Tribuna:

De espaldas a la historia

En recientes declaraciones concedidas a un periódico de México con motivo de la aparición de su libro de ensayos Tiempo nublado, Octavio Paz, con la lucidez y autoridad de siempre, expone su visión del panorama político tanto en el interior de su país como en la candente área de Centroamérica y el Caribe. En relación con la crisis interna, recoge y refuerza sus tesis de Posdata, libro cuya aparición, hace más de 15 años, causó no poca inquietud y un denso e incómodo silencio en los altos y monolíticos estamentos por él enjuiciados entonces y ahora. En el orden internacional, Paz ...

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En recientes declaraciones concedidas a un periódico de México con motivo de la aparición de su libro de ensayos Tiempo nublado, Octavio Paz, con la lucidez y autoridad de siempre, expone su visión del panorama político tanto en el interior de su país como en la candente área de Centroamérica y el Caribe. En relación con la crisis interna, recoge y refuerza sus tesis de Posdata, libro cuya aparición, hace más de 15 años, causó no poca inquietud y un denso e incómodo silencio en los altos y monolíticos estamentos por él enjuiciados entonces y ahora. En el orden internacional, Paz plantea sus tesis con rigor y elocuente objetividad, que son ya en él norma y costumbre; cosa, por cierto, casi inencontrable en estas repúblicas en donde todo argumento o está lastrado de una emotividad caótica o se encamina inexorable hacia el más ciego dogmatismo) simplificador.Qusiéramos aludir en especial a una parte de las declaraciones de Paz que, a nuestro juicio, merece ser glosada por razones que el lector mismo descubrirá en seguida. Pregunta el entrevistador: "En su libro da la impresión de que Justifica a Estados Unidos y sataniza a la Unión Soviética. Habla del primero como hegemonía y de la URSS como imperialismo arcaico... ¿por qué hegemonía y no imperialismo?". Y responde Octavio Paz: "Como todas las palabras más respetables de la tierra -socialismo, libertad, democracia-, muchas son mal empleadas. Prefiero hegemonía para definir al imperialismo estadounidense, porque, como todos los imperialismos modernos, desde finales del siglo XVIII, tienen características distintas a las del antiguo imperialismo, en el cual lo militar, lo económico y lo ideológico estaban unidos. La expansión de Estados Unidos ha sido, en su origen, de orden económico, subsidiariamente militar, y nunca, excepto negativamente, ideológico. Por eso hablo de hegemonía. El imperialismo clásico implica casi siempre la dominación territorial directa o, a veces, indirecta. Ejemplos: Ucrania o Afganistán, como ocupación directa; Checoslovaquia o Polonia, como indirecta. Además, el imperialismo clásico es una dominación a un tiempo política, militar, ideológica y económica. Todos esos elementos se dan en la dominación rusa...". No podía plantearse con mayor claridad y evidencia lo que a mi juicio constituye uno de los núcleos generadores de la crisis actual del mundo, sobre cuya apocalíptica solución van quedando pocas dudas si nos resolvemos a ver las cosas como son, y no como quisiéramos que fueran.

Avanzando un poco más en el camino indicado por Octavio Paz para entender a cabalidad cuál es el papel que desempeña Estados Unidos en la hecatombe que se avecina, y cuál su responsabilidad en la misma, habría que tornar a una frase de Malraux que hemos citado en otra ocasión y que a mi juicio encierra una verdad desoladora: "La política de Estados Unidos parece ser más bien la del Estado de Indiana". En efecto, a pesar del poderío económico gigantesco logrado en menos de un siglo y el avance tecnológico, conseguido en buena parte a través de aquél, Estados Unidos no ha sido, ni parece que vaya ya a serlo jamás, lo que en la historia suele definir

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se -todo lo convencionalmente que se quiera y con las reservas que aconsejan la experiencia y el vértigo sin memoria de los siglos- una gran nación. El siglo de Augusto, la Europa de Carlos V, el siglo de Luis XIV nacieron, florecieron y murieron integrados, confundidos con la gran corriente de la historia. Cada uno representó en su momento la suma de respuestas y logros que colmaron el desgarrado y vano interrogante que alzan los hombres para conocer la clave de su inescrutable destino. Podríamos, quizá, calificar tales momentos de la vida de Occidente como épocas de un evidente imperialismo. Pero con esa palabra habremos abarcado apenas una estrecha porción de su esencia. Fueron eso y mucho más, y en su derrumbe no arrastraron ni borraron los más altos testimonios del paso del hombre por la tierra. Por el contrario, dejaron un humus fecundador y generoso, de cuya riqueza seguimos alimentándonos. El gran fracaso de Estados Unidos es haber logrado la hegemonía de la que habla Octavio Paz merced a una elefantiásica avidez comercial y sin el menor propósito de entender y modificar, enriqueciéndola, esa vasta y delirante empresa que se llama la civilización de Occidente.

Este diálogo de sordos entre Estados Unidos y sus asociados, y, ni que decir, entre aquéllos y sus rivales, se hace evidente cada vez que un vocero de la Casa Blanca o el presidente Reagan en persona hacen una declaración pública. Ejemplo escalofriante de ello han sido las palabras del doctor Kissinger para justificar los resultados de la comisión bipartidista que preside, destinada a encontrar solución para el siniestro conflicto de Centroamérica.

Kissinger y sus colaboradores nos recuerdan al tan familiar trío de simios, representado en las más variadas formas que pueda imaginarse: no quisieron oír lo que tenían que oír, no quisieron ver lo que debían ver y no quieren decir lo que deberían decir. Y esto porque, al igual que en Oriente Próximo, en Berlín o en Camboya no se puede dialogar de espaldas a la historia y usando únicamente los elementales instrumentos de un empresario codicioso.

Esta visión de Estados Unidos puede resultar, y de hecho lo es, en extremo simplista y enfática., Hay un anverso de la medalla, y en él están grabados los nombres de Emerson, Lincoln, Walt Whitman, H. L. Mencken, Henry James, T. S. Eliot, y lugares como Concord, Harvard, Princeton y Berkeley. Pero, como en el caso de la Luna, éste es, por un tiempo que se nos antoja angustiosamente largo, el lado oculto y en sombra de una nación que sólo nos muestra ya el águila desafiante con sus garras cargadas de dardos mortales.

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