Tribuna:

La mazurca gallega de Cela

El recuerdo persigue. Andamos atados a él y apenas si somos capaces de anunciarlo. La memoria nos incomoda en la medida en que nos atenaza. En la medida en la que forma cuerpo con nuestra persona más profunda. El olvido -"a su modo una limpieza", ha escrito Jorge Guillén- permite hacer cara a la vida con el alma tersa, limpia y dispuesta a registrar lo bueno y lo malo con absoluto y decidido rigor. Después, vendrán las nuevas rememoraciones y, con ellas, volverá a cerrarse el círculo de la obsesión y de la angustia. No es, pues, extraño que Mazurca para dos muertos se abra con la cita de Poe q...

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El recuerdo persigue. Andamos atados a él y apenas si somos capaces de anunciarlo. La memoria nos incomoda en la medida en que nos atenaza. En la medida en la que forma cuerpo con nuestra persona más profunda. El olvido -"a su modo una limpieza", ha escrito Jorge Guillén- permite hacer cara a la vida con el alma tersa, limpia y dispuesta a registrar lo bueno y lo malo con absoluto y decidido rigor. Después, vendrán las nuevas rememoraciones y, con ellas, volverá a cerrarse el círculo de la obsesión y de la angustia. No es, pues, extraño que Mazurca para dos muertos se abra con la cita de Poe que registra esa fundamental miseria de la mente humana.¿Qué es este nuevo libro de Camilo José Cela? Ante todo, eso, un recuerdo. Pero los gallegos solemos distinguir entre recordo y relembro. Más de una vez he dicho que el segundo término se diferencia del primero -en elplano vivencial- porque relembro es algo así como un recuerdo que se reactualiza fugazmente, en visión súbita, en aparición y desaparición instantáneas. Mazurca para dos muertos tiene la doble virtud gallega del recordo y del relembro. De lo que perdura y de lo que, a toda prisa, se desvanece. En este juego de lo estable y lo lábil, de lo que vemos y volvemos a ver la -lluvia, los sucesos incoados una y otra vez y que jamás se deciden a concluir- , por una parte, y, por otra, la aparición repentina de una figura, de un motivo externo, de un detalle humano, en este juego, digo, estriba, a rni modo de ver, la dimensión radicalmente gallega del relato. ¿Por qué? Pues, sencillamente, porque eso, ese fluir constante y pausado al que acompaña, como un armónico, otro discurrir visto y no visto, constituye la entraña misma del tiempo tal y como se experimenta en la tierra de Galicia. Es un tiempo hecho de ancestral memoria y de experiencia cotidiana que intenta, como sea, persistir, volver al seno de la historia no escrita, al seno de la historia que manda y que define el estilo existencial de nuestra comunidad.

Intento decir con esto que el hombre gallego se inserta en el tiempo bajo dos vectores bien definidos: el de la permanencia en su ser más hondo y el del registro evanescente de lo que apenas le roza, pero que, a lo mejor, le hiere cruelmente. Entre el recordo y el relembro. Por eso los recuerdos no nos estorban. Los recuerdos nos reafirman. Y por eso es bueno, y es necesario, que lo cotidiano, lo anecdótico, lo de todos los días, se nos convierta en memoria sólida. Mazurca para dos muertos es la memoria cristalina, esto es, transparente, afilada y brillante, de uno de los núcleos de la humanidad gallega que con más empuje operan en el alma de todos nosotros. Diré más: Mazurca para dos muertos constituye una extraordinaria inmersión en los secretos abisales de nuestra personalidad. Quisiera ser bien entendido. No digo con ello que nosotros seamos decididamente mezquinos, extraños, imprevisibles, crueles, supereróticos o, simplemente, estúpidos. Nada de eso. Digo y repito que en nuestro juego con la vida, más o menos arbitrario y raro -como acontece en cualquier colectividad humana-, ponemos una nota específica que es la tendencia a la fijación de lo huidizo y transitorio sin que pierda, por ello, su carácter de rápida interinidad.

