Tribuna:

América Central, ¿ahora sí?

El 21 de octubre del año pasado, cuando los periodistas me sacaron de la cama a las seis de la mañana en mi casa de México, yo tenía un tema en la punta de la lengua: la invasión inminente de Nicaragua desde el territorio de Honduras. Lo denuncié a los cuatro vientos. Con base en informaciones que no admitían la menor duda y que no provenían de fuentes nicaragüenses, sino norteamericanas. Más aún: había otra persona más preocupa da que yo por la inminencia de esa agresión, y era el propio secretario de Estado de Estados Unidos, George Shultz, quien así se lo había confesado en conversaciones p...

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El 21 de octubre del año pasado, cuando los periodistas me sacaron de la cama a las seis de la mañana en mi casa de México, yo tenía un tema en la punta de la lengua: la invasión inminente de Nicaragua desde el territorio de Honduras. Lo denuncié a los cuatro vientos. Con base en informaciones que no admitían la menor duda y que no provenían de fuentes nicaragüenses, sino norteamericanas. Más aún: había otra persona más preocupa da que yo por la inminencia de esa agresión, y era el propio secretario de Estado de Estados Unidos, George Shultz, quien así se lo había confesado en conversaciones privadas a varios latinoamericanos prominentes que le habían visitado en los días anteriores. El proyecto había sido elaborado por la CIA cuando el secretario de Estado era el general Alexander Haig, y su sucesor lo había recibido como una papa caliente que no sabía dónde poner, y al final, según parece ahora, no le quedó otro recurso que comérsela.Lo más inquietante de las cosas que suceden en América Central es que casi todas son de dominio público y, sin embargo, se manejan como si en realidad fueran infundios puros. Apenas unas horas después de que se publicó y transmitió por todas partes mi denuncia de la invasión inminente, el semanario Newsweek y el diario The New York Times publicaron el plan hasta en sus detalles más ínfimos, y aun con fotografías a todo color de los preparativos que se adelantaban en el territorio de Honduras y muy cerca de la frontera con Nicaragua. Pero 24 horas antes, el presidente de Honduras, Roberto Suazo Córdova, me había mandado una carta muy respetuosa en la cual rechazaba mis declaraciones y me invitaba a viajar a su país para que comprobara su falsedad sobre el terreno. La carta terminaba con una frase .que cobra en estos momentos una significación especial: "Honduras no levantará jamás un arma contra sus vecinos".

Mi determinación de no atender aquella invitación amable y tendenciosa no la tomé solo. Amigos más versados que yo en los misterios de la región y, sobre todo, algunos periodistas extranjeros que se la saben de memoria, me convencieron con toda razón de que iba a meterme en la trampa de no encontrar nada en una frontera extensa y difícil, y a regresar a México con el compromiso ético de divulgarlo también a los cuatro vientos como un acto de contrición ineludible. Había, además, una rara unanimidad en cuanto a los poderes reales del presidente Suazo Córdova. Nadie creía, y menos ahora, que en realidad dispusiera de alguna facultad de decisión, pues había sido impuesto en unas elecciones de fantasía sólo para improvisar en Honduras una apariencia democrática que le hacía falta a Estados Unidos para utilizarla como base de sus intervenciones encubiertas en todo el ámbito de América Central, aun en contra de los deseos y el criterio de su propio secretario de Estado. El poder real lo tiene y lo ejerce con puño de hierro el ministro de Defensa, mientras que el presidente sin presidencia entretiene sus ocios mandándoles telegramas para despistar a los favorecidos por la Fundación Nobel. Habría que recordar que este triste papel de portaviones de tierra firme le ha sido impuesto a Honduras en otras ocasiones de rememoración ingrata. La más escandalosa de ellas, por supuesto, fue haber servido de trampolín a la expedición del general Castillo Armas, en 1954, que derrocó al último Gobierno democrático que ha existido en Guatemala. De modo que, cuando el presidente Suazo Córdova se comprometió en su respuesta a que Honduras no levantaría un arma contra sus vecinos, había motivos de sobra para no creerle. Una vez más, por desgracia, la historia ha dado la razón a los incrédulos.

