Editorial:

"Apertura" en Brasil

LAS RELACIONES entre el Gobierno y la oposición civil tratan de salvar la política de apertura en Brasil, que debería culminar en las elecciones legislativas de noviembre de 1982, en las que al mismo tiempo que se elija el Congreso Nacional se elegirán también los Gobiernos de los Estados y los municipios; pero el clima de tensión, los atentados y las explosiones de bombas, conjugados con el creciente malestar social, amenazan gravemente la estabilidad y el compromiso. El general Figueiredo, antiguo jefe de los servicios secretos, que fue elegido presidente por el Congreso en octubre de 1978, ...

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LAS RELACIONES entre el Gobierno y la oposición civil tratan de salvar la política de apertura en Brasil, que debería culminar en las elecciones legislativas de noviembre de 1982, en las que al mismo tiempo que se elija el Congreso Nacional se elegirán también los Gobiernos de los Estados y los municipios; pero el clima de tensión, los atentados y las explosiones de bombas, conjugados con el creciente malestar social, amenazan gravemente la estabilidad y el compromiso. El general Figueiredo, antiguo jefe de los servicios secretos, que fue elegido presidente por el Congreso en octubre de 1978, es ahora denunciado como izquierdista por sus antiguos camaradas de armas y de despacho. Figueiredo, sin embargo, es sólo una con secuencia de la política de apertura realizada en el tiempo del presidente anterior, Geisel, bajo cuyo mandato se aprobaron ya unas reformas constitucionales importantes -establecimiento de la inmunidad parlamentaria, principio de separación de poderes, admisión de nuevos partidos políticos-, y poco después la abolición de la pena de muerte y la supresión de condenas a la cárcel o al exilio por delitos políticos. Figueiredo consiguió una amnistía por delitos políticos -con la exclusión del terrorismo- y comenzó a preparar el camino electoral con la disolución del sistema bipartidista -lo que permitió la reconstrucción de antiguos partidos políticos- y ampliando las posibilidades de propaganda política electoral en la radio y en la televisión.Todo esto sucedía en la época de Carter, es decir, en plena campaña de derechos humanos y de restablecimiento de formas democráticas en Latinoamérica. El Ejército y, principalmente, el servicio secreto, que es el que conduce la política brasileña -los ascensos militares se producen mediante informe de los servicios y favorecen a aquellos que han participado en la política de represión-, ponían entonces a las personas que les parecían adecuadas para esta apertura. Después de la elección de Reagan, los duros del aparato militar piensan que fueron demasiado lejos en sus concesiones; pero no parece que Figueiredo esté dispuesto a dar pasos atrás. Se ha comprometido, demasiado y ha tomado perfectamente en serio su misión. La forma en,que la derecha clásica está tratando de desestabilizarle es la creación del caos terrorista. Se producen las acciones intensas del Comando de Caza a los Comunistas (CCC), lo que en Brasil se llama dispositivo represivo; figuras de la oposición no vacilan en decir que tras todo ello está el poderoso servicio secreto en busca de la forma de destruir la política de liberalización y de regresar al movimiento o revolución de 1964. No sólo altos jefes del Ejército, sino también algunos ministros de Figueiredo, repiten ahora las viejas consignas de lucha contra el comunismo internacional y las acusaciones de que los partidos políticos no son más que caballos de Troya en favor del comunismo y, por consiguiente, de la Unión Soviética (el PC sigue en la ilegalidad, aunque de una manera más bien teórica que práctica; desde hace un año, su secretario general es Días, en sustitución del mítico Carlos Prestes, que volvió del exilio en la URSS e intentó reconstruir la línea dura prosoviética, pero fue alejado). Su tema predilécto es que son el partido comunista y la Unión Soviética quienes están tras los movimientos sociales de protesta.

Uno de los grandes problemas de Brasil es la prolongada sequía en el noreste del país, que pesa sobre la subsistencia de cerca de veinte millones de personas; hay un continuo flujo migratorio que lleva a las víctimas de la sequía a las ciudades en busca de trabajo. No lo obtienen, y a veces provocan manifestaciones o disturbios de gran violencia, en los que se saquean almacenes y comercios. La Iglesia les justifica: «Una persona que se encuentre en un caso de necesidad extrema puede apropiarse lícitamente de la cantidad de bienes materiales que los otros estarían obligados a entregarles en cumplimiento del deber de caridad», dice el cardenal-arzobispo de Fortaleza, Aloisio Lorscheider.

Los partidos de ta oposición están respaldando al Gobierno en la política de apertura. Tras una serie de incidentes y atentados producidos a finales de abril y principios de mayo, se publicó por primera vez un comunicado conjunto del Gobierno y la oposición protestando contra las acciones desestabilizadoras; los contactos no han cesado. Puede considerarse como un intento desesperado para evitar que los reflejos de la era Reagan comprometan los progresos -lentos, cuidadosos, largos- para la apertura, gravemente comprometida en estos momentos.

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