Editorial:

Europa, contra los militares turcos

CONDENADO A cuatro meses de prisión, el que fue primer ministro de Turquía, Bülent Ecevit, ha ingresado ya en la cárcel, llevando consigo toda la dignidad civil con que trató de gobernar a su país hasta que la extrema derecha de Demirel le quitó el poder: sólo por unos meses, hasta que las Fuerzas Armadas dieron un golpe de Estado el 12 de septiembre de 1980. El golpe tuvo insensatos elogios por algunos presuntos imitadores: Europa lo acogió con alguna reserva, pero, en el fondo, complacida de que Turquía se deshiciese de forma tan brutal de un neutralismo que apuntába. Empezó ajustificarse co...

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CONDENADO A cuatro meses de prisión, el que fue primer ministro de Turquía, Bülent Ecevit, ha ingresado ya en la cárcel, llevando consigo toda la dignidad civil con que trató de gobernar a su país hasta que la extrema derecha de Demirel le quitó el poder: sólo por unos meses, hasta que las Fuerzas Armadas dieron un golpe de Estado el 12 de septiembre de 1980. El golpe tuvo insensatos elogios por algunos presuntos imitadores: Europa lo acogió con alguna reserva, pero, en el fondo, complacida de que Turquía se deshiciese de forma tan brutal de un neutralismo que apuntába. Empezó ajustificarse como la necesidad de energía frente a un terrorismo doble -de la derecha y de la izquierda-, sin comparación con el de ningún país europeo -4.000 muertos en el último año-; pero pronto se vio que el terrorismo comenzaba a sustituirse por una violencia de Estado, una abundancia de penas de muerte y una supresión de todas las libertades.La naturaleza del delito que ha llevado a Ecevit a la cárcel explica bien la situación: le condenan por haber mantenido actividades políticas a pesar de la prohibición militar, Muchos de los turcos que acogieron la llegada de los militares como un alivio posible se arrepienten hoy de esa posición. Los graves males del país -el paro, la inflación, la pérdida de valor específico de su moneda, la devaluación del trabajo, la corrupción burocrática no han cesado o han aumentado; y a ello se une el miedo a la policía política, a los tribunales políticos, a la represión por la simple expresión de cualquier forma de protesta. Quizá Bülent Ecevit, en la prisión, medite también acerca de las concesiones que hizo durante sus períodos de gobierno para tranquilizar a las Fuerzas Armadas y evitar la creciente voracidad de la extrema derecha. Una voracidad que no se suele calmar con nada: es un pozo sin fondo.

Después de ese primer período de simple inquietud, Europa comienza a reaccionar frente a Turquía. Ya ha sido retirada la recomendación de la Comunidad Económica Europea para que se concedieran a Turquía unos 54.000 millones de pesetas; y Dinamarca y Alemania Occidental han retirado también sus cuotas de los 90.000 millones de pesetas que iba a conceder la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico; otros países van a seguir su ejemplo. Caben pocas dudas de que Turquía va a ser expulsada del Consejo de Europa en los primeros días de 1981.

En Estados Unidos, la solicitud de Reagan de que se aumente la ayuda económica Turquía va a chocar seriamente con el Congreso. En algunos medios políticos de Washington se considera que la llegada a Ankara del secretario de Defensa, Weinberger, precisamente el mismo día en que Ecevit comenzaba a cumplir su injusta pena de prisión, y el intento de Reagan de aumentar el dinero para el Gobierno de los militares, puede producir un antiamericanismo fuerte. Se pone como ejemplo el caso de Grecia, donde la sospecha de que Estados Unidos ayudó al golpe de los coroneles y la realidad de que mantuvieron con él relaciones favorables y le dieron ayuda económica se ha resuelto, ahora, en las elecciones a favor de Papandreu y las amenazas de retirada de la OTAN. La necesidad que tiene Estados Unidos de Turquía, por su posición estratégica junto a la URSS, y con respecto al levantamiento islámico del Irán, simplifica la resolución de Reagan de sostener un Gobierno duro.

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Pero tarde o temprano, ese Gobierno duro de los militares caerá, y puede que Turquía reproduzca la situación actual de Grecia: antiamericanismo y antiotanismo.

Una de las esperanzas europeas -y Turquía es otro de los puntos de contradicción entre la política exterior de Europa y la de Estados Unidos- es que la retirada de la ayuda y la amenaza de expulsión de los organismos europeos detenga el juicio contra 52 sindicalistas, que va a celebrarse el 24 de diciembre: se pide para ellos la pena de muerte. La presión europea no se limita a pedir clemencia para estos presos y para todos los que llenan las cárceles turcas; reclama que renazca la libertad de Prensa (periódicos cerrados, periodistas en prisión y censura para los que quedan), la libertad de los partidos políticos y qqe se realicen, en fin, unas elecciones decentes que permitan el restablecimiento del poder civil.

La confianza de los militares en el poder reposa, sobre todo, en Reagan y sus asesores. Puede que no sea suficiente. La opinión pública va recuperando peso en Estados Unidos, y los congresistas saben que dependen de las elecciones. Algunos aluden ya a que lo que importa para la defensa de Occidente, en un punto tan delicado como lo es Turquia, "es la amistad con el pueblo turco, no solamente con los militares".

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