Tribuna:

El Papa y el holocausto

Apenas se anunció la visita de Yasir Arafat al Papa, se desencadenó una tormenta de padre y muy señor mío en el ruedo del novísimo sanedrín israelí. Lo más extraño ha sido la virulencia de la protesta, agrandada por la razón máxima esgrimida por los dos grandes rabinos -sefardí y askenazi- de la nueva nación mediterránea.Los israelíes (espero que la inmensa mayoría de los judíos sean más sensatos y no padezcan de amnesia) esgrimen el argumento de que el Vaticano quedó mudo, sordo e impasible ante el famoso y horrible holocausto de que fueron víctimas los judíos bajo la tiranía insoñable de Ado...

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Apenas se anunció la visita de Yasir Arafat al Papa, se desencadenó una tormenta de padre y muy señor mío en el ruedo del novísimo sanedrín israelí. Lo más extraño ha sido la virulencia de la protesta, agrandada por la razón máxima esgrimida por los dos grandes rabinos -sefardí y askenazi- de la nueva nación mediterránea.Los israelíes (espero que la inmensa mayoría de los judíos sean más sensatos y no padezcan de amnesia) esgrimen el argumento de que el Vaticano quedó mudo, sordo e impasible ante el famoso y horrible holocausto de que fueron víctimas los judíos bajo la tiranía insoñable de Adolf Hitler.

Este argumento tiene dos respuestas. La primera es -como decían los escolásticos- "negar el supuesto". Ni el Vaticano ni la Iglesia católica, en general, se quedaron impasibles ante el holocausto israelita. No es ésta ocasión de aportar cifras y de aducir datos. Personalmente, tengo un recuerdo entrañable: durante los años previos a la segunda guerra, yo estudiaba ciencias bíblicas en Roma y, como complemento, asistía, a veces, con mis compañeros (todos ellos clérigos católicos), a las ceremonias judías en la gran sinagoga del Tíber, cuyo gran rabino nos acogía con una amabilidad exquisita. Se llamaba Israel Zolli y tenía cara de santo.

Pues bien, cuando ya había terminado la segunda guerra y los judíos eran incluso mimados por haber sido las grandes víctimas, recibí en Sevilla, donde residía, un librito titulado Mi encuentro con Cristo, escrito por un tal Eugenio Zolli; lo abrí y en su cariñosa dedicatoria me decía que aquel libro era la expresión de su conversión al catolicismo, donde se había bautizado con el nombre Eugenio (Pío XII), como agradecimiento a lo que el Papa había hecho por los judíos.

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La segunda respuesta a la irritación neosanedrita es todo lo contrario; "admitir el supuesto", o sea, admitir la mudez vaticana ante el tremendo holocausto judío de la segunda guerra. En este caso, lo lógico será alegrarse de que, ¡por fin!, el Vaticano se declara abiertamente contra el holocausto de turno que, sin duda, es el palestino. Y no valen las comparaciones: las torturas pueden ser más o menos refinadas y crueles, pero, al fin y al cabo, el holocausto palestino va camino de consumarse frente a la dureza de una política, con la que estoy seguro no están de acuerdo la mayoría de los judíos -al menos los creyentes- del mundo entero.

¿Y los demás holocaustos?

A los católicos, esta actitud valiente del Papa nos ha hecho olvidar alguna que otra rabieta que su múltiple y variopinta actividad nos haya podido producir. Y como la esperanza es lo nuestro, estamos dispuestos a pasar una esponja por nuestra pizarra cerebral y a soñar con las nuevas condenas valientes que aguardamos del Papa para un futuro próximo.

Porque holocaustos no hubo solamente entonces el judío y hoy el palestino. Para ceñirnos a nuestro propio ámbito histórico y cultural, podríamos convertirnos en coleccionistas de holocaustos que se producen en esa área inmensa de los "trescientos millones" que hablan español. Y para ser sinceros, hemos de reconocer que gestos de valentía y de coraje como el Papa hace con el líder de las víctimas del holocausto palestino no los hace con los grupos representativos de otras víctimas de tanto holocausto ignorado en las tierras donde son precisamente las víctimas y sus líderes los que rezan a Dios en español. Y que no se nos diga que el Papa no puede aprobar la violencia de las guerrillas. Estoy seguro de que nadie interpretará el encuentro Arafat-Wojtyla como una bendición de este último a los modernos alfanges de la morería.

De la misma manera, el hecho de que el Papa ponga su atención en las víctimas de los holocaustos católicos e hispanos no implica que se ponga al lado de la violencia, ni siquiera la revolucionaria.

Solamente quiere decir que el Evangelio echa sus bendiciones sobre los pobres, los perseguidos, los oprimidos, los explotados. Naturalmente, ya sabemos lo que molesta a los principios de la seguridad nacional esta actitud.

Pero, ¿es que el neosanedrín de la nueva y pequeña nación mediterránea es más vulnerable al ímpetu profético de un Papa polaco que la tremenda robustez de la Casa Blanca de la capital del mundo de los explotadores?

Con gran ilusión esperamos que, en suelo español, conjugada con las voces de fray Bartolomé de las Casas, de Domingo de Soto, de fray Bartolomé de Carranza, se oiga la potente voz de un profeta universal que sale valientemente por los fueros de los nuevos indios, que esta vez rezan el padrenuestro para encontrar su propia fraternidad y superar su condición de esclavos.

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