Editorial:

El Rey en el País Vasco

HOY INICIA el Rey su visita al País Vasco, la primera desde que accedió a la Jefatura del Estado. Las obvias razones de seguridad que desaconsejaban el viaje real o lo hacían discutible, tanto ahora como en el pasado, no han prevalecido ante las razones de Estado y ante el resuelto valor político de don Juan Carlos, decidido a llevar a Euskadi un mensaje de paz y reconciliación.El viaje del Monarca hubiera sido tal vez posible durante los primeros meses de su reinado, en el caso de que un Gobierno con una concepción global de la cuestión vasca y del Estado hubiera sabido adelantarse a los acon...

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HOY INICIA el Rey su visita al País Vasco, la primera desde que accedió a la Jefatura del Estado. Las obvias razones de seguridad que desaconsejaban el viaje real o lo hacían discutible, tanto ahora como en el pasado, no han prevalecido ante las razones de Estado y ante el resuelto valor político de don Juan Carlos, decidido a llevar a Euskadi un mensaje de paz y reconciliación.El viaje del Monarca hubiera sido tal vez posible durante los primeros meses de su reinado, en el caso de que un Gobierno con una concepción global de la cuestión vasca y del Estado hubiera sabido adelantarse a los acontecimientos, para dar, de una vez y con audacia, lo que Gabinetes sucesivos fueron luego concediendo en un lento y desesperante goteo. El deseo de apurar el continuismo franquista, la ausencia de imaginación y de coraje para adoptar grandes decisiones, la ignorancia de la situación vasca y la obsesión por impedir cualquier forma de ruptura en cualquier terreno han sido en buena parte responsables de ese sangriento tributo de vidas humanas y de ese enconamiento de las pasiones en Euskadi que han ensombrecido el tránsito a la democracia.

Pero en la historia no es posible desandar lo caminado para empezar de nuevo, y hay que asumir los errores que demoraron más de un año la legalización de la ikurriña, casi dos años la amnistía, más de cuatro años el restablecimiento de las instituciones vascas de autogobierno y más de cinco años la negociación de los conciertos económicos y la policía autónoma.

A falta de esa estrategia de altura en el arranque mismo del reinado de don Juan Carlos, el dilatado y tenso período de negociaciones que culminó con el Estatuto de Guernica, las elecciones al Parlamento vasco y las transferencias al Gobierno de Vitoria de competencias de orden público y hacienda no ofreció apenas resquicios para que el viaje del Rey pudiera realizarse sin que las reticencias y desconfianzas del nacionalismo vasca añadieran los riesgos de la frialdad a las amenazas de las bandas armadas.

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Ahora no hay excusas políticas e históricas para que el Gobierno de Vitoria, los dirigentes, militantes y votantes del PNV, los grupos nacionalista de izquierda que -como Euskadiko Ezkerra- aceptan el marco legal del Estatuto de Guernica y el resto de las fuerzas democráticas y pacíficas de Euskadi regateen al Rey la cordialidad en el recibimiento que su alta representación estatal y constitucional, y su propia persona, merecen. No se correspondería ni con las tradiciones ni con el carácter del pueblo vasco pagar con la calderilla de la descortesía el destacado papel que ha desempeñado don Juan Carlos en la búsqueda de salidas pacíficas y democráticas al conflicto que desgarra Euskadi.

Dentro de ese cuadro no incluimos, por supuesto, a los grupos políticos y a los sectores de población que han quedado fijados en el culto a la violencia, en el apoyo o la disculpa de los crímenes de ETA y la fantasmagórica lucubración del juancarlismo como reproducción idéntica del franquismo. Sólo el tiempo, el funcionamiento efectivo de las instituciones vascas de autogobierno y la desarticulación de las bandas armadas permitirán reabsorber esa bolsa de fanática intolerancia, irracionalidad y carlismo secularizado que, en buena medida, alimenta los votos de Herri Batasuna. Entre tanto, hay que constatar que un sector minoritario de la sociedad vasca puede contemplar con hostilidad la Regada a Euskadi del Jefe del Estado. Que la expresión de ese descontento no adquiera formas que desorden el disentimiento político pacífico es algo que corresponde también a los mantenedores del orden. Pero el peor regalo que podría hacerse al Rey sería entenebrecer su vista con acciones desproporcionadas respecto a las eventuales manifestaciones públicas de esos grupos de población.

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