Camilo José Cela ha tomado un trozo cronológico de la vida de Galicia -los barruntos de la guerra civil y sus aterradores comienzos- y lo ha convertido en piedra solemne. Por los vericuetos del crimen y de la venganza anda escondido, y no podía ser de otra manera, el protagonismo del recordo y del relembro. Mas por debajo de los avatares que la novela registra hay todavía un último plano de transcendente significación. ¿Cuál? El del sentido ubicuamente humano de nuestro vivir. Todo en Galicia está humanizado, como en secreto, desde el sentimiento de la tie- Pasa a la página 10 Viene de la página 9 rra hasta la valoración de la muerte. Desde esa extraña realidad que es en Galicia la entidad hipersumativa hombre-tierra materna, hasta la estremecedora intuición de la desaparición física como un trasladarse desde el plano de la vida consciente al oscuro estrato de la vida vegetal en la entraña del cementerio aldeano. Por algo en nuestra lengua al fallecimiento se le llama pasamento.

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Y la lengua esmalta brillantemente las páginas del relato. Desde acougo hasta donosiña -una de las palabras más hermosas del idioma gallego y de más importancia antropológica, no lo olvidemos- todo este entramado léxico no es un mero aditamento literario para dar ambiente. No se trata de pintoresquismo. No se trata, pues, de un fácil recurso. Los vocablos gallegos son necesarios, poseen necesidad interna, como también la tienen en las comedias bárbaras de don Ramón del Valle-Inclán. ¿Por qué? Pues, sencillamente, porque esas palabras cumplen en el texto dos misiones. Una, la de comunicar con la máxima justeza un estado de ánimo, o quizá la expresividad de un paisaje. Otra, la de devolvernos toda la emoción que en ellas se ha depositado a lo largo del tiempo. Una emoción difusa, pero enérgica, que al repetirse año tras año sedimentó en una articulación fónica específica, única, irrepetible -e inevitable-

Por eso acabo de hablar de necesidad interna. No es lo mismo, por ejemplo, decir donosiña que decir comadreja, aunque ambos vocablos aludan a la misma realidad. Lo que se esconde en el primero de ellos -un donosiña- como sentimiento, como vivencia profunda, no equivale a lo que la entrada de la palabra comadreja alude. Ambos vocablos son espléndidos y ambos comunican la misma realidad. Pero no idénticas emociones. Y esto es lo esencial.

Esto es lo que hay en el libro, de Cela. Presencia gallega. Comunicación gallega y emoción gallega. Porque, entendámonos de una vez, lo gallego no es tanto el relato en sí -con serlo tanto- como la urdimbre de su creación. Lo que Cela se ha sacado de su caletre. Lo que su pluma, extraordinaria, ha suscitado. Todo creador no es, en el fondo, ni más ni menos que el suscitador de realidades que nadie antes que él ha visto. O que nadie antes que él ha presentido. Crear es, por definición, traer a la realidad lo nonato, lo que no tiene existencia de suyo. Un físico atómico puede, en este sentido, ser un gran creador. Y lo puede ser, asimismo, el artista plástico que ante nuestros ojos pone lo que sus retinas ultrasensibles descubrieron. El escritor también nos trae el regalo, la donación de su modo de relatar lo que aconteció tal y como él pudo adivinarlo. Adivinarlo después de un arduo trabajo de documentación -éste es el caso de Mazurca para dos muertos- y de decantación purificadora.

Por eso para este libro, justo porque es creación y no reportaje, no valen los reproches de falseamiento de la realidad en nombre de un realismo de bajo vuelo intelectual. La novela es realista en otra dimensión. En la dimensión transcendente. Donosiña es y no es comadreja. Vagalume es y no es luciérnaga. Y exactamente en la medida en que no lo son, en esa misma medida son palabras gallegas y obedecen a objetividades gallegas. La novela de Cela, en la medida en que no sólo comunica, sino que además, y sustancialmente, expresa, es gallega por los cuatro costados. Ahora inicia su viaje por el mundo. O lo que es lo mismo, su viaje en el tiempo. En cierta ocasión le oí decir a don Ramón del Valle-Inclán que crear belleza era "acertar con el punto de la eternidad". Claro está que este concepto de eternidad habría que someterlo a un serio proceso de limitación. Con todo, en la sentencia del gran escritor gallego latía un germen de indudable verdad. De seria verdad. El punto de la eternidad. Hacia él va la Mazurca para dos muertos. El acordeonista la reservaba para dos amigos asesinados. Camilo José Cela la interpreta para todos y cada uno de nosotros. Y el juego del recordo y del relembro seguirá vivo gracias a su pluma excepcional.

El juego de lo que permanece -"lo que los poetas fundan", dijo Hölderlin- y el zigzag del escorzo visto y no visto, que pugna por permanecer, pasan a las páginas de la Mazurca para dos muertos, y desde ellas nos hacen guiños. Guiños de complicidad. Guiños de entendimiento.

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