Reportaje:

Feliz regreso del transbordador espacial 'Challenger'

Nuevas vías para la utilización comercial, científica y militar del espacio

El feliz retorno ayer del Challenger demuestra que ya es posible emprender con altas posibilidades de éxito la serie de ambiciosas experiencias programadas para un futuro próximo y destinadas finalmente a proporcionar los conocimientos necesarios para utilizar comercial, científica y hasta militarmente el espacio.El transbordador espacial es la base de Space Transportation System (STS), un sistema revolucionario de transporte, que permitirá realizar con facilidad operaciones en órbitas inferiores a los 1.100 kilómetros de su techo de vuelo: situar satélites, recuperar o reparar otros ya...

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El feliz retorno ayer del Challenger demuestra que ya es posible emprender con altas posibilidades de éxito la serie de ambiciosas experiencias programadas para un futuro próximo y destinadas finalmente a proporcionar los conocimientos necesarios para utilizar comercial, científica y hasta militarmente el espacio.El transbordador espacial es la base de Space Transportation System (STS), un sistema revolucionario de transporte, que permitirá realizar con facilidad operaciones en órbitas inferiores a los 1.100 kilómetros de su techo de vuelo: situar satélites, recuperar o reparar otros ya lanzados y elevar cargas de hasta 30 toneladas (incluido un laboratorio espacial eu ropeo, el Spacelab). Cuenta además con un sistema complementa río, el IUS, para relanzar ingenios espaciales desde la órbita baja del Shuttle hasta órbitas geoestacionarias -36.000 kilómetros- o al espacio interplanetario.

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El Space Shuttle consta de tres partes: un orbitador -en este caso, el Challenger-, dos enormes cohetes aceleradores de combustible sólido (SRB) y un gigantesco tanque exterior (ET), que es el único de los tres no recuperable. Se funde al chocar con la atmósfera, a los ocho minutos de vuelo. Tiene 47 metros de largo, 8,4 de diámetro y pesa en vacío más de 32 toneladas. El combustible que transporta -590 toneladas de oxígeno e hidrógeno líquidos- alimenta el sistema de propulsión principal y se agota a los 8 minutos y 36 segundos de vuelo, cuando el orbitador viaja ya 15 veces más rápido que el sonido y a 120 kilómetros de altura.

Los SRB convierten el Shuttle en el ingenio espacial de mayor potencia conocida. Para lograr el tremendo empuje total de más de 2.500 toneladas a los 2,64 segundos de la cuenta adelante deben quemar las 590 toneladas de combustible sólido en dos minutos. Estos dos grandes cilindros, de 45,5 metros de largo y 3,5 de diámetro, consumen 94.400 kilogramos de aluminio en polvo, 412.000 kilogramos de perclorato amónico (oxidante), 1.003 kilogramos de hierro en polvo (catalizador) y algo más de 82 toneladas de otra serie de sustancias que actúan como excipiente. Agotado su combustible, los SRB se sueltan automáticamente y descienden sobre el océano Índico, retenidos por tres paracaídas principales y uno auxiliar.

El orbitador tiene un tamaño equivalente a un DC-9. Mide 37 metros de largo y 17 de alto, tiene una envergadura de alas de 24 metros y pesa en vacío 79.500 kilogramos.

Segunda versión

El Challenger presenta díferencias con respecto al Columbia, su antecesor. Ha adelgazado 907 kilogramos a base de reducir el espesor de los tabiques y suelos interiores, hasta el punto de que en tierra no soportan el peso de una persona. Esto se traduce en una incomodidad adicional para los técnicos de comprobación de instrumentos, que tienen que pisar sobre plataformas reforzadas. Además, se han suprimido dos de los seis tanques de agua, cuya misión era aportar una refrigeración adicional a las puertas de la bodega de carga en caso de sobrecalentamiento.

Tampoco llevó el Challenger los asientos eyectables, que, en caso de emergencia durante el despegue o el aterrizaje, habrían disparado al exterior al piloto y al comandante del Columbia. La visualización en las pantallas de control ha mejorado y se han incorporado nuevas antenas para el seguimiento y recogida de datos.

Las diferencias principales, sin embargo, están en el exterior de ambos orbitadores. La experiencia del Columbia ha permitido encontrar nuevos materiales aislantes para soportar las altas temperaturas de la reentrada en la atmósfera. Las nuevas losetas de protección son más densas y tienen un anclaje más seguro sobre la superficie del orbitador. De las 32.000 losetas del Columbia se han eliminado 606, correspondientes a la zona blanca o de temperaturas suaves (entre 370º y 650º), sustituidas por un nuevo material acolchado. Se han mantenido, en cambio, las de carbón-carbón reforzado del morro y bordes de las alas, que pueden soportar hasta 1.650º.

También los publicitarios han aportado su grano de arena. Cambiaron de lugar las siglas USA y la bandera americana e incorporaron el nombre de la nave debajo de las ventanas de la cabina, para que podamos verlo cuando el orbitador vuela con las puertas de la bodega abiertas.

Propulsión para 56 vuelos

El sistema autónomo de propulsión de la nave tiene tres motores principales, que proporcionan cada uno un empuje de más de 170 toneladas. Están calculados para

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funcionar durante más de siete horas y media. Como en cada vuelo sólo intervienen durante ocho minutos -lo que dura el combustible del tanque externo-, la cuenta es fácil: pueden utilizarse durante 56 vuelos, aunque razones de seguridad aconsejan no sobrepasar el vuelo número 55.

