Editorial:

Perplejidad

SI ES preciso creérselo lo creeremos; creeremos cuando dicen que los asaltantes al banco de Barcelona son pistoleros contratados, macarras y gentes de mal vivir. No tan macarras a la postre si bien se mira, toda vez que han rechazado los abundantes millones de pesetas que tenían en su poder en el banco y han preferido rendirse e ir a la cárcel en vez de intentar salir con rehenes y gozar de su botín en Dios sabe dónde. Vaya pistoleros estos, tan honrados que respetan el contrato incluso cuando ya no lo pueden cumplir.Después de esta perplejidad, lo inmediato es una felicitación sincera y profu...

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SI ES preciso creérselo lo creeremos; creeremos cuando dicen que los asaltantes al banco de Barcelona son pistoleros contratados, macarras y gentes de mal vivir. No tan macarras a la postre si bien se mira, toda vez que han rechazado los abundantes millones de pesetas que tenían en su poder en el banco y han preferido rendirse e ir a la cárcel en vez de intentar salir con rehenes y gozar de su botín en Dios sabe dónde. Vaya pistoleros estos, tan honrados que respetan el contrato incluso cuando ya no lo pueden cumplir.Después de esta perplejidad, lo inmediato es una felicitación sincera y profunda a los Grupos Especiales de Operaciones (GEO), que han resuelto de manera eficaz y profesional el asalto contra la sede ocupada del banco.Para felicitar al Gobierno, que merece un parabién a la hora de reconocer el éxito de la "operación rescate", hay que esperar algunas aclaraciones más sobre lo sucedido. Porque no es comprensible que unos pistoleros contratados negocien, como hicieron el domingo por la mañana con el delegado del Gobierno en Cataluña el honor y las seguridad de sus familias, pongan de relieve su honestidad -"no hemos tocado un duro"-, soliciten un avión para escapar y luego se rindan y se vea que son vulgares rufianes. Vulgares rufianes que se expresaban en términos militares, observaban disciplina militar, negociaban castrensemente... Otras versiones dicen que hubo algunos que escaparon entre los rehenes -y no se ponen de acuerdo sobre cuántos lo hicieron, si cinco o seis-; el caso es que, después de que se dijo que había más de veinte atracadores, ahora resulta que sólo fueron poco más de la mitad.

Por todo ello hoy podemos decir que si el Gobierno se ha apuntado un tanto con la feliz resolución de la operación, la perplejidad ciudadana ante sus maneras de hacer ha subido definitivamente casi hasta el infinito.

Información. Esta es la palabra. El Gobierno no tiene información sobre lo que pasa. El Ejecutivo ha perdido credibilidad, y esto es lo grave. Porque aun en el caso de que todo lo que se cuenta del asalto a Barcelona sea verdad, y reconozcamos que lo es, no menos verdad resulta que el primer sorprendido de todos por el resultado es el propio Gobierno: porque él mejor que nadie sabe que lo mismo que sonó una flauta pudo sonar otra.

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Por lo demás, es preciso analizar algunas otras cosas en torno a estos vandálicos sucesos. El golpe del 23 de febrero, uno de los actos más brutales que se han producido en un país civilizado y moderno, no sólo ha recibido desvergonzadas justificaciones y apologías de medios de opinión, grupos políticos y personalidades de la vida pública inequívocamente comprometidos en el proyecto involucionista y, antidemocrático, sino incluso disculpas y actitudes comprensivas de sectores que, de labios hacia afuera, declaran su acatamiento a la Constitución.

Las cuatro plumas de la cobardía han ido empujando a políticos del anterior régimen, publicistas equívocos, portavoces de los grandes grupos económicos y personalidades de relieve en la vida social, hacia ambiguas posiciones que lo mismo les permitan mantener su posición consolidada dentro del régimen constitucional, como pasarse con armas y bagajes a los golpistas, si el triunfo llegará a acompañarles.

Esa campaña de exculpación de los golpistas que tan poderosamente ha contribuido a envalentonar a los asaltantes del Banco Central de Barcelona, se desarrolla en torno a varios motivos. Dejemos a un lado la infame y ya más que susurrada calumnia de que la Corona estaba implicada en los proyectos de los sediciosos y que se descolgó de la intentona a última hora. La debilidad del Gobierno para cortar por lo sano las adherencias de los golpistas en el aparato estatal y en las empresas públicas y su inaudita aceptación de las condiciones de rendición del teniente coronel Tejero, con la humillante e inaceptable consecuencia de que la mayoría de los asaltantes al Congreso de los Diputados se halle no sólo en libertad sino en servicio activo y en posesión de las mismas armas con las que encañonaron a los diputados, han contribuido a crear un clima de opinión intoxicado. Es en este clima de opinión donde los apólogos del golpismo son a veces mirados benévolamente por la autoridad y donde la credibilidad del poder baja a los ojos de los ciudadanos, en el que deben enmarcarse los sucesos de este fin de semana.

Y en este marco, el éxito indudable de la solución al suceso del sábado debe merecer la precaución necesaria por parte del Gabinete a la hora de explotar su triunfalista.

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