Tribuna:

El aborto

Ha llegado hasta mi casa, como en vuelo, por sobre los cambios de sentido y los colores del día, una Virgen románica, embarazada, de cuando la Iglesia aún no había prohibido la representación de vírgenes lactantes o gestantes, en la pintura y la imaginería. Luego, un concilio decretó por votos o deducciones la virginidad de María, que hoy la nueva teología vuelve a poner en cuestión. La Virgen María ha vivido, así, en las iconografías medievales y románicas y primitivas, largos siglos de embarazo, y ahora, sencilla mujer gestante, que se lleva una mano aldeana a la suave curvatura de la túnica...

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Ha llegado hasta mi casa, como en vuelo, por sobre los cambios de sentido y los colores del día, una Virgen románica, embarazada, de cuando la Iglesia aún no había prohibido la representación de vírgenes lactantes o gestantes, en la pintura y la imaginería. Luego, un concilio decretó por votos o deducciones la virginidad de María, que hoy la nueva teología vuelve a poner en cuestión. La Virgen María ha vivido, así, en las iconografías medievales y románicas y primitivas, largos siglos de embarazo, y ahora, sencilla mujer gestante, que se lleva una mano aldeana a la suave curvatura de la túnica, ha venido a posarse, palpitante de carcoma, ingenua de siglos, en una pared de mi casa.La Iglesia, pues, ha cambiado mucho de ideas, no sólo sobre la vida procreativa de la especie en general, sino sobre la vida particular de María. Los cuatro evangelistas se contradicen tanto entre sí que habría que decir de ellos lo que Sartre dice de los astros: "Se sostienen unos a otros, en el cielo, por mutua desconfianza". La dubitación quita autoridad a la Iglesia cuando dicta enterizamente, sobre el aborto, pues que ahora la dubitación es clandestina y se hace puro silencio en el caso de tantas católicas ricas en charter que, como el aborto es pecado, deciden pecar en Londres, que en Londres hay muchas clínicas de pecar. Parece que de lo que se trata es de no ensuciar España, como cuando lo verde empezaba en los Pirineos.

Cuentan anticuarios que hay arzobispados que de tarde en tarde mandan circular al gremio para subastar una pieza religiosa (cosas barrocas y berruguetianas que acabo de ver en los sotabancos de un Madrid revuelto, geológico, y popular como una Bizancio inversa y cheli, que ha definido Cela el castellano, recientemente, corno una cosa que está entre la prosa de Santa Teresa y el cheli de Umbral).

Del mismo modo que la Iglesia española se está autodesamortizando, sin duda por recaudar dinero para más actuales prosperidades y reformas de su apostolado, esto que llamamos la sociedad occidental cristiana se está descristianizando, se está occidentalizando (desprendiendo de tabúes orientales), se está socializando. Decía Darwin, ahora centenariado, que la especie, con su selección, lo hace todo en favor del individuo. La Historia, la cultura, la política lo hacen hoy todo en favor de la sociedad, de "lo social", que es el ente abstracto más concreto que podemos invocar. De ahí la planificación familiar, que el ilustre ginecólogo doctor Paredes ha vivido y estudiado en toda Europa, y me explica en la cena, bajo la Virgen románica, alabeada como un violín, callada de edades como una labriega. Aquí en España, con la dictadura y con la democracia, la planificación familiar está entre el "ir a por la parejita" y el ir a Barajas a coger el charter/aborto, la que puede. A la que no puede ni sabe le meten papela en Bilbao. Lo cual que eso de "la parejita", utopía rosa de los matrimonios españoles que han leído mal a mi admirada Corín Tellado, no es nada aconsejable, según los psicólogos de la infancia, ya que se hacen mucha más compañía, en casa y en la calle, dos niños del mismo sexo. Somos, pues, una sociedad faniltizada por el sexo, del que todo lo ignora. Si la Iglesia ha tardajo siglos en decidir el caso de la Virgen María, ¿cuánto puede llevarle el caso de las obreras de Bilbao? Esta Virgen románica y gestante ayer sobrevoló Madrid, domingos y manifestaciones, sin que nadie mirase para arriba, a posarse en mi casa, que su destino estaba entre rehén de anticuario o desván de catedral, retirada del culto, castigada por la misma Iglesia que la imaginó hace siglos. Aclararse, lo que se dice aclararse, no se aclaran.

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