Tribuna:TRIBUNA LIBRE

Cantabria, entidad histórica desconocida

Era Cantabria el único rincón de la Europa medieval en el que la población fue libre política y económicamente.C. Sánchez Albornoz

La realidad del actual proceso autonómico cántabro es juzgada equivocadamente mediante opiniones -muy respetables, por otra parte- en el sentido de que «en Santander contienen dos posturas autonomistas: la que se reafirma en una autonomía para Cantabria, sin añadidos, y aquélla otra que pretende nuestra integración en Castilla.Dichas afirmaciones, que no opiniones, vertidas los pasados días 22 y 23 de julio en esta misma «Tribuna libre», por don Demetrio Casado, de la Asociación Comunidad Castellana, podrían inducir a error al respetable lector si no hacemos constar, como rectificación, que el...

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La realidad del actual proceso autonómico cántabro es juzgada equivocadamente mediante opiniones -muy respetables, por otra parte- en el sentido de que «en Santander contienen dos posturas autonomistas: la que se reafirma en una autonomía para Cantabria, sin añadidos, y aquélla otra que pretende nuestra integración en Castilla.Dichas afirmaciones, que no opiniones, vertidas los pasados días 22 y 23 de julio en esta misma «Tribuna libre», por don Demetrio Casado, de la Asociación Comunidad Castellana, podrían inducir a error al respetable lector si no hacemos constar, como rectificación, que el lógico y consecuente derecho de los habitantes de esta pequeña pero importante región histórica de Cantabria a su autogobierno, es apoyado por las principales fuerzas políticas regionales (UCD, PSC-PSOE y PCC-PCE), las cuales, unidas a otras minoritarias de izquierdas, representan con sus 2.16.924 votos obtenidos en las últimas elecciones generales, sobre 258.132 emitidos, el 85% de los sufragios. Por contra, quienes defienden o defendían de una manera puramente testimonial nuestra integración en Castilla (AID-Coalición Democrática y FN-Unión Nacional), conglomerado de extrema derecha, debieron conformarse con un escaso 15% del electorado, traducido en 36.813 votos. Cifras éstas suficientemente ilustrativas y rotundas que demuestran bien a las claras cuál es la opinión mayoritaria del pueblo cántabro. Puede comprobarse, por consiguiente, el grado de «identificación con Castilla por parte de los montañeses».

Dejando aparte otras subjetivas y respetables consideraciones, motivadas sin duda por un lógico afán de engrandecimiento de su región castellana (que hace extensiva a casi toda España), vemos afirmaciones tales como que «Cantabria y Castilla no tendrían sino ventajas de la intensificación de sus relaciones». La realidad es que dichas relaciones (comerciales, supongo) se limitan al 3% de nuestras exportaciones y al 4% de nuestras compras, según reciente informe económico bancario, mientras que clientes como Cataluña y Madrid solamente, absorben el 40% de nuestras ventas. Sería absurdo resucitar el Consulado de Burgos, del cual un día dependimos, lo mismo que Bilbao, hasta que a este último puerto le fue permitido, en 1499, la creación de un consulado aparte, provocando el hundimiento del puerto de Santander. Nada mejor, al respecto, que las siguientes palabras de Escagedo Salmón: «Como no podía menos de suceder, los intereses de los comerciantes estuvieron muchas veces en pugna con los de los marinos. Era muy distinto guiar una fragata que negociar una letra en las famosas ferias de Medina del Campo. Las distintas regiones que componen la provincia de Santander hasta la formación, en 1833, de ésta gozaron de amplísima autonomía entre sí, siendo también completamente independientes de Castilla, y así deberán seguir siendo». (El regionalismo cántabro, 1923).

Resultaría prolijo poner en su lugar el sinnúmero de alusiones referentes a Cantabria, en particular en el terreno histórico. Con el fin de aclarar tales extremos, presentamos a continuación, de manera sucinta, la historia plenamente diferenciada, y en muchos aspectos desconocida, de nuestra región. La historia del pueblo de más recia personalidad de la Península ha sido frecuentemente asumida por regiones colindantes. El pueblo cántabro posee rasgos distintivos no inferiores a cualquiera de las hoy llamadas «nacionalidades».

Concejos abiertos

Frecuentemente se ignoran las ricas y homogéneas tradiciones autóctonas de Cantabria. Los primeros fueros peninsulares a nuestra región fueron concedidos, dada su original y democrática particularidad de autogobierno en los valles, bajo los árboles sagrados de los celtas, los robles. Aún hoy en día subsiste esta costumbre de reunirse en concejo abierto en bastantes lugares de Cantabria. Esta tradición céltica, ya recogida por Plinio, hace que, sin temor a equivocarnos, podamos afirmar que la democracia cántabra es, cuando menos, una de las más antiguas conocidas.

