Editorial:

El ejemplo sueco y la devaluación de la peseta

EN EL invierno de 1967 la primera medida de gobiemo de la socialdemocracia alemana, tras ganar las elecciones generales, fue la revaluación del ibarco. Hace unas semanas el Gobierno socialista sueco de Olof Palme, nada mas reconquistar el poder, adoptaba, en cambio, la decisión de devaluar la corona en un 16%. Tan encontradas medidas, basadas en razones también diversas, tuvieron, sin embargo, un elemento político en común, que no es otro que la capacidad para afrontar en caliente y sin demoras soluciones a problemas urgentes.Los socialistas alemanes de 1967 sostenían que una apreciación de la...

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EN EL invierno de 1967 la primera medida de gobiemo de la socialdemocracia alemana, tras ganar las elecciones generales, fue la revaluación del ibarco. Hace unas semanas el Gobierno socialista sueco de Olof Palme, nada mas reconquistar el poder, adoptaba, en cambio, la decisión de devaluar la corona en un 16%. Tan encontradas medidas, basadas en razones también diversas, tuvieron, sin embargo, un elemento político en común, que no es otro que la capacidad para afrontar en caliente y sin demoras soluciones a problemas urgentes.Los socialistas alemanes de 1967 sostenían que una apreciación de la moneda permitiría cosechar los frutos de unos años de fuerte crecimiento de las exportaciones y de un enorme esfuerzo laboral. Una moneda fuerte abarataba las importaciones y era un excelente cortafuegos contra la inflación. Los temores mercantilistas de los partidos del centro derecha a una pérdida de competitividad de las exportaciones alemanas no se cumplieron. Durante años la economía alemana mantuvo su fuerte dinamismo exportador, mientras que el incremento del nivel de vida de su población se convirtió en la locomotora del desarrollo económico de la CEE. La apreciación del marco alemán, en última instancia, era una exigencia del sistema financiero internacional y de la solidaridad entre los países comerciantes, como alguna vez lo tendrá que ser la apreciación del yen japonés, desaparecida la coartada de la crisis del petróleo.

Las exigencias con que se encontraba la economía sueca al ganar Palme las elecciones eran distintas. El saldo de los intercambios anuales de bienes y servicios resultaba negativo, de forma tal que, aun el supuesto de que la actividad se hubiese recuperado, los números rojos de su balanza de pagos habrían resultado difíciles de tolerar. El endeudamiento frente al exterior estaba, además, creciendo rápidamente y, sin embargo, también aumentaba el paro, mientras la inversión continuaba decreciendo. La devaluación de la corona trata ahora de restablecer la competitividad del sector industrial frente. al exterior y de contener la caída del empleo. Sin embargo, la magnitud del reajuste ha sido muy criticada en los círculos económicos internacionales por los problemas que puede originar a los países competidores y, en definitiva, porque el ejemplo de cualquier medida de empobrecimiento del vecino reaviva los temores a la repetición de los años treinta.

Según algunos críticos, los desequilibrios de la economía sueca no procedían de una apreciación excesiva de¡ tipo de cambio, sino que eran el reflejo de un país que vive, a pesar de su alta productividad y envidiable organización, por encima de sus posibilidades. De acuerdo con esta interpretación, la industria sueca subsiste gracias a las ayudas estatales, que aumentan de modo constante, y sólo la progresiva desaparición de tales ayudas devolvería a la estructura industrial las bases de un crecimiento saneado. Además, el déficit exterior no sería consecuencia solo de un estancamiento de las exportaciones, sino también del crecimiento de una demanda interior superior a los recursos reales de la economía.

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Las críticas han sido recogidas por las autoridades suecas en el sentido de corregir rápidamente los excesos. El gasto público será reducido, y los impuestos, en especial los referentes al consumo, incrementados. Asimismo, los aumentos de precios derivados de la depreciación de la corona no podrán tomarse como referencia para los aumentos salariales, que experimentarán una pérdida por lo menos equivalente a la que produzca la depreciación. La política monetaria mantendrá un rigor estricto y la contención presupuestaria de los gastos corrientes permitirá desviar mayores recursos hacia la inversión pública, que será utilizada como palanca de la inversión privada.

Si la estabilización de la economía sueca se consigue, la devaluación de la corona habrá alcanzado su objetivo de mejorar la competitividad del sistema y servir de estímulo al crecimiento del empleo. En caso contrario, Suecia correrá el riesgo de una nueva devaluación, al tiempo que seguirá aumentando el paro y creciendo el endeudamiento exterior. Pero no puede negarse el coraje de Palme al tomar estas drásticas medidas nada más ganar las elecciones.

El futuro Gobierno socialista de Felipe González debería estudiar con atención.esta reacción fulminante de sus compañeros suecos para adoptar de forma inmediata las medidas -por dolorosas que sean- que considere indispensables para arreglar nuestra maltrecha economía. El Gobierno en funciones ha repetido hasta la saciedad que no existían razones para alterar la estrategia de aceptar la depreciación de la peseta frente al dolar en términos equivalentes al de las demás monedas. Durante los últimos días han surgido inquietantes síntomas de maniobras especulativas contra la peseta que, de confirmarse, obligarían a replantearse esa política. Sería lamentable que los buenos augurios con que cuenta el futuro Gobierno de Felipe González se vieran contrarrestados por una sangría de reservas ayudada por la falta de decisión de unos y otros para adoptar las medidas pertinentes para cortarla.

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