Editorial:

Las dos Romas

EN UNA etapa de agudas contradicciones en la escena política romana, cuando se acaba de romper la unidad sindical que funcionaba desde hace decenios, en el clima de polémica inherente a la celebración del congreso de la democracia cristiana, y pronto de los de otros partidos, la firma del nuevo concordato entre el Estado italiano y el Vaticano ha sido un momento de unidad de todas las fuerzas políticas. El hecho de que el Vaticano haya aceptado realizar la firma, después de unos siete años de negociaciones, cuando un socialista ocupa la jefatura del Gobierno, ha sido un tanto político muy apre...

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EN UNA etapa de agudas contradicciones en la escena política romana, cuando se acaba de romper la unidad sindical que funcionaba desde hace decenios, en el clima de polémica inherente a la celebración del congreso de la democracia cristiana, y pronto de los de otros partidos, la firma del nuevo concordato entre el Estado italiano y el Vaticano ha sido un momento de unidad de todas las fuerzas políticas. El hecho de que el Vaticano haya aceptado realizar la firma, después de unos siete años de negociaciones, cuando un socialista ocupa la jefatura del Gobierno, ha sido un tanto político muy apreciado por Bettino Craxi.El nuevo concordato viene a sustituir al que firmara en 1929 Benito Mussolini, cuando ya había consolidado la dictadura fascista. El acto solemne de la firma ha tenido lugar en Villa Madama, en la Roma capital de Italia, y no, como antaño, en la otra orilla del Tíber, en la Ciudad del Vaticano. No cabían grandes sorpresas en cuanto al contenido, pues se trataba en cierto modo de una asígnatura pendiente que ambos contrayentes necesitaban aprobar para ponerse al día; la Constitución italiana de 1947, y de otra parte, la doctrina del Concilio Vaticano II, determinaban la necesidad de encuadrar en nuevo marco jurídico la actividad de la Iglesia católica. Sin embargo, el caso de Italia era, por razones obvias, muy diferente al de otros países; y analizando el texto del nuevo concordato, resalta que el Papa y el cardenal Casaroli, principal negociador de la Santa Sede, han dado muestras de mucha flexibilidad, para dar satisfacción a las exigencias de la laicidad de un Estado moderno. La doble capitalidad de Roma planteaba un caso particularmente complejo. En el concordato de 1929, el Estado se obligaba a respetar "el carácter sagrado de la Ciudad Eterna". Este artículo permitió a los Gobiernos democristianos (sin hablar ya de la época fascista) censurar y prohibir caprichosamente representaciones teatrales; por ejemplo, La Mandrágora, de Maquiavelo, y de El Vicario, de Hochuht. El nuevo concordato se limita a una mención mucho más anodina: se reconoce "la significación particular que Roma, como sede episcopal del Pontífice, tiene para la catolicidad."

Como se sabe, España tuvo que resolver, con el establecimiento de la democracia, el problema de poner al día un concordato firmado en 1953, impregnado de nacionalcatolicismo; lo hizo con un procedimiento diferente al de Italia: sustituyendo el concordato por cuatro acuerdos parciales, sobre problemas económicos, de derecho civil y especialmente matrimonial, asistencia religiosa en las Fuerzas Armadas y la enseñanza. Se trata de documentos de categoría inferior a la de un concordato; pero en ellos los Gobiernos de UCD han conservado residuos más fuertes de la anterior confesionalidad del Estado de lo que ocurre en el nuevo concordato italiano.

Tomemos concretamente el caso de la enseñanza, que reviste gran actualidad para los españoles. En el acuerdo con España, la enseñanza religiosa es definida como fundamental, si bien se agrega que, por respeto a la libertad religiosa, no será obligatoria y los padres podrán pedir que sus hijos no la sigan. En el nuevo concordato firmado por el Vaticano con Italia, la enseñanza religiosa esfacultativa. No es una simple diferencia de matiz: en el caso español permanece cierto nivel de discriminación; en el italiano desaparece. Además, en Italia el Estado no da ninguna subvención a los centros de enseñanza de carácter religioso. Alianza Popular, el PDP e incluso organizaciones relacionadas con la Iglesia presentan como horribles atentados a la religión situaciones mucho más favorables para la Iglesia que la que el Vaticano acaba de refrendar solemnemente al firmar el concordato con Italia.Ha llamado la atención que mientras la Conferencia Episcopal Italiana ha manifestado cierto disgusto al conocer el texto del nuevo concordato, el Papa Juan Pablo II se ha apresurado a hacer una declaración encomiástica, diciendo que se trataba de un hecho histórico. Para comprender la flexibilidad demostrada, sobre todo en la última etapa de la negociación, por el Vaticano, su insistencia en volver a la fórmula del concordato, prácticamente en desuso desde hace bastante tiempo, e incluso los elogios del Papa, hace falta tener en cuenta factores no exclusivamente italianos. Se sabe que Woytila está en la actualidad particularmente interesado en preparar el camino para llegar a la conclusión de un concordato con Polonia y al establecimiento de relaciones diplomáticas. El objetivo evidente del Papa es iniciar, de cara a los países del Este, un tipo de relaciones que permita abrir nuevos espacios a la influencia de la Iglesia; empezando, por supuesto, por Polonia. A ese mismo objetivo responden sin duda los esfuerzos de monseñor Glemp, primado de la Iglesia polaca, por mejorar sus relaciones con el Gobierno, actitud que le ha llevado incluso a hacer declaraciones despectivas con respecto al sindicato hoy clandestino Solidaridad, prohibido por las autoridades. Es difícil que tales actitudes sean comprendidas por una parte considerable de los católicos polacos. En todo caso, el nuevo concordato entre Italia y el Vaticano indica un paso más en la adaptación de la Iglesia católica a las realidades del mundo contemporáneo.

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