura tratar de hacerse con partituras musicales de autores españoles y de cosas tan españolas como la zarzuela -de la que por cierto no existe todavia una compañía estable como es debido-.

La comprensión de que el fenómeno cultural es algo que requiere un desarrollo a partir de la iniciación no parece estar del todo acendrada entre nuestros gobernantes. La atención a las minorías es algo fundamental en toda cultura, y en este sentido son de aplaudir los esfuerzos hechos. De las vanguardias nacen los grandes movimientos culturales. Pero no basta. Al arte alto se llega afinándolo desde unas bases mayoritarias preparadas, y una vez logrado vuelve a difundirse hacia la base para formar parte del patrimonio común. De otra forma, es estéril.

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