Tribuna:

Datos para comprender el octubre del 34

Hay ciertos momentos en la historia en los que conflictos políticos e institucionales aparentemente normales se convierten de repente en apocalípticos; son momentos en los que, para los hombres y mujeres que están viviendo los acontecimientos, cada acción específica contribuye de manera decisiva a un proceso revolucionario o contrarrevolucionario. Es imposible entender los acontecimientos de octubre del 34, no se verán más que como simple locura, si se intenta explicarlos únicamente en términos del coste de vida, de mayoría o minorías en las Cortes, o de si el Parlamento catalán tenía derecho ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Hay ciertos momentos en la historia en los que conflictos políticos e institucionales aparentemente normales se convierten de repente en apocalípticos; son momentos en los que, para los hombres y mujeres que están viviendo los acontecimientos, cada acción específica contribuye de manera decisiva a un proceso revolucionario o contrarrevolucionario. Es imposible entender los acontecimientos de octubre del 34, no se verán más que como simple locura, si se intenta explicarlos únicamente en términos del coste de vida, de mayoría o minorías en las Cortes, o de si el Parlamento catalán tenía derecho a legislar su propia versión de la reforma agraria, o de si los mineros asturianos estaban mejor o peor en 1934 de lo que lo habían estado en 1932 o en 1933. Lo que explica los levantamientos de octubre en Cataluña y Asturias es el hecho de que, mucho más que en 193 1, con la llegada de la República, todas las fuerzas políticas importantes en España sentían que estaba en juego su futuro.Si se define de una manera limitante, la crisis parecía ser puramente política y perfectamente controlable. Gobernaba la República una coalición de centro-derecha que había ganado las elecciones de 1933. Sin embargo, la Confederación de Derechas Autónomas (CEDA), de José María Gil Robles, a pesar de ser la minoría más numerosa de unas Cortes en las que no había ningún partido mayoritario, no tenía representación en el Gabinete presidido por Ricardo Samper. El 1 de octubre, Gil Robles anunció que la CEDA dejaría de apoyar al Gobierno S amper si no se le concedían varias carteras en un nuevo Gobierno de centroderecha. La solución constitucional obvia hubiera sido que el presidente, Niceto Alcalá-Zamora, nombrase un nuevo Gabinete con representantes de la CEDA. Pero algunos de los más prestigiosos dirigentes republicanos representantes de las clases medias (Manuel Azafia, Felipe Sánchez-Román, Diego Martínez Barrio y Miguel Maura) le advirtieron al presidente que, en palabras de Azaña, ello suponía "romper toda solidaridad con las instituciones actuales del régimen y... acudir a todos los medios de defensa de la República". En Barcelona, Luis Companys, presidente de la Generalitat, proclamó el "Estado catalán dentro de la República Federal Española", e invitó a los partidos democráticos de España a constituir un Gobierno en el exilio en Barcelona. En Asturias, los comités de la clase obrera, con representantes socialistas, comunistas, anarquistas y trotskistas, proclamaron la revolución, claramente proletaria y colectivista, aunque no ampliaron su definición durante los 10 breves días de su existencia.

Para comprender tan dramáti-

Pasa a la página 12

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Datos para comprender el octubre del 34

Viene de la página 11cas reacciones a una crisis parlamentaria de un tipo muy común en la historia de Francia, España e Italia hay que examinar los componentes ideológicos de la situación. Para los republicanos liberales, la Constitución de 1931 representaba una oportunidad única para traer la libertad política y religiosa a España, para crear una República secular, gobernada por civiles, según el modelo de la Tercera República francesa y de la República alemana de Weimar, y para llevar cierto grado de justicia social a las clases trabajadoras y a los aún más pobres campesinos. La República de Weimar ya había sido destruida, y se habían establecido dictaduras fascistas por medios completamente legales, si bien escasamente democráticos, en Italia, Alemania y Austria. Gil Robles era el dirigente de un partido parlamentario, pero en los mítines del partido se le recibía con gritos de "jefe, jefe, jefe", a imitación del "duce, duce, duce" con el cual saludaban a Mussolini sus seguidores. Expresaba su admiración hacia Mussolini, el dictador austriaco Dollfuss y el dictador portugués Salazar. Muchos de sus aliados políticos hablaban con despre-cio de la democracia parlamentaria, e incluso él mismo, cuando se le pidió que afirmara su lealtad a la República, habló de la accidentalidad de las formas de Gobierno. Así pues, con la marea del fascismo extendiéndose por Europa, los republicanos liberales y de izquierda desconfiaban totalmente de Gil Robles, que expresaba abiertamente su admiración hacia aquél.

