Editorial:

Television internacional

EL PRIMER satélite japonés de televisión marca el principio de una carrera que en unos años -muy pocos- va a internacionalizar el espectáculo doméstico, la peculiar forma de información y la posible influencia cultural y política. Corea del Sur es la primera nación que protesta por lo que define como invasión de su espacio televisivo: inaugura también una carrera de objeciones, reservas y desesperaciones perdida de antemano. Las dictaduras tratan de convertir sus países en ámbitos cerrados, en compartimientos estancos, y sueñan con ciudadanos idiotas adocenados. Hay, muy distintos de ellas, un...

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EL PRIMER satélite japonés de televisión marca el principio de una carrera que en unos años -muy pocos- va a internacionalizar el espectáculo doméstico, la peculiar forma de información y la posible influencia cultural y política. Corea del Sur es la primera nación que protesta por lo que define como invasión de su espacio televisivo: inaugura también una carrera de objeciones, reservas y desesperaciones perdida de antemano. Las dictaduras tratan de convertir sus países en ámbitos cerrados, en compartimientos estancos, y sueñan con ciudadanos idiotas adocenados. Hay, muy distintos de ellas, unos nuevos nacionalismos defensivos que se inquietan seriamente por el poder cultural extraño que pueda con el de su grupo. Su única respuesta posible es dar la suficiente fuerza a su cultura para que quien participe de ella la prefiera, y para que pueda concurrir con las demás. A nadie le es imposible, pero lo importante para ello es abrirse y perder el miedo.El estanco se rompe. Ya tenía filtraciones. El magnetoscopio (vídeo) es imparable: solamente Japón viene duplicando cada año su producción, a partir de los 4,5 millones fabricados en 1980: las cifras de magnetoscopios en domicilios siguen la misma progresión (en Europa, 650.000 en 1979; 5,5 millones en 1982). Los Estados nacionalistas buscan la forma de control, al menos, de las cintas con razonamientos lógicos (protección de derechos de autor, legalidad aduanera, clasificaciones morales, fiscalidad), pero la dominación de la pluralidad se les va de las manos, como se ha ido ya definitivamente la de la casete de música (únicamente reducida por medios de audición más fina: la cinta ancha, el disco digital compacto). En muchos países europeos la televisión está ya internacionalizada por la mera proximidad de las fronteras en el conglomerado central occidental, aunque todavía sobrevivan legislaciones sobre reducción de antenas emisoras (por esa legislación España logró reducir el ámbito de la televisión de Gibraltar, pero Marruecos no consiguió lo mismo de España). Las telerredes -por cable de fibra óptica- están comenzando a funcionar. Y han saltado al aire las televisiones independientes, clandestinas, piratas, repentinas. Italia es un enjambre. Una instalación local es muy barata de técnica; lo caro es la programación, pero basta una programación inteligente y libre, o solamente desenfadada y sin escrúpulos (las emisoras pornográficas de madrugada), para establecer una concurrencia muy seria a las viejas damas estatales, metidas en su corsé de burocracia, miedo y servilismo.

Sobre esas filtraciones ya existentes, la televisión por satélite no es más que una consagración de la rotura de ámbitos estrechos. Parece que va en el sentido de la historia, si se nos permite esa vaguedad. La radio la ha precedido. Diminutos aparatos del tamaño de un libro de bolsillo ponen hoy el mundo al alcance de cualquier hogar. La onda corta ofrece varios ejemplos, no todos buenos. El peor es que por su reducido valor comercial y por su capacidad de alcance ha caído en manos estatales y se ha convertido en instrumento de propaganda descarada y mala: habría que repetir que víctima de burocracia, miedo y servilismo. El mejor, el de que, pese a las vigilancias y a las interferencias -que, por cierto, no son posibles por ahora en la televisión emitida desde satélite-, llevan noticias hasta de sus propios países a las grandes zonas tiranizadas del mundo.

Es indudable que la cantidad de dinero y tecnología que hay que poner en el espacio va a situar pronto la internacionalización de la televisión en manos de las multinacionales. Los multimedios, en Estados Unidos, vienen desde hace años creando una industria de la información, la cultura y la pedagogía, y las mismas empresas están produciendo hoy películas, vídeos, comics, libros de bolsillo, discos, productos pedagógicos, bancos de datos. Desde el momento en que se supone que estos multimedios pueden no solamente inclinar tendencias de pensamiento y de ideología, sino hasta influir en la toma de decisiones económicas y políticas, se ve la cantidad de riesgos que hay. Misteriosamente, o ancestral e instintivamente -lo cual no quiere decir que se esté dentro de la racionalidad-, se trata de enfrentarse con esa invasión por medio de la restricción y del malthusianismo cultural, lo cual produce los resultados contrarios.

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No parece que haya otro medio de defenderse de los riesgos que pueda traer esa ventaja que con la propia pluralización, con la propia creatividad. Seguir pensando ya en el minúsculo campo cerrado de los Prados del Rey de este mundo es como creer en las virtudes de la bayoneta frente al misil, o en la de las loables manos de la curandera respecto al bisturí de rayo láser. El posible o imaginario sentido de la historia parece indicar que lo que hay que hacer es abrirse en lugar de cerrarse: abrirse a esa multiplicidad de la información y la cultura, aportar la propia y, sobre todo, saber que el ser humano está mucho más inmunizado de lo que se suele creer a la agresión de los tel9visores. La televisión domeñada no salvó a Franco de disolverse en el vacío: pese a todo, propagó lo que era y cómo era; ni salvé a UCI) de perder sus elecciones, ni evitó que los polacos se alzaran frente al poder. Lo importante es que cada uno tenga el poder personal capaz de saber cómo elegir y que se le muestren todas las opciones. Lo demás es miedo, y parece que va llegando la hora de no cederle más.

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