En la etapa prerromana, el pueblo cántabro, que ya existe como tal, es el más citado en sus libros por los autores grecolatinos. También se conservan innumerables inscripciones en piedra. Cantabria era ya entonces un pueblo, una etnia, una nación integrada por otras entidades político-sociales inferiores: las tribus o clanes. Es el pueblo más conocido y famoso de la Península. «Una entidad político-social de rango superior» (J. González Echegaray).

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De ellos se decía que eran los más aguerridos y pertinaces en su espíritu de independencia y rebelión. Con el tiempo, pueblos cercanos al cántabro desaparecieron de la historia, aunque no es ésta precisamente la postura de nuestro pueblo. Otro dato que puede dar fe de la identidad de los cántabros con su tierra, es que si salían de ella hacían constar, en cualquier trámite romano, su nacionalidad. Floro, historiador romano, escribía: «La oposición de los cántabros fue la primera, la más dura y pertinaz de todos los pueblos rebeldes». Oposición y amor a la independencia -«fiero y loco» lo calificó Estrabón- que se mantiene constante a través de los siglos. Los visigodos repiten a duras penas la conquista. Leovigildo atacó a los cántabros en el 574, pero no los dominó totalmente. En el siglo VI, Cantabria figuró como región, y en el siglo VII san Isidoro la llamó nación.

Roma, tras la larga guerra contra este pueblo celta, al que más costó dominar, dejó a los cántabros sus estructuras sociales y su forma política asamblearia, la cual dio origen más tarde a la constitución que nosotros conocemos con el nombre de behetrías, y que si perduró tanto en Cantabria fue, precisamente, por su aislamiento y por el insignificante influjo político del invasor. Acerca de esta institución típicamente cántabra, habla el padre Escagedo Salmón, cronista oficial de la provincia: «Entre nosotros, la primera constitución político-social la constituyó la behetría, régimen que fue peculiar de Cantabria y que posteriormente se extendió a Castilla en los primeros tiempos de la Reconquista». Esta primitiva y genuina behetría permitía al pueblo elegir como protector o gobernante a quien quisiese, sin tener en cuenta el linaje o la condición de éste. Era lo que se llamaba «behetría de mar a mar» y podía cambiarse «hasta siete veces al día» si se creía conveniente.

Las behetrías castellanas, por el contrario, eran «solariegas» o de «abadengo» y sólo podían elegir «señor» dentro de los miembros de un determinado linaje o el abad de un determinado monasterio, sin facilidad para abandonarle, por lo que constituía un auténtico señorío. Hay una diferencia importantísima entre la behetría cántabra y la castellana. Estas pagaban grandes tributos al señor, mientras que en Cantabria solía ser al revés, ya que éste pagaba al pueblo lo que se llamaban «acostamientos», para que le ayudaran. La génesis del derecho municipal de Cantabria hay que buscarla en la behetría, que, según Carmen González Echegaray, «era un sistema político que dejaría asombradas a las que ahora llamamos democracias». De esta libérrima constitución popular nació el «concejo abierto», auténtica democracia directa, que diría Rousseau. El pueblo, sin ingerencias extrañas, elegía señor a quien quería y éste desempeñaba las funciones administrativas y judiciales. De ahí las palabras de Sánchez Albornoz, ratificadas por Anselmo Carretero: «Era Cantabria el único rincón de la Europa medieval en el que la población fue libre política y económicamente».

Los piratas del Cantábrico

En la época medieval igualmente, la Hermandad de las Cuatro Villas de la Costa, formada en 1296, tuvo tal amplitud e independencia de Castilla que declaraba la guerra cuando le convenía sin contar para ello con el poder central. «Los piratas del Cantábrico», como los llamaba el rey inglés, eran en esto más poderosos que los reyes castellanos. En 1352, cuando se escribió el famoso Becerro de las behefrías, la actual provincia de Santander la constituían las merindades de Liébana, Asturias de Santillana y Trasmiera. El merino era el representante del poder real. Los señores y los pueblos le acataban o combatían según sus órdenes se acomodasen o no a los fueros. Decían los cántabros indóciles y turbulentos: «Son de obedecer las cartas reales; pero no son de cumplir cuando son contra fuero».

Cantabria, independiente administrativamente, fue integrada bajo la corona del reino castellano-leonés, como lo estaban también los andaluces, extremeños, manchegos, asturianos o vascongados, siendo, no obstante, la condición jurídica de los hombres de Cantabria muy distinta de la de los demás pueblos del reino. Anteriormente había formado parte del reino astur, al cual había dado nacimiento. La capitalidad primera de este reino estuvo en Cangas de Onís, territorio cántabro, al igual que Covadonga, cuna de la Reconquista, y cántabros fueron sus primeros reyes.

En el siglo XVI, el famoso historiador Zurita afirmaba que «los cántabros, pueblo y nación de la España citerior se comprehendían en las montañas de Asturias de Santillana y Trasmiera». Es precisamente en este siglo cuando algunos historiadores, en particular vascongados, sostuvieron la infundada tesis de que los cántabros fueron los primitivos vascones. Incluso san Ignacio de Loyola decía pertenecer a la nación cántabra.

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