Tribuna:

América Latina y los polacólogos

Las toneladas de comentarios, opiniones, delirios y exabruptos acumulados en los últimos meses por los medios de información sobre la grave situación polaca han acabado por distorsionar de tal manera la estricta noticia que cada vez resulta más difícil reconocer y analizar los datos reales. Quizá por eso han pasado inadvertidas dos referencias que hasta ese momento tenían el carácter de inéditas en el inquietante tablero internacional.Por lo pronto, hay que reconocer el hecho, más bien desalentador, de que por primera vez en la historia se haya producido un golpe militar en un país socialista,...

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Las toneladas de comentarios, opiniones, delirios y exabruptos acumulados en los últimos meses por los medios de información sobre la grave situación polaca han acabado por distorsionar de tal manera la estricta noticia que cada vez resulta más difícil reconocer y analizar los datos reales. Quizá por eso han pasado inadvertidas dos referencias que hasta ese momento tenían el carácter de inéditas en el inquietante tablero internacional.Por lo pronto, hay que reconocer el hecho, más bien desalentador, de que por primera vez en la historia se haya producido un golpe militar en un país socialista, y más aún, que esa situación de fuerza tenga su visible origen en un proceso de deterioro en el seno del POUP. El divorcio de éste con los sectores populares, e incluso la desembozada corrupción de muchos de sus dirigentes, agregados a planteamientos económicos especialmente desafortunados, fueron, sin duda, generando un creciente malestar a nivel de pueblo. Semejante desarrollo, que habría sido grave en cualquier país socialista, lo fue particularmente en Polonia, donde la mitad de la población no se siente ni se reconoce marxista y sí inevitable y militantemente católica. Precisamente, en la demostrada debilidad del Partido Comunista Polaco y en la tradicional fuerza de la Iglesia local se asentó el repentino ascenso de Solidaridad, el sindicato liderado por Lech Walessa.

En un extenso reportaje que concediera a un conocido periodista mexicano, alguien tan insospechable de anticomunismo como Fidel Castro señaló que en Polonia se habían "cometido errores sumamente serios", agregando que habían sido "violados los principios y las normas en el seno del partido y del Gobierno". Para el dirigente cubano la violación más grave fue "no tomar en cuenta a la base. Por si fuera poco, ha habido casos de corrupción dentro del Estado, dentro de la Administración y dentro del partido". Y concluía: "Se ha descuidado la lucha política y la lucha ideológica en el corazón de la sociedad polaca. Aquí fallaron, otra vez, el partido y el Estado. Se comprende que su autoridad y prestigio hayan declinado y cada día les sea más dificil resolver los problemas que se les presentan".

Que los sectores más reaccionarios de todo el mundo aprovecharan al máximo ese flanco débil del orbe socialista, no debe sorprender. Durante algunas semanas fue evidente que en los altares de la OTAN se rezaba fervorosamente por que la Unión Soviética invadiera de una vez Polonia, a fin de justificar una posterior invasión norteamericana a Cuba o Nicaragua y una ayuda masiva a los militares salvadoreños. Sin embargo, aquellas fervientes oraciones no fueron oídas: por alguna razón, la URSS no invadió y las trasnacionales de la información tuvieron que conformarse con hincarle el diente al golpe de Jaruzelski, tratando infructuosamente de compararlo con el de Pinochet, aunque hubiera unos 19.995 muertos de diferencia:

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Derechos y lado derecho

Hay, asímismo, un segundo dato (extrañamente obviado por los comentaristas occidentales) que significa una jugada verdaderamente insólita en los usos y abusos del viejo tablero. Los fervorosos discursos de Reagan, en su loable apoyo a Solidaridad, implican una actitud que es toda una novedad: por primera vez, en su autoritario curriculum, Estados Unidos sale en defensa de los obreros. Sólo debido a nuestra cortedad tercermundista no salimos a la calle con pancartas que, en vez de "Yankee go home", digan simplemente: "¡Albricias!".

Que una poderosa nación que siempre y dondequiera ha apoyado a los explotadores, a los grandes latifundistas, a los monopolios y a las transnacionales, y que en su propio predio tiene un turbio historial que abarca desde los mártires de Chicago hasta el reciente y masivo despido de los controladores aéreos con motivo de una corriente y razonable huelga; que una potencia tan antiobrera y naocolonialista brinde un apoyo espectacular a los trabajadores de Solidaridad representa un hecho por lo menos curioso. Quizá deba aderezarse esta comprobación con algunas preguntas de rigor. ¿Qué habrá encontrado la Casa Blanca en los obreros polacos que no tengan los demás trabajadores del mundo? ¿Será este gesto el prólogo a un próximo y bienvenido apoyo, igualmente entusiasta, de EE UU a la clase obrera de Chile, Argentina, Uruguay y otros países del Tercer Mundo que padecen dictaduras militares extremadamente gratas al Depqrtamento de Estado y a la CIA?

