Editorial:

Ola de agitaciones en Marruecos

LAS NOTICIAS de los últimos días dan la sensación de una ola creciente de protestas y manifestaciones, juveniles y populares, en diversos lugares de Marruecos, que ha alcanzado ayer en Nador niveles de violencia gravísimos: se dan cifras, aún no confirmadas, de muertos, de numerosos heridos, algunos de ellos trasladados a hospitales de la vecina ciudad de Melilla. Pero se han producido igualmente choques y enfrentamientos en centros urbanos de casi toda la geografía marroquí, desde Marrakech en el Sur (donde se inició el movimiento), hasta las principales ciudades de Norte. La respuesta repres...

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LAS NOTICIAS de los últimos días dan la sensación de una ola creciente de protestas y manifestaciones, juveniles y populares, en diversos lugares de Marruecos, que ha alcanzado ayer en Nador niveles de violencia gravísimos: se dan cifras, aún no confirmadas, de muertos, de numerosos heridos, algunos de ellos trasladados a hospitales de la vecina ciudad de Melilla. Pero se han producido igualmente choques y enfrentamientos en centros urbanos de casi toda la geografía marroquí, desde Marrakech en el Sur (donde se inició el movimiento), hasta las principales ciudades de Norte. La respuesta represiva ha sido, cómo siempre ocurre en Marruecos, particularmente dura. Se habla incluso de retirada de unidades del Sahara, para reforzar la presencia militar en algunas de las ciudades en las que la efervescencia es mayor; ello da idea de la amplitud y gravedad de esta agitación.Sorprende hasta que punto las causas que han provocado las primeras manifestaciones son, en sí, poco consistentes: el alza de las tasas académicas no se había decretado aún; las subidas de precios que el Gobierno de Rabat se dispone a aplicar aún no es efectiva, salvo en el caso del butano. Es más el temor a esas medidas, la sensación de que se van a producir, la voluntad de rechazarlas de antemano, lo que ha provocado los fuertes disturbios de estos días. Indiscutiblemente hay una causa básica: la miseria. El parentesco con lo ocurrido hace poco en Tunicia es obvio. Según el Banco Mundial, 7 de los 20 millones de habitantes de Marruecos se encuentran por debajo del límite de pobreza absoluta. Pero otro factor, mezclado con el anterior, es la desconfianza hacia el Gobierno, hacia sus declaraciones y promesas. Aquí se evidencia un fracaso serio de la última operación política del rey Hassan II: éste logré el pasado mes de noviembre la incorporación a su Gabinete del partido socialista (USFP), perseguido durante muchos años; pensaba con ello hacer más aceptable para las masas obreras una política económica de rígida austeridad, impuesta no sólo por la crisis sino por los enormes gastos de la guerra del Sahara. No parece que esa presencia socialista haya surtido el efecto buscado; él clima que reflejan las manifestaciones de estos días indica más bien que los socialistas pueden sufrir un serio deterioro de su influencia.

El protagonismo de los estudiantes es, quizá, el rasgo más notable de las actuales manifestaciones. No es un hecho nuevo en Marruecos: recordemos que en 1965 masivas manifestaciones estudiantiles, brutalmente reprimidas por el general Ufkir, llevaron a la disolución de la Asamblea Nacional. Sin duda los estudiantes reflejan la indignación y las protestas de sus familias. Pero indican también el papel importante, quizá decisivo, de un factor ideológico cuya raíz no está en Marruecos. Un retorno a un islamismo combativo que recorre, con los movimientos de un oleaje desigual, grandes zonas del mundo árabe. La fustración ante el fracaso de anteriores proyectos políticos, cómo el nasserismo, está llevando a una curiosa, y contradictoria coincidencia entre un integrismo islámico reaccionario y actitudes de radicalismo revolucionario extremo; todo ello en torno a la exigencia de un retorno a la aplicación dogmática del Corán, interpretada cómo negación total, violenta, de todas las autoridades existentes. Hace algún tiempo, este integrismo islámico se manifestó en universidades argelinas; estuvo igualmente presente en los últimos disturbios de Tunicia.

Hassan II gobierna desde hace 23 años; gobierna, y no solamente reina, ya que de él dependen las principales decisiones en todos los terrenos. Ello acarrea un desgaste indiscutible. Para hacerle frente, y una vez incorporado el partido socialista a su Gobierno, ha decidido celebrar elecciones parlamentarias en el próximo mes de febrero. Quizá la ola de agitaciones de estos días no interrumpa ese proyecto. Pero, si pone de relieve las debilidades de un sistema de poder que, incluso aceptando el pluralismo político y ciertas formas parlamentarias, cristaliza desigualdades sociales escandalosas, mantiene a gran parte de la población en condiciones económicas de miseria, negando los cauces para hacer valer sus intereses esenciales.

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