La electricidad necesaria para7 los servicios de a bordo se obtiene en las fuel cells, donde se combina químicamente oxígeno e hidrógeno. Además de energía, de la reacción se obtiene un subproducto interesante, agua, a razón de tres litros por hora, que se utiliza en el sistema de refrigeración y para cubrir las necesidades de los servicíos higiénicos.

No necesita superhombres

La NASA, con el Space Shuttle, ya no necesita superhombres para ir al espacio. La selección de personal no impone más limitaciones que medir entre 1,62 metros y 1,93 metros de estatura, poseer el grado de bachelor en ingeniería, fisica o matemáticas, pasar unas pruebas fisicas no demasiado rigurosas y tener una experiencia superior a las 1.000 horas de vuelo, preferentemente en aviones a reacción, condición esta última que no es necesaria en el caso de los especíalistas. Ya no hace falta pertenecer al sexo masculino, medir 1,80 metros o tener menos de 40 años, como ocurría en el proyecto Mercury. Las condiciones de a bordo son bastante más cómodas que en proyectos anteriores. Incluso el mareo ha dejado de ser un problema gracias a una sustancia antihistamínica que se filtra a través de la piel de los astronautas y que ellos mismos se administran con una, especie de tirita que pegan detrás de su oreja derecha.

La aceleración máxima a la que se ve sometido un tripulante del Shuttle es tres veces superior a la atracción de la gravedad (3 G), equivalente a la que se puede experimentar en alguna de las montañas rusas de los parques de atracciones de Estados Unidos. Durante los vuelos Apolo, los astronautas llegaron a experimentar aceleraciones de 7 G, es decir, a multiplicar por siete su peso en la Tierra.

La preparación mental de los astronautas sigue siendo, en cambio, rigurosa. Han de afrontar tremendas tensiones y, entre ellas, los 13 minutos de pérdida de comunicación que se producen en la bajada. Esta pérdida de contacto se debe a que en su entrada en la atmósfera la nave calienta e ioniza el aire circundante, originando una envoltura eléctrica que bloquea las comunicaciones de radio.

También ha de ser vencido el trauma del paseo espacial. A la enorme soledad que se experimenta fuera de la nave se une la tensión de vestir el nuevo traje espacial, mejor llamado unidad de actividades extravehiculares. Durante cinco horas, los especialistas Musgrave y Peterson tuvieron que chequear el correcto funcionamiento y ensamblaje de una vestimenta, calculada para enfundarse en cinco minutos. Los fallos producidos durante el anterior vuelo del Columbia, y que impidieron la salida al exterior de Lenoir y Allen, aconsejaron exagerar las precauciones

Por otra parte, como la atmósfera interior de la nave está com puesta por un 79% de nitrógeno y un 21 % de oxígeno, y el traje espa cial se alimenta de oxigeno puro y se mantiene a una presión muy inferior a la de la cabina, los especialistas tuvieron que pasar por un proceso similar al de los buceadores. Dos horas antes de la salida al exterior, comenzaron a respirar oxígeno puro, que les eliminó el nitrógeno de la sangre y con ello el riesgo de una embolia gaseosa o una narcosis.

Durante la misión del Challenger, el paseo espacial ha servido fundamentalmente para comprobar que el traje funciona y que, en adelante, podrán realizarse operaciones extravehiculares.

La NASA tiene una lista de pedidos para realizar pruebas a bordo del orbitador que supera las 350 reservas, encargadas por organísmos científicos y compañías privadas de 13 países y también por el Pentágono y las USAF. Todos los experimentos deben cumplir como requisito no pesar más de 91 kilogramos y ocupar menos de 1,4 metros cúbicos. Tienen, además, que ser automáticos y autosuficientes en cuanto a energía. Los precios por la utilización del orbitador oscilan entre los 3.000 y los 10.000 dólares (entre 400.000 y 1.500.000 pesetas).

Experimentos

El primero de los experimentos realizados en el Challenger fue patrocinado por el periódico japonés Asahi Shumbun, que pidió, a través de sus 8.500.000 ejemplares de tirada diaria, la colaboración de sus lectores. De entre las 17.000 ideas recibidas triunfó la propuesta por los estudiantes Haruhiko Oda y Toshio Ogawa sobre la formación de cristales de hielo en condiciones de microgravedad, que pretende emular al fallecido físico japonés Ikichiro Nakaya, quien en 1936 obtuvo el primer cristal de hielo artificial.

Otro experimento lo patrocinó una compañía de semillasde Carolina del Sur, la George W. Park. Adelantándose al futuro, en el que las ciudades espaciales necesitarán cultivar sus propios vegetales, partiendo de semillas enviadas desde la Tierra, la compañía americana desea aprender ya a empaquetar esas semillas y averiguar los efectos que sobre ellas pueden producir las fluctuaciones extremas de temperatura, la falta de gravedad y las radiaciones cósmicas, e incluso estudiar la posibilidad de mutaciones.

Los cadetes de la Academia de las Fuerzas Aéreas seleccionaron otros seis experimentos, que, puso en marcha el coronel Bobko, como primer graduado del centro que vuela en un orbitador.

Cuando se analicen todos los resultados, dos de los experimentos aportarán importantes conocimientos para las expectativas de expansión del hombre fuera de nuetro planeta, como son la manera de soldar vigas metálicas en el espacio y los efectos que la micro gravedad y las radiaciones produ cen sobre los microorganismos. Los cuatro experimentos restantes obtendrán datos sobre mejoras en las aleaciones, purificación de metales, obtención de metales esponjosos y galvanoplastia en condiciones de vacío y microgravedad.

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