Los alminares silenciosos

ENVIADO ESPECIALDe los más de 16 millones de habitantes que tiene Uzbekistán, sólo la cuarta parte se considera atea. Las campañas antirreligiosas desatadas por Nikita Jruschov a finales de los años cincuenta dieron poco resultado. Las 1.200 mezquitas que existían en toda la URSS quedaron reducidas entonces a sólo unas 300.

Hoy es difícil saber exactamente con cuántas mezquitas cuentan los 40 millones de habitantes de las repúblicas soviéticas de Asia Central (Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguisia y Kazakistán): las cifras oscilan entre las 400 y las 1.200.

Para una rel...

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ENVIADO ESPECIALDe los más de 16 millones de habitantes que tiene Uzbekistán, sólo la cuarta parte se considera atea. Las campañas antirreligiosas desatadas por Nikita Jruschov a finales de los años cincuenta dieron poco resultado. Las 1.200 mezquitas que existían en toda la URSS quedaron reducidas entonces a sólo unas 300.

Hoy es difícil saber exactamente con cuántas mezquitas cuentan los 40 millones de habitantes de las repúblicas soviéticas de Asia Central (Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguisia y Kazakistán): las cifras oscilan entre las 400 y las 1.200.

Para una religión tan flexible como la musulmana el asunto tiene menos importancia que para las creencias cristianas: cualquier lugar en el que se encuentren los musulmanes puede ser lugar de culto. Aún quedan en pie los viejos alminares, pero no hay ningún muecín que convoque desde ellos a la oración.

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Los dirigentes religiosos de la región justifican el asunto diciendo que cuando todo el mundo dispone de reloj el alminar es un instrumento anacrónico, aunque la razón auténtica pueda proceder de la prohibición existente en la URSS de hacer propaganda religiosa.

El eclecticismo de los mullahs de la URSS llega más allá: el concepto de guerra santa, tan estimado por los integristas, se muda aquí por el de lucha por la paz y el desarme. Los viernes -fecha religiosa musulmana y día laborable en toda la Unión Soviética- los mullahs aprovechan para discursear sobre la necesidad de cuidar las tareas agrícolas o apoyar las campañas antialcohólicas del Partido Comunista de la Unión Soviética, utilizando no argumentos teológicos, que serían los suyos, sino higiénicos o sociales.

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Sus formas tradicionales de vida son respetadas: a pesar del peligro demográfico de que los soviéticos de Asia Central constituyan dentro de poco la mayoría de la población de la URSS, aquí se aplican también los incentivos a la natalidad y se nombran madres-heroínas a las más fértiles.

La poligamia está erradicada sobre el papel, pero algunos funcionarios, pícaramente, admiten que una de las ventajas de que la esposa sea nombrada madre-heroína consiste en que el Estado corre con los gastos de una asistenta que puede llegar a tomar el papel de segunda mujer.

La tolerancia mutua entre el partido y el islam ha alejado de estas regiones la sombra amenazadora del jomeinismo. Además, los musulmanes de la Unión Soviética viven mucho mejor que sus hermanos de religión de Pakistán, Irán o Afganistán: las deficiencias del sistema hacen que los productos agrícolas que cultivan en sus parcelas privadas o en sus cooperativas alcancen altos precios en los rinok (mercados) de las repúblicas soviéticas más occidentales y septentrionales.

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