Hasta ahora los gobernantes norteamericanos habían manifestado con cierta intermitencia una preocupación, más efectista que efectiva, por los derechos humanos, pero de a poco nos hemos enterado de que en ese desvelo la palabra derecho no significaba facultad o atributo o libre albedrío, sino diestro o antizurdo o flanco opuesto al corazón: lado derecho en fin. ¿Habrá llegado por ventura la ocasión de que el Departamento de Estado se preocupe no sólo de los derechos, sino de los izquierdos humanos?

Para el caso de que así fuera, convendría acercarle al presidente Reagan (que tanto ha hecho últimamente por la unidad latinoamericana) alguna información sobre la situación de esos izquierdos humanos en un pequeño país como el mío, de menos de tres millones de habitantes y con un porcentaje de presos políticos, ciudadanos torturados y exiliados forzosos, que no tiene parangón a escala mundial. Siempre que concurren al Uruguay delegaciones integradas por prestigiosos juristas europeos con el fin de interesarse por el general Líber Seregni, presidente del Frente Amplio, que lleva más de ocho años entre rejas, las autoridades militares ni siquiera permiten que los distinguidos visitantes se entrevisten con el preso. Esa tozuda reacción también ha tenido lugar frente a personalidades e instituciones internacionales que se han preocupado por el grave estado de salud de dirigentes políticos como José Luis Massera, Raúl Sendic o Héctor Rodríguez.

Un niño por minuto

Es explicable que el presidente Reagan se inquiete por las condiciones de confinamiento de Lech Walesa, pero si se considera que éste puede (así al menos lo han informado las agencias norteamericanas) ver diariamente televisión, disponer de amplio material de lectura y confortable alojamiento, así como recibir a familiares y amigos, incluido entre éstos el purpurado representante del papa Wojtyla, ¿no sería lógico que el actual inquilino de la Casa Blanca mostrara la misma tierna solicitud por otros presos sindicales y políticos que viven en un régimen carcelario inconmensurablemente más duro, que incluye torturas, deficiente o ninguna atención médica, incomunicación, pésimas condiciones de alimentación y alojamiento? ¿Acaso nos acompañarían los preocupados polacólogos norteamericanos en una vasta campaña internacional destina da a que, como primera y urgente medida, los presos políticos y sindicales de Uruguay tuvieran por lo menos el mismo tratamiento carcelario que los presos polacos? No estaría mal, sobre todo si se considera que por ahora no parece haber posibilidades de que tengamos en Roma un Papa uruguayo.

Que Polonia sea Polonia. Así reza la contundente (y compartible) consigna que Estados Unidos ha hecho repiquetear a nivel mundial. Excelente. Todos estamos de acuerdo. Pero, ¿nos acompañarían esos rostros pálidos en una campaña destinada a que (como bien ha sugerido Eduardo Galeano en estas mismas páginas) El Salvador sea El Salvador, Chile sea Chile, Uruguay sea Uruguay? Ojalá recupere pronto su libertad Lech Walessa, pero ojalá se liberen también (las prisiones de América Latina carecen de televisión, pero tienen picana) los numerosos dirigentes políticos y sindicales encarcelados en nuestros países.

Experiencia

Polonia es, para las izquierdas de todo el mundo, una experiencia a analizar con objetividad y serenidad, una enseñanza dolorosa en la que será preciso profundizar sin esquematismos ni prejuicios. Pero también habrá que analizar cuidadosamente el comportamiento de Estados Unidos en relación con esta crisis.

En realidad, es formidable que, a través del estallante caso polaco, Estados Unidos en general y el presidente Reagan en particular, hayan descubierto, antes de que concluya el siglo XX, que efectivamente existe la clase obrera y que debe defenderse con ardor la libertad de un líder sindical. Ojalá amplíen rápidamente su verdad revelada a las olvidadas zonas del ancho Tercer Mundo. Ahora sólo cabe esperar que si, por alguna razón, llega a morir de hambre algún niño de Cracovia o de Gdansk, Reagan y su equipo también se enteren de que por esa misma causa muere en América Latina un niño por minuto.

Mario Benedetti es escritor uruguayo.

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