Tribuna:

Pero ¿qué quieren estos españoles?

Después de tantas idas y venidas, y tantas vueltas y revueltas, el «español apagado, ceniza de un fuego», que buscaba Dionisio Ridruejo, sigue entre la esperanza y la apatía.Sus esperanzas son las características de una sociedad urbano-industrial compleja, enemiga de las violencias y de cualquier forma de control de los comportamientos y de las conciencias; que aspira a la seguridad personal y comunitaria como máximo valor social; que rechaza los procedimientos de gobierno que puedan propiciar la impunidad, la manipulación y el dirigismo; comunidad que quiere -de una vez y para siempre- incard...

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Después de tantas idas y venidas, y tantas vueltas y revueltas, el «español apagado, ceniza de un fuego», que buscaba Dionisio Ridruejo, sigue entre la esperanza y la apatía.Sus esperanzas son las características de una sociedad urbano-industrial compleja, enemiga de las violencias y de cualquier forma de control de los comportamientos y de las conciencias; que aspira a la seguridad personal y comunitaria como máximo valor social; que rechaza los procedimientos de gobierno que puedan propiciar la impunidad, la manipulación y el dirigismo; comunidad que quiere -de una vez y para siempre- incardinar en la realidad la todavía nueva forma de consenso, fundada en el pluralismo de las ideas, de los intereses y las instituciones, para complementar el papel integrador que la religión y la familia cumplieron en una anterior etapa patriarcal.

Los españoles de esta hora conciben sus derechos como directamente dimanados de su condición de ciudadanos y de su participación como trabajadores en el esfuerzo colectivo.

Están satisfechos por haberse constituido en sujetos, y no en objetos, del Estado, sometiendo a su control, su crítica y su poder de revocación las personas y los programas.

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Los españoles no están inventando un tipo de sociedad desconocido, ni muestran interés alguno por fórmulas sui géneris de carácter nacional; se suman al modelo de las sociedades industriales y democráticas europeas.

Rechazan el totalitarismo de derecha y de izquierda; ni las colectivizaciones ni las ascéticas fundadas en ideales incontrovertibles les movilizan; del mismo modo, parecen empezar a mostrar cierto desinterés por las alternativas que significan un cambio sólo a nivel formal.

La mayoría de los españoles -fiscalmente muy debilitados- reclaman soluciones drásticas al paro y a la inflación, reducción de las desigualdades, una política que incline a las empresas a invertir, atención al equipamiento sanitario y que se resuelva el problema económico de la tercera edad.

Quieren que las ciudades y los campos sean más habitables y se adopten medidas urgentes y coercitivas -de algo tiene que servir el crecimiento cero- contra la contaminación. Esperan un equipamiento necesario para el ocio y conseguir el tiempo libre que lo hace posible. Piden más atención al equipamiento urbano y a la vivienda que a las autopistas.

Los españoles quieren también que se creen las condiciones para las nuevas formas de vida familiar: guarderías y una efectiva igualdad de oportunidades para sus hijos.

La mayoría de los españoles se muestra enemiga de los separatismos (sin necesidad de que «media España se muera de la otra media») y desea conocer cuál es el definitivo perfil que se tiene previsto para el país.

Ante la crisis económica, la seguridad (cuidado con el fascismo) se está convirtiendo en su motivación principal.

En fin, los españoles -a quienes se les sigue «helando el corazón» en este explosivo verano- parecen desear para sus problemas soluciones prácticas, en lenguaje claro y tomadas desde un profundo sentido ético, por encima de toda mezquindad o corrupción.

Los españoles, aterrados ante el espectáculo. nacional, se preguntan: ¿pero no era esta la «Constitución de la concordia»?

A pesar de todo, el «macizo sociológico de la raza» -como la cordillera carpetovetónica- es indestructible, y los españoles siguen por el camino de la democracia, todavía esperanzados.

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