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La sexualidad patriarcal y el mito de la identidad homosexual

La aparición del sistema patriarcal de familia se remonta a los tiempos de nuestra prehistoria, más o menos hacia la segunda Edad de Piedra. Esta aparición de la familia trajo consigo una nueva sexualidad basada en la relación macho-hembra, destinada a criar hijos, bajo la dirección fundamental del macho. Se rompía así con la sexualidad tribal anterior, más abierta y sin los aspectos restrictivos que trajo el nuevo sistema. Esta estructura familiar, la patriarcal, se ha venido manteniendo hasta nuestros días, demostrando sus grandes facultades para servir a la propiedad privada y a su perpetua...

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La aparición del sistema patriarcal de familia se remonta a los tiempos de nuestra prehistoria, más o menos hacia la segunda Edad de Piedra. Esta aparición de la familia trajo consigo una nueva sexualidad basada en la relación macho-hembra, destinada a criar hijos, bajo la dirección fundamental del macho. Se rompía así con la sexualidad tribal anterior, más abierta y sin los aspectos restrictivos que trajo el nuevo sistema. Esta estructura familiar, la patriarcal, se ha venido manteniendo hasta nuestros días, demostrando sus grandes facultades para servir a la propiedad privada y a su perpetuación, así como al mantenimiento de la explotación, principalmente de la mujer, sirviendo a una ideología concreta y presentando la sexualidad exclusivamente reproductora como una categoría natural y beneficiosa. Con ello, durante milenios se ha intentado castrar, mediante un proceso «educativo» y de perpetuación machista, el potencial ambierótico -perdón por el palabro, pero creo que se entiende- de las personas.La sexualidad se presenta así como exclusivamente ligada a la reproducción y, por tanto, la relación sexual ha de concebirse como una relación entre los dos sexos, y nunca como relación entre personas. A partir de esta ideología se hace aparecer la relación sexual entre personas del mismo sexo («homoerotismo») como una categoría sexual enfrentada y excluyente de la llamada relación «heterosexual» (relación para la reproducción). Ello hace que las personas que autoaceptamos ser atraídas por gente de nuestro propio sexo -sea o no de manera exclusiva- estemos abocadas a sentirnos gentes diferentes, personas diferenciadas, propietarias de una identidad homosexual.

A partir de ahí el hombre o la mujer, y en muchos casos ya el prepúber, que no rechaza su deseo sexual de relación con personas de su propio sexo, no encuentra una referencia social y cultural (en el amplio sentido de la palabra) con la que identificarse. Pasa a considerarse diferente.

Partiendo de esa «diferencia» impuesta, y si el individuo no oculta los propios sentimientos, tarde o temprano llegará algún «listo» que les dispare aquello de «maricón» o «bollera», marcándoles para toda la vida. Tras esto, el autorrechazo, el sentimiento de culpa y el. ocultamiento formarán parte de su forma de ser. O, en el mejor de los casos, si logran encontrar a otro ser dispuesto a compartir sus sentimientos, tendrán que censurar constantemente sus expresiones de afecto, bajo la amenaza legal del «escándalo público», que pesará sobre ellos como una espada de Damocles.

Así ha sido durante milenios, con uno u otro ordenamiento jurídico, con o sin el Código Penal -artículos 208 y 210, entre otros- proyectado por la carpetovetónica UCD. Así ha sido en todas las sociedades que establecieron el sistema patriarcal de familia y así sigue siendo para todos aquellos que se atreven a expresar su orientación sexual «no normalizada».

Y así, la « homosexualidad » adulta y pública (no oculta) quedó orientada y marginalmente privilegiada hacia el sacerdocio de iniciación y ritos sexuales (válvula de escape para adultos que sólo esporádicamente se reconocían ambisexuales: «¡Una vez al año no hace daño! »), es decir, los chamanes de las sociedades primitivas; hacia el trabajo intelectual también privilegiado (Platón, Safo, Aristóteles...) en la Grecia antigua, y hoy en día hacia la «peluquera loca», la «folklórica nacional» de imitación, la farándula del espectáculo o el mundo más o menos exquisito de los artistas plásticos o de los poetas, es decir, siempre en actividades «productivas» y sociales, no comunes con el resto de los sexuales. El obrero o la obrera, el cuadro técnico o la empleada bancaria, el miembro de la judicatura o el dirigente político (de derecha, centro o de izquierda, que en esto, salvo excepciones, tanto da), si sus sentimientos y su orientación sexual no están ajustados a la «norma» imperante, no podrán nunca -hoy por hoy expresar esos sentimientos suyos.

Por todo esto, por sufrirlo en carne propia, y también por haberlo analizado, ya somos muchos -cada día más- los que nos oponemos tanto a esa norma «heterosexual» como a la vana pretensión de imponer otra norma de signo «contrario» que pretendiera perpetuar una falsa «¡dentidad homosexual». En ese rechazo de la «¡dentidad homosexual» está nuestra búsqueda de una sexualidad humana liberadora para todos. Personalmente opino que esa búsqueda es una búsqueda política, un buscar políticamente los medios que hagan emerger de las tinieblas del orden patriarcal un. nuevo ser humano. Es decir, construir una humanidad nueva, donde después de haber destruido la «homosexualidad» inventada por los supuestos "heterosexua¡es», viviendo todos y todas plenamente, probablemente destruiremos también, con la ayuda de los demás, la «heterosexualidad».

José Antonio Berrocal es miembro del Frente de Liberación Homosexual de Castilla (FLEHOC).

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