Editorial:

Italia, sin Gobierno

COSSIGA FUE ayer con la muerte en el alma a la votación de confianza. Era un último recurso para rehacer una mayoría que formó hace seis meses con la colaboración gubernamental de socialistas y liberales: parecía que la suficiencia de votos en el Parlamento de la octava legislatura (261 de su partido -la Democracia Cristiana-, 62 socialistas, 9 liberales; 331 de un total de 630) permitiría una buena estabilidad. Se le ha ido fundiendo en las manos. Unos días antes había ganado por un solo voto la promulgación del cuerpo de leyes de reforma económica; al amparo del voto secreto -terror de los G...

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COSSIGA FUE ayer con la muerte en el alma a la votación de confianza. Era un último recurso para rehacer una mayoría que formó hace seis meses con la colaboración gubernamental de socialistas y liberales: parecía que la suficiencia de votos en el Parlamento de la octava legislatura (261 de su partido -la Democracia Cristiana-, 62 socialistas, 9 liberales; 331 de un total de 630) permitiría una buena estabilidad. Se le ha ido fundiendo en las manos. Unos días antes había ganado por un solo voto la promulgación del cuerpo de leyes de reforma económica; al amparo del voto secreto -terror de los Gobiernos precarios y débiles- se le habían pasado al enemigo los suficientes diputados de los partidos de gobierno como para dejarle en esa vergonzosa desnudez. Cossiga ha tratado ayer, sábado, de rehacer la mayoría, llevando el proyecto económico global a la votación de confianza, que excluye el voto secreto, con la esperanza de que estos apuñaladores de la oscuridad -los que la Democracia Cristiana llama «francotiradores»- no tuvieran el valor de atacarle a cara descubierta. Lo han tenido. Y Cossiga ha tenido que presentar su dimisión ante el presidente de la República, el interino Fanfani, porque Pertini estaba en China, que ha tenido que abandonar velozmente para hacerse cargo de la crisis y comenzar el ritual tan frecuente en Italia: consultas, encargos, negativas, intentos de soldar otra vez la mayoría que ningún partido tiene por sí solo.Crisis de Gobierno; también crisis de partidos, por lo menos de estos tres que parecieron ufanos de su coalición y ahora se ven divididos por dentro cada uno de ellos; con algunos de sus propios diputados votando en contra de sus propios ministros. Así no va a ser fácil construir una mayoría. Se sabe que en Italia, que tiene uno de los más impresionantes récords de inestabilidad gubernamental del mundo, siempre se encuentra una fórmula, un compromiso, una negociación que salvan la situación. Pero se sabe también cuál es el resultado: Gobiernos de seis meses como éste (que no es el más corto).

Probablemente, el paquete de medidas económicas del Gobierno no era tan malo como para llevar a este final, dentro de la sospecha vehemente de que en la situación de hoy no hay un programa económico bueno ni en Italia ni en ningún país, porque la realidad es indomeñable (es una época de dolor para los economistas). El problema está en cómo responsabilizarse de él sin la colaboración del partido comunista, que tiene doscientos diputados y una capacidad de movilización considerable en el país, y que está huraño en su enorme rincón de ceniciento, desdeñado por la OTAN, Estados Unidos y las patronales. Hay una cierta corriente en todos los partidos de la coalición, y de algunos que no están en ella, de llevarle de nuevo a colaborar y participar. No por un espíritu de reconocimiento de la existencia de sus once millones de votantes, o por la convicción de que el euroitalocomunismo es ya apto para entrar en sociedad, sino para que se comprometa; para que se moje bien en el barrizal; incluso dentro mismo de la Democracia Cristiana hay más partidarios de buscar esta complicidad que entre los socialistas. Todo esto es un móvil; pero hay también el tema de lo que los laicos llaman la intromisión del Papa en los asuntos internos italianos. Y, en Italia, los laicos no dejan fácilmente de serlo: les van sus votos y su tradición. La Democracia Cristiana no ha rechazado con suficiente claridad los ataques del Papa a la legislación familiar; por el contrario, parece más fascinada que nunca por el Vaticano. Quizá porque este Papa no es italiano y se presta menos a los juegos de manos con el partido; y porque la Iglesia italiana tiene una coartada mayor con la extranjería del papa Wojtyla. Todo esto representa lo suficiente como para hacer saltar el Gobierno y para hacer fiacasar la última esperanza de Cossiga. Se abre ahora una perspectiva de crisis en la que se representa una vez más la comedia del todo o nada: o se llega, de la forma que sea posible, al «compromiso histórico», o se va de nuevo hacia el fracaso. No es una perspectiva nueva: se presenta casi igual en cada una de las crisis de los últimos tiempos, aunque cada una sea la consecuencia de la otra. Hasta ahora, siempre se ha escogido el fracaso. Entre otras razones, porque no hay ninguna seguridad de que atraer a los comunistas al pacto de gobierno, o al Gobierno en sí, sea una garantía de éxito. Pero parece que es algo que al final habrá que probar: se trata de elegir entre dos formas de apocalipsis.

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