El porvenir de esa guerra es imprevisible. Alguien que tenía por qué saberlo en Estados Unidos tuvo hace poco la frescura de declarar que la invasión desde Honduras no tiene la finalidad de derrocar al Gobierno de Nicaragua, sino la de mantenerlo en un estado de emergencia permanente. Esto, que podría parecer una tontería, tiene todas las apariencias de ser verdad. En primer término, porque el Gobierno sandinista está bien asentado en el poder, con un apoyo popular más sustancial y decidido de lo que dicen muchos de sus adversarios; y en término segundo, porque los invasores parecen más dispuestos a sobrevivir para cobrar su sueldo que a morir por unas ideas que no tienen. Hay quienes piensan, por otra parte, que la costosa teoría de hostigar sin ganar sólo pretende, por parte del Gobierno de Ronald Reagan, convertir la invasión de Nicaragua en una carta de negociación global; es decir, pararla a cambio de condiciones favorables por parte de los guerrilleros de El Salvador. Lo cual probaría, una vez más, que el principal problema de los Gobiernos de Estados Unidos es su concepción simplista de América Latina.

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Lo malo es que cualquier tentativa de solución negociada en América Central será inútil sin el acuerdo de Estados Unidos, y éste ha encontrado siempre la manera de escamotear todas las que se han propuesto. Ha habido hasta ahora unas 18. Ha habido una iniciativa conjunta de Francia y de México. Ha habido gestiones concretas del primer ministro de Suecia, Olof Palme, y del presidente del Gobierno español, Felipe González. Ha habido una búsqueda constante por parte de la Internacional Socialista. El Gobierno de Estados Unidos ha sido hostil a todas ellas, con un argumento que es como para morirse de risa: dice que son injerencias europeas en los asuntos continentales. Y lo dice nada menos que un Gobierno que apoyó a una potencia extracontinental -el Reino Unido- en su guerra con Argentina. Dentro de aquella misma definición intervencionista habría que incluir la accidentada y todavía incomprensible visita del papa Juan Pablo II a América Central, cuyos únicos resultados reales fueron los de radicalizar las posiciones extremas de los protagonistas.

En todo caso, las iniciativas de acuerdos negociados no son de ahora ni todas son europeas. Al contrario, en El Salvador la propusieron los propios movimientos armados cuando su situación militar no era buena, y la han retirado con mayor énfasis ahora que esa situación es tan favorable que tienen al Gobierno arrinconado, a pesar de la ayuda constante de Estados Unidos y a pesar de la sabiduría de sus asesores militares. Nicaragua, en todo momento, se ha manifestado dispuesta a aceptar toda pro puesta de diálogo. México, por su parte, primero con Francia y luego con Venezuela, ha sido siempre un abanderado del acuerdo pacífico. Este clamor de paz, que viene ya de hace mucho tiempo y que crece cada día, empieza a convertirse en un ser difícil de eludir para el Gobierno de Estados Unidos, que siente crecer ese clamor dentro de su propio ámbito, en el Congreso y en la Prensa, en las universidades y en la calle. Es increíble que a tan pocos años de la derrota de Vietnam, el país más poderoso y próspero del mundo tenga que encarar otra vez a los mismos fantasmas.

El presidente Felipe González, tal vez el hombre que más se ha interesado por la suerte de América Central en estos años, decía hace pocos meses en privado que la falla mayor de las iniciativas de negociación era que todas estaban fundadas en la mejor voluntad, pero que ninguna proponía un método concreto para su aplicación. Ése es el mérito de la irrupción intempestiva y original del presidente Belisarío Betancur en el ajedrez confuso de América Central, del cual Colombia estaba ausente o jugando con fichas infames después de su participación excelente en la recuperación del canal de Panamá. Cualesquiera sean los resultados de esa irrupción, el solo hecho de haberla emprendido, y además con una fórmula práctica, es algo alentador. Confio, además, en que será fructífero.

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