Cartas al director

Más sabios, más justos

Existen muchas formas de bombardeo, en el sentido convencional y bélico de la expresión. Luego hay otras que en la jerga usual aluden a ese destrozo mental y volitivo de las gentes, desde el imperante comer el coco, pasando por las diferentes clases de lavado de cerebro, mentalizar, concienciar, etcétera.Recientemente, el flamante titular del Departamento de Cultura ha dicho algo muy importante: potenciar la lectura, instalar bibliotecas. Ahí reside el meollo de la cultura. No conozco a ningún lector empedernido que sea infeliz. Si acaso, escéptico o mordiente a veces. Pero ha co...

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Existen muchas formas de bombardeo, en el sentido convencional y bélico de la expresión. Luego hay otras que en la jerga usual aluden a ese destrozo mental y volitivo de las gentes, desde el imperante comer el coco, pasando por las diferentes clases de lavado de cerebro, mentalizar, concienciar, etcétera.Recientemente, el flamante titular del Departamento de Cultura ha dicho algo muy importante: potenciar la lectura, instalar bibliotecas. Ahí reside el meollo de la cultura. No conozco a ningún lector empedernido que sea infeliz. Si acaso, escéptico o mordiente a veces. Pero ha conseguido esa vida interior que solamente ella conduce a la libertad. Esta no es algo material, palpable. Por supuesto que florece en unos marcos jurídicos que la impiden marchitarse. Pero sus jardineros deben ser cultos, porque sólo así la comprenderán y mantendrán perenne.

Indudablemente, la juventud actual está mejor preparada que la de generaciones precedentes. Pero, ¿preparada para qué? Para buscar un trabajo, para opositar. La competencia es feroz. El nivel medio de conocimientos, acorde con la pluralidad de medios audiovisuales, admirable. Pero, ¿y la lectura? ¿Y la meditación sobre las lecturas? Estudiar y leer son cosas distintas. Lo primero, necesario y obligado. Lo segundo irriga los esquemas mentales del individuo, le hace hombre. Parádigma del primer supuesto es el de aquel admirado estudiante de derecho que al llegar a quinto curso de su licenciatura se sabía de memoria el Código Civil. Yo pregunté al portavoz de tal maravilla: ¿Y qué?". Sí. ¿Y qué? ¿Qué demostraba el loro jurídico? Si conocía de pe a pa uno denuestros más venerables y magníficos cuerpos legales y no conocía la vida cotidiana, el gozo infinito de una lectura reposada y docente, la vida, en una palabra, ¿de qué le valía su alarde?

No nos engañemos: un país culto no es aquel cuyo índice de estudiantes, posgraduados o profesionales es alto. Será un país tecnificado. Un país culto es, por ejemplo, Austria. Cuenta Stefan Zweig, en su Viena de ayer, que al ofrecerse en un teatro la sesión musical postrera, previa a su derribo, los asistentes iban cogiendo pedazos de madera para llevarlos como recuerdo a sus hogares. Esto, creo, es cultura; es humanismo.

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Por eso, ante la promesa oficial de potenciación de la lectura debemos aplaudir sinceramente tan beau geste. Y si puede hacerse lo propio con el teatro y con la música, miel sobre hojuelas.

Ya se ha roto una brecha importante en Televisión Española con ese delicioso espacio sobre literatura que se inició enseñándonos la Biblioteca Nacional, présentándonos a su actual director, y este, a su vez, en lenguaje llano y ameno, cómo funciona, cuál es su misión, sus particularidades, etcétera.

Bien están los bombardeos comerciales, pero mejor aún si, contra sus destrozos indudables, oponemos unas buenas trincheras de tantas obras maestras que indefectiblemente nos harán más sabios, más justos, más libres; en una palabra, verdaderos hombres. / Luis Uría.

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