Tribuna:

Museos de reproducciones

Recientemente han salido a la prensa quejas muy justificadas sobre el estado de precario abandono en que se encuentra el Museo de Reproducciones Artísticas; y al leer esas quejas acude a mi memoria el recuerdo de mis antiguas visitas al Casón del Buen Retiro, donde por aquel entonces estaba instalado. Era la época en que yo vine desde mi natal Granada a vivir en Madrid. Para aquellas fechas, ya había desistido yo del ejercicio de las artes plásticas al que intentara aplicarme antes, durante mis años de bachillerato, cuando en la escuela de artes y oficios que frecuentaba por las noches me afan...

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Recientemente han salido a la prensa quejas muy justificadas sobre el estado de precario abandono en que se encuentra el Museo de Reproducciones Artísticas; y al leer esas quejas acude a mi memoria el recuerdo de mis antiguas visitas al Casón del Buen Retiro, donde por aquel entonces estaba instalado. Era la época en que yo vine desde mi natal Granada a vivir en Madrid. Para aquellas fechas, ya había desistido yo del ejercicio de las artes plásticas al que intentara aplicarme antes, durante mis años de bachillerato, cuando en la escuela de artes y oficios que frecuentaba por las noches me afanaba en copiar al carboncillo una oreja de yeso o la nervuda mano de un atleta. Pero no habiendo renunciado a mi pasión por las artes, me pasaba en cambio ahora muchos ratos en el casi siempre desierto Casón, cuyas estatuas eran admiración de unos pocos visitantes como yo y modelo de varios aspirantes a artista. El Casón era así complemento de mis largas horas en el Prado. Allí encontraba una atmósfera extraña, un aire confinado, secreto y algo alucinante... Muchísimo tiempo más tarde, no hará más de tres o cuatro años, la erudita diligencia editora de Francisco Yndurain ha dado al público un curioso texto del gran Gómez de la Serna, especie de novela inédita (o más bien, diríase, abortada) al que su autor tituló Museo de reproducciones, donde la genialidad de Ramón, poetizando a su peculiar manera tan enrarecido ambiente, haría revivir en mí aquellas impresiones de mi juventud primera.Pero no era mi ánimo entregarme ahora a las evocaciones nostálgicas, sino añadir un testimonio a la necesidad de que, en efecto, el museo de reproducciones artísticas sea restablecido e instalado debidamente; más aún, de que -siquiera en las más populosas ciudades de España- se habiliten museos análogos, destinados a exhibir no sólo esculturas, sino también obras pictóricas. Es una postulación que ya intenté razonar a propósito del daño que las grandes e inconvenientes aglomeraciones humanas están ocasionándole a las pinturas del Prado. Aducía yo al hacerlo que, para una elemental educación, o simple curiosidad artística, de las multitudes, las perfectas reproducciones que la técnica actual permite obtener cumplirían a plena satisfacción tal cometido, de modo que -según ocurre, por ejemplo, con los tesoros bibliográficos- el original quedaría custodiado en reserva para la inspección del estudioso, del especialista, de quienes, en fin, son capaces de aquilatar los valores estéticos en una apreciación refinada.

Por si la mejor guarda y conservación de las obras maestras fuera pequeña ventaja, la proliferación de semejantes museos tendría todavía la virtud de poner a disposición de todos los posibles interesados las obras de, arte del mundo entero en facsímil muy superior a las láminas de libros con que muchas veces tienen que conformarse incluso los pintores y críticos de escasos o medianos recursos. La técnica moderna proporciona facilidades que sería absurdo no utilizar, y así como la reproducción de piezas musicales en sus mejores ejecuciones se encuentra hoy al alcance de todas las fortunas, también debiera procurársele al hombre medio una aproximación fiel a las grandes obras pictóricas, distribuidas como lo están en países diversos y distantes o colocadas en lugares que hacen incómoda e incluso prácticamente imposible su adecuada contemplación.

Basta recordar que los grandes pintores del pasado debieron conocer y estudiar en muchos casos, según sus cuadros revelan, los de sus maestros y precursores tan sólo a través de copias y aun de meros grabados para darse cuenta del inmenso beneficio que obtendrían los artistas de hoy, tanto como los aficionados y los estudiantes en general, de tener acceso a las impecables reproducciones que actualmente pueden hacerse de las pinturas famosas.

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Más aún, dichas reproducciones garantizarían para el futuro la preservación de su memoria en fidedigno documento para aquellas que, por accidente o deterioro, pudieran desaparecer. Bien sabido es que de ciertas creaciones del arte pretérito no han llegado a nosotros sino copias o grabados como los antes aludidos, o acaso simple y vaga noticia; y otro tanto pudiera acontecer respecto de las que ahora tenemos ante la vista en los museos. En estos días últimos, y tras demorado, consultado, cauteloso y meticuloso estudio, se ha alcanzado la conclusión de que el cuadro de Las hilanderas, en el Prado, no debe ser sometido, dado el pésimo estado en que se halla, a la restauración que tanto necesita, y en consecuencia se ha resuelto no tocarlo, dejarlo como está, evitando así el riesgo con aceptar el mal menor.

Ignoro si no se habrá pensado en obtener un trasunto exacto de esa ilustre pintura para someterlo a manipulaciones tales como eliminar de ella las adiciones posteriores a la obra de Velázquez, cosa que tan necesaria se estima; es decir, para operar esa posible restauración -si la expresión vale- in anima vili. En cuyo caso, se dispondría de dicho trasunto para su comparación con el original tal cual existe, y todavía en la eventualidad de que este original sufriese un ulterior deterioro o definitiva ruina en tiempos venideros, serviría para irrefutable testimonio de lo que ha sido su realidad.

Es no más que un ejemplo, y me parece inútil argumentar mucho acerca de la conveniencia de llevar a cambio un amplio y audaz proyecto de museos de reproducciones artísticas, pues resulta obvia. Cuando tanto dinero se está invirtiendo en el fútil empeño de promover la creación cultural -fútil, porque la cultura no suele responder al estímulo de los organismos oficiales-, este otro empeño de conservación -que sí compete claramente al Estado, y que no por conservador deja de ser creativo- es probable que a la larga tuviera efectos más positivos que algunas iniciativas de mayor, lucimiento inmediato.

Es incalculable, en efecto, el valor formativo de museos que, en todos los grandes núcleos de población, ofrecieran al público, en reproducción perfecta, selecciones de las obras culminantes producidas durante la historia entera de la humanidad, dispuestas en sistematizados conjuntos y acompañadas del correspondiente material informativo y didáctico.

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