En Cataluña, el presidente Companys compartía los temores de los republicanos liberales de Madrid de que la entrada de la CEDA en el Gobierno nacional señalaría el inicio de un régimen de tipo fascista. Además, se veía presionado por los flancos por los exaltados nacionalistas catalanes, por un lado, que se sentían descontentos con el Estatuto de Autonomía de 1932, y por los pequeños, pero activos, partidos comunistas no estalinistas de Andrés Nin y Joaquín Maurín, por otro. Sabía perfectamente bien que España no era una República federal y que, potencialmente, con el tiempo, el Estatuto daría a Cataluña un grado importante de autogobierno. Pero la proclamación del "Estado catalán dentro de lá República federal" le permitió unirse al frente antifascista a nivel nacional al tiempo que calmaba el sentimento nacionalista local y ofrecía un mayor papel a la izquierda marxista.

En Asturias y Gijón, los mineros y los trabajadores industriales reaccionaron con una mezcla de antifascismo y revolución utópica. Los comunistas y los anarquistas no habían tenido nunca muchas esperanzas en la República burguesa de 1931, y gran parte del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores había empezado a vindicar la revolución tras perder las elecciones de septiembre de 1933. Su impaciencia,y su entusiasmo revolucionario habían conseguido que hasta el normalmente moderado y pragmático Indalecio Prieto ayudara a conseguir armas para una futura revolución. La amenaza del fascismo había empujado a los anarquistas a cooperar con los marxistas, y por la primera, y creo que única, vez en la historia europea, socialistas, comunistas, anarquistas y trotskistas actuaron unidos durante varias semanas a finales de septiembre y durante el período revolucionario del 5 al 18 de octubre. Cuando oyeron que hombres como Azaña estaban dispuestos a defender la República "por todos los medios", incluyeron el levantamiento armado como uno de esos medios. Y lo que era igualmente importante, durante muchos años se les había adoctrinado en el marxismo de su respetado dirigente Pablo Iglesias. La misión de los socialistas era prepararse, mediante la educación, la disciplina y la conciencia de clase, para una futura revolución que acabaría por la fuerza con el sistema de propiedad burgués y las relaciones de explotación entre la burguesía y la clase obrera. Habían tenido que aceptar el hecho de que ni las huelgas revolucionarias de 1917 ni la llegada de la República en 1931 habían puesto fin al período de preparación. Pero exaltados ante tan extraño caso de unidad de la clase obrera, y con Largo Caballero y Prieto hablando los dos de revolución, sentían que quizá había llegado el momento de que los mineros asturianos, en muchas ocasiones la vanguardia de las acciones de la clase obrera militante, comenzasen la revolución socialista en el norte de España.

De esta manera, la revolución de octubre fue un momento en el que los demócratas liberales, los republicanos doctrinarios, los nacionalistas catalanes y los marxistas y anarquistas de todas las facciones vieron en peligro su futuro. Personalmente, creo que su análisis del peligro fascista era correcto, aunque no en su miedo hacia Gil Robles como persona. Pero se equivocaban en su interpretación de la Constitución española e ignoraban dolorosamente la realidad de la gestión industrial moderna y de los asuntos económicos en general. Tanto la derecha como la izquierda estaban igualmente, y deplorablemente, intoxicadas de su propia retórica. Pero no es posible comprender plenamente el octubre español sin una apreciación de las dimensiones ideológicas tal como se les presentaban a quienes vivieron los acontecimientos.

Archivado En