Juan Pablo II, primer Papa católico que entra en la catedral anglicana de Canterbury

Por primera vez en la historia del cristianismo, un papa católico, Juan Pablo II, entró ayer en la catedral de Canterbury, centro religioso del anglicanismo. El arzobispo anglicano Robert Runcie, que representa a 54 millones de fieles de su iglesia desparramados por el mundo, y Juan Pablo II, que es el jefe religioso de ochocientos millones de católicos, celebraron una liturgia religiosa, sin misa, apretada de simbolismos de unidad, impecable en su solemne y sugestiva escenografía.

Todo estaba estudiado. Cada gesto, cada lectura, cada palabra de los discursos del Papa de Roma y del jefe...

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Por primera vez en la historia del cristianismo, un papa católico, Juan Pablo II, entró ayer en la catedral de Canterbury, centro religioso del anglicanismo. El arzobispo anglicano Robert Runcie, que representa a 54 millones de fieles de su iglesia desparramados por el mundo, y Juan Pablo II, que es el jefe religioso de ochocientos millones de católicos, celebraron una liturgia religiosa, sin misa, apretada de simbolismos de unidad, impecable en su solemne y sugestiva escenografía.

Todo estaba estudiado. Cada gesto, cada lectura, cada palabra de los discursos del Papa de Roma y del jefe de los anglicanos. Una comisión conjunta de católicos y anglicanos había acordado la ceremonia. Nunca un pontífice de Roma fue menos papa que ayer por la mañana. Allí, el arzobispo Runcie parecía el papa, vestido con los ornamentos sagrados, de blanco, con mitra y báculo. A su lado, Juan Pablo II, sin báculo ni mitra, con esclavina y estola rojas y solideo blanco.Acompañaron a las dos personalidades religiosas todas las altas jerarquías mundiales de la iglesia anglicana; entre ellas, los primados de Japón y Brasil y los ancianos ex arzobispos de Canterbury, Geoffrey Fisher y Michael Kanisey, que en 1961 y en 1966 se encontraron en Roma con Juan XXIII, el primero, y con Pablo VI, el segundo.

Se evitó meticulosamente en la ceremonia cualquier gesto o palabra que pudiera recordar viejas controversias después de casi cinco siglos de rupturas y polémicas. Fundada por el papa Gregorio Magno, que envió allí a san Agustín a predicar el evangelio, fue escenario sangriento en los años duros de la separación con Roma y de las luchas intestinas entre católicos y anglicanos, y entre éstos y los protestantes puritanos. Allí fue asesinado Thomas Becket por defender la libertad de conciencia y allí fue ejecutado el rey Carlos I.

Juan Pablo II y Robert Runcie rezaron juntos de rodillas, en silencio, en el lugar donde fue asesinado, el 29 de diciembre de 1170, Thomas Becket. Y como para demostrar que ambos aceptan como suprema autoridad, por encima de ambos, la palabra de Dios, colocaron sobre la cátedra de piedra que había utilizado san Agustín el ejemplar del evangelio conservado en Cambridge y que se supone que fue regalado por san Gregorio Magno a san Agustín.

Juntos, Juan Pablo II y el arzobispo de Canterbury dieron la bendición al final de la ceremonia. Con gesto lento, casi sincronizado, para que ni siquiera en ese momento pudiera aparecer supremacía alguna. Al final, como en la última escena de una película que era realidad histórica, ambos se separaron de los fieles y de los otros obispos y cardenales y se alejaron, solos, lentamente.

En su discurso, el arzobispo de Canterbury dijo al Papa de Roma: "Los cristianos no aceptan que el hambre, la enfermedad y la guerra sean inevitables". Y añadió: "Nosotros tenemos en común una visión que desafía las hipótesis simplistas del mundo actual". Runcie tuvo también un recuerdo para las víctimas del conflicto en las Malvinas, a las que calificó de "pérdidas fatales y trágicas".

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Por su parte, Juan Pablo II, en un discurso totalmente religioso, recordó que había llegado a Canterbury "con el amor de Pedro" y como "el que sirve a los demás". Y no hizo ninguna referencia a la guerra de las Malvinas.

Antes de comer, Juan Pablo II y el arzobispo de Canterbury firmaron en el jardín de la abadía una declaración conjunta. En ella se comprometen, entre otras cosas, a constituir una nueva comisión internacional conjunta de teólogos católicos y anglicanos que continúen el estudio de los problemas doctrinales que existen actualmente entre ambas iglesias, como el de la validez de las ordenaciones sacerdotales anglicanas, que fue rechazada por Pío XI.

Afirman que quieren ampliar el diálogo a todas las demás confesiones cristianas no católicas y que desean ponerse "al servicio de la paz, de la libertad del hombre y de su dignidad".

Mientras tanto, ayer se produjo en el centro de Londres una nueva manifestación contra la visita del Papa, en la que participaron unas dos mil personas.

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