Visita de Juan Pablo II a España

"Conozco vuestros esfuerzos como trabajadores y las mejoras a las que tenéis pleno derecho"

Visiblemente cansado, pero con la sempierna sonrisa de atleta bondadoso, Juan Pablo II descendió ayer de su helicóptero, pocos minutos después de las cuatro de la tarde, en un campo de rugby de la barriada suburbial de Orcasitas, en la zona sur de Madrid. Desde el improvisado helipuerto, el Papa recorrió en uno de los vehículos especiales blindados los tres o cuatro kilómetros que le separaban del lugar previsto para la celebración de. la misa, totalmente cubiertos por un público entusiasta, en su mayoría obreros e inmigrantes.

El acto religioso se celebró junto a la nueva iglesia de Sa...

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Visiblemente cansado, pero con la sempierna sonrisa de atleta bondadoso, Juan Pablo II descendió ayer de su helicóptero, pocos minutos después de las cuatro de la tarde, en un campo de rugby de la barriada suburbial de Orcasitas, en la zona sur de Madrid. Desde el improvisado helipuerto, el Papa recorrió en uno de los vehículos especiales blindados los tres o cuatro kilómetros que le separaban del lugar previsto para la celebración de. la misa, totalmente cubiertos por un público entusiasta, en su mayoría obreros e inmigrantes.

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El acto religioso se celebró junto a la nueva iglesia de San Bartolomé, oficialmente bendecida ayer. Asistieron varias decenas de miles, de personas congregadas sobre una campa de tierra, que rompieron en aclamaciones cuando Karol Wojtyla hizo su entrada. Antes, la Policía Nacional había retirado dos pancartas en las que familiares de presos pedían para ellos perdón, a secas. El carácter proletario de la zona quedaba de manifiesto, un poco por todas partes. Los carteles anunciadores de la visita del Papa aún dejaban ver un extremo de la sonrisa de Santiago Carrillo o las nubes de algodón en derredor de la silueta de Felipe Gonzalez.La parroquia de Orcasitas, fundada hace veinte años, comenzó a desarrollar sus actividades en un garaje y después pasó a un barracón prefabricado, que desapareció en un incendio. Lo recordaba el párroco desde los micrófonos, mientras dirigía por sexta o séptima vez el canto de un salmo ("Que alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor..."), apoyado por el coro y las notas melosas del armonio. "Es un gran privilegio el que hoy se nos concede", anunciaba el sacerdote. "Vamos a repetir aquella primera misa en la calle de hace veinte años, pero con él Papa. ¡El Papa en Orcasitas! ¡El Papa con los obreros! !Digamos no a la insolidaridad, al pecado en definitiva, a la injusticia!"

El gentío cantaba, convertía la campa en un océano de banderas de papel, saludaba con exclamaciones cada uno de los numerosos helicópteros que sobrevolaron la zona por si era el bueno. El aparato del Rey que usa Wojtyla no pudo ser identificado. Los de las escoltas y el considerable despliege de seguridad que acompaña al Papa recibieron, por delegación, idénticas muestras de devoción e impaciencia en cada caso. El párroco, desde el púlpito callejero, desconcertado como el que más por aquella sucesión de moscones mecánicos, prevenía a la grey. "No sólo venimos aquí a mirar. Al Papa le gusta que se le escuche y que se reflexione sobre sus palabras. Está a punto de venir entre nosotros. !Merodean los helicópteros y eso es buena señal! Ya va a llegar".

Llegó por fin. Los cordones de seguridad se vieron obligados a contener la presión de las primeras filas, impelidas hacía delante por el resto de la muchedumbre en su intento de ver algo. Algunas barreras metálicas estuvieron a punto de caer. Comenzaron a desplomarse espectadores. Los voluntarios de Protección Civil y de la Cruz Roja no cesarían de evacuar los durante las dos horas que duró la presencia del obispo de Roma.

El Papa visitó en la nueva iglesia una exposición de las construcciones parroquiales de la diócesis. Después, unas palabras del cardenal Vicente Enrique y Tarancón para poner de manifiesto la pastoral de acogida de la Iglesia en Madrid, enfrentada a un flujo de 150.000 inmigrantes anuales. La misa fue concelebrada por Juan Pablo II con varias decenas de obispos y sacerdotes. La plataforma preparada era sobria, muy lejana a la aparatosa grandiosidad del escenario construido para la jornada anterior en el paseo de la Castellana. Además del altar escueto y la cruz, un solideo sobre el asiento ocupado por Juan Pablo II proclamaba: "Bonus pastor".

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El Papa pronunció durante treinta minutos una homilía sobre el sentido de la Iglesia y su afán universal, interrumpida en varias ocasiones por los aplausos enfervorizados y la algarabía de los participantes, por ejemplo cuando mencionó los problemas dé los inmigrantes, o dijo que "conozco vuestros esfuerzos como trabajadores, mi deseo es que crezca también vuestra vida de ciudadanos y que se hagan realidad las mejoras con que soñáis y a las que tenéis pleno derecho", o al aludir a "los que se hallan en necesidad, los pobres, las personas enfermas, los ancianos, los minusválidos" como "otras tantas llamadas con que Dios pulsa la puerta de vuestro corazón"; pero también cuando proclamó la necesidad de estimular las vocaciones al sacerdocio entre los jóvenes, en el momento de referirse a la Virgen o después de asegurar: "Cristo está aquí, en medio de vosotros, con vosotros, en vosotros; vosotros. sois parroquia porque estáis unidos a Cristo".

Dos centenares de sacerdotes distribuyeron la comunión a varios miles de personas. Se trasladaron a los puntos extremos de la concentración humana en microbpses de la Empresa Municipal de Transportes, precedidos, como viene siendo costumbre, de paraguas con los colores vaticanos para que pudieran ser identificados. Una auténtica marea de manos elevadas solicitaba con insistencia la presencia de los curas revestidos de blanco, aunque la mayoría no pudo conseguirlo. La masa humana resultaba impenetrable y sólo los que ocupaban las, primeras filas, o los que pudieron extender mucho la mano para recoger la forma lograron satisfacer su deseo. Al término de la misa, el Papa bendijo a la multitud y abandonó el lugar en automóvil.

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