Tribuna:

El salario y el consumo adulterado

El valor real de un salarlo no se encuentra directamente relacionado con su capacidad de compra. Es necesario además discernir el grado de autenticidad o de adulteración del artículo que se adquiere. En opinión del autor, las organizaciones sindicales han descuidado, acaso por su posición anticonsumista asociada al anticapitalismo, la necesaria reivindicación de controles sobre la calidad del consumo.

La izquierda española, que estuvo en las catacumbas operativas de la política durante prácticamente cuarenta años, surgió de nuevo a la palestra política con ideas anticuadas y atrasadas r...

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El valor real de un salarlo no se encuentra directamente relacionado con su capacidad de compra. Es necesario además discernir el grado de autenticidad o de adulteración del artículo que se adquiere. En opinión del autor, las organizaciones sindicales han descuidado, acaso por su posición anticonsumista asociada al anticapitalismo, la necesaria reivindicación de controles sobre la calidad del consumo.

La izquierda española, que estuvo en las catacumbas operativas de la política durante prácticamente cuarenta años, surgió de nuevo a la palestra política con ideas anticuadas y atrasadas respecto a alguna demanda real de la masa social española. En el tema del aceite de colza desnaturilizado, esta clase política militante española es, en alguna forma, y en mi concepto, después de cuatro años de democracia, un "cómplice" objetivo de que haya existido el infamante genocidio de la industria fraudulenta contra el pueblo de consumidores. No cabe más "complicidad", involuntaria, por supuesto. Ni más "complicidad" ent.recomillada, por omisión y de buena fe.El hecho, sin embargo, es que surgió una izquierda que no tenla en rigor, en su merite, ningún planteamiento político-social-comercial que estuviese en coordinación con la auténtica situación económico-social de la clase consumidora española.

"Aberración capitalista"

Así, nos encontramos con que unos partidos y unos sindicatos de la izquierda han mantenido de alguna forma las mismas actitudes críticas frente al mundo consumis ta, cuando su clase obrera, clase consumidora ya, está teniendo una renta per cápita, estadísticamente hablando, del orden de 5.000 dólares anuales (año 1980), a cuando solamente tenía, en dólares constantes, trescientos dólares (año 1930).

Al no considerar que esas clases obreras eran ya masas consumidoras, no han hecho en absoluto ningún tipo de esfuerzo de naturaleza política en mantener, además, el poder de veracidad adquisitiva de esos salarios. Es decir, no se ha luchado porque el 100% de lo ganado fuese, a la hora de ser invertido como consumo, el 100% de lo exigible, por la clase compradora respecto a la clase vendedora. Han cultivado un prejuicio consistente en considerar el consumo como una "aberración capitalista", por decirlo tópicamente. Sin embargo, los fraudes de cada día han demostrado lo contrario: que bajo ciertas formas el anticonsumismo es un juicio operativamente retrógrado.

De tal forma en España ha sido una "revolución aburguesante" el consumo, que la dictadura fue capaz de hacer a toda esa masa social prescindir de una serie de íactores sociales europeos, como la libertad política o la libre asociación, por ejemplo, y, sin embargo, en las dos últimas décadas, al elevar sus ingresos y, en definitiva, elevar sus bienes, creando la libertad de consumir en opcionalidad de productos y marcas, a través de compras racionales y compras emocionales, consiguió veinte años de indulgencia sociopolítica por lo menos.

Es singular considerar que: el "salto" de esa clase obrera del poder adquisitivo sólo vital al poder adquisitivo casi europeo, lo era partiendo además de la era del racionamiento de posguerra. De tal forma conmocionante, que de hecho se pasaba de los cien granios de pan negro al día a las diez marcas de pan cromático donde elegir cada día.

Los sindicatos no han reiviridicado nunca la puesta en marcha, por ejemplo, del código alimeritario, o más todavía del estatuto del consumidor, puesto que la adulteración y el fraude no se dan solamente en los alimentos, sino en otro sinfín de productos, servicios o suministros que no es necesatrio enumerar.

Consumismo criticado, no racionalizado

El consumismo fue o critica.do, o despreciado, o ignorado, pero no racionalizado, como problema de las masas sociales consumidoras. Indefensas. No adoctrinadas. No exigentistas. Dislocadas.

Pero hay más todavía. Dicha. izquierda, llevada de un afán paternalista de apariencia encomiable hacia los grupos socialmente desvalidos, ha tratado, a través de los ayuntamientos, donde efectivamente ha existido una fuerte presión de esta izquierda, de justificar, entronizar y casi promover la venta callejera frente al comercio regulado.

Es decir, el zoco tercermundista frente al comercio comprometido legalmente controlado.

Ahora, naturalmente, hay al,guna reacción. Pero así y todo... ¿Algún sindicato, por ejemplo, ha creado en sus empresas comisiones antifraude, antiadulteración, pese a ser cuando menos tan consecuente como crear piquetes informativos en las huelgas?

"Los trabajadores", ha declarado Marcelino Camacho, "tienen que defender sus derechos en todo momento, porque, en una sociedad basada en el egoísmo, los empresarios pagarían el mínimo si. no fuera por la presión, y nos harían trabajar veinticuatro horas sobre veinticuatro. Tendríamos, incluso, que estar comiendo raíces o algo así. El pan y el trabajo son, en todo momento, una conquista. Salarios y beneficios originan la lucha".

Aceptando, naturalmente, lo que tiene de simbológico el párrafo de Camacho, refleja, no obstante, estar dialécticamente a mil años luz del problema contemporáneo: El fraude puede recaer no sólo sobre el salario a conquistar, sino sobre el poder veraz de adquisición del salario conquistado.

Roberto Arce es miembro de la Asociación Española de Agencias de Publicidad.

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