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La educación española en el exterior / 1

He participado, durante la primera quincena de diciembre, en la conferencia de ministros de Educación y de ministros encargados del planeamiento económico de los países iberoamericanos y del Caribe-organizada en México por la UNESCO, con la cooperación de la OEA y de la CEPAL. Las cuestiones tratadas en esa reunión, las posiciones sustentadas por las delegaciones de los veintitrés países participantes y las recomendaciones adoptadas en la misma reflejan unas tendencias renovadoras de los sistemas educativos que. contempladas desde el ángulo español, ofrecen un especial interés. A ello quisiera...

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He participado, durante la primera quincena de diciembre, en la conferencia de ministros de Educación y de ministros encargados del planeamiento económico de los países iberoamericanos y del Caribe-organizada en México por la UNESCO, con la cooperación de la OEA y de la CEPAL. Las cuestiones tratadas en esa reunión, las posiciones sustentadas por las delegaciones de los veintitrés países participantes y las recomendaciones adoptadas en la misma reflejan unas tendencias renovadoras de los sistemas educativos que. contempladas desde el ángulo español, ofrecen un especial interés. A ello quisiera dedicar unas breves reflexiones.La evolución de la situación educativa durante la década 1970-1980, la vinculación de la educación con el desarrollo económico y social (la relación educación-empleo, la asociación del trabajo productivo a la educación), la calidad de la enseñanza y la democratización y reforma de la educación superior fueron los temas tratados. Junto a ellos, también se examinaron dos problemas capitales todavía sin resolver en algunos de los países participantes en la conferencia: el analfabetismo en la población adulta (estimado en unos cuarenta millones) y el déficit de escolarización de un 20% de la población en edad escolar.

Un primer hecho muy significativo reflejado en los debates ha sido la convergencia de puntos de vista de educadores y de planificadores de la economía en torno al concepto de desarrollo y a la función de los sistemas educativos en relación con éste. Esto es algo nuevo. Si hasta hace pocos anos predominaba en los dirigentes del planeamiento económico la preocupación por la rentabilidad del sistema educativo en cuanto a la formación de profesionales y de mano de obra, ahora eran aquéllos los primeros en señalar, como se precisa en la declaración final de la conferencia, que en la educación debe tener primacía la transmisión de los valores éticos. Por su parte, los educadores, que en tiempos pasados veían con cierto recelo la intromisión de los economistas en el campo educativo, expresaban ahora la convicción de que un sistema educativo eficaz necesariamente ha de tener en cuenta las perspectivas de empleo y evitar el considerable despilfarro de esfuerzos y de recursos económicos que supone preparar para determinadas profesiones con mínimas posibilidades de colocación lo que equivale a formar candidatos al paro, con las consiguientes frustraciones individuales y malestar social.

Una concepción humanística del desarrollo primó, pues, en la, conferencia. Parafraseando el título de una obra reciente de Erick Fromm, se apuntaba que el ser y no el tener debe ejercer primacía en la concepción y orientación de las políticas globales de desarrollo de los países, y que los resultados de éste deben estar al servicio del hombre. La educación se concibe así como el instrumento fundamental para la liberación de las mejores potencialidades del ser humano y alcanzar una sociedad más justa y equilibrada. La independencia política y económica no puede realizarse cabalmente sin una población educada que comprenda su realidad y asuma su destino.

Esos principios orientadores de las políticas educativas y del desarrollo tenían la virtud de plasmar y de unir la triple exigencia que se plantea a un sistema educativo completo y justo: la democrática: dar a cada uno oportunidades educativas; la productiva: preparar para la vida del trabajo; la ética: no se vive para producir, sino que se produce para vivir, de acuerdo con unos «ideales y valores que respeten y eleven la dignidad de la vida humana». De esta posición doctrinal se derivaron unos criterios muy realistas y pragmáticos para trazar los planes de acción y determinar sus prioridades. Entre los objetivos cuantitativos se establecieron los siguientes: alcanzar antes de fin de siglo la generalización de un período de escolaridad mínimo de ocho a diez años, la incorporación al sistema escolar de todos los niños, la erradicación del analfabetismo y la elevación de los presupuestos destinados a educación hasta alcanzar no menos del 7% o el 8% del producto nacional bruto. En el orden cualitativo se propugnaron, entre otras medidas, la renovación de los sistemas de formación del profesorado, el desarrollo de la investigación educativa, el mejoramiento de la enseñanza de las ciencias, la vinculación de la educación con el trabajo productivo para separar la barrera y los prejuicios en torno al trabajo manual e intelectual y la armonización de la educación escolar, con la extraescolar a través, especialmente, de los medios de comunicación de masas.

La explosión de violencia y la violación flagrante de los derechos humanos que sufre el mundo actual fueron tratados en el contexto del contenido y orientación de la educación, señalándose la necesidad de formar hombres íntegros, conscientes de valores éticos, sin los cuales la sociedad está conde nada a sufrir las formas de ignominia que figuran hoy en el primer plano de las informaciones cotidianas. Se señaló, a ese respecto, que la familia, que desempeña un papel irremplazable en la educación de sus hijos, y los centros docentes deben atribuir una importancia primordial a la educación moral basada en el respeto mutuo, la tolerancia y la justicia. En esta misma línea se anunció que la UNESCO, cuya vocación funda mental es ética, se proponía elaborar un código moral que, más allá de las diferencias de creencias y de ideologías, pudiera servir de base a la educación de la juventud del mundo.

La realización de los objetivos adoptados en la conferencia exigirá un amplio y tenaz esfuerzo nacional y de cooperación internacional. España no debiera estar ausente en esa empresa en la que los beneficios educativos, culturales, políticos y prácticos serían recíprocos. La experiencia de la cooperación internacional, tan intensa en las últimas décadas, muestra su eficacia cuando se realiza entre países pertenecientes a una misma comunidad cultural muy superior a la derivada de la acción que se basa solamente en factores económicos y procedente de medios o países con concepciones y estilos de vida muy distintos de los que la reciben. En ese sentido, la Oficina de Educación Iberoamericana, renovada, y cuyo Congreso de Ministros, celebrado en Madrid en octubre último, abre perspectivas prometedoras, puede desempeñar un eficaz papel.

Todavía se recuerda en México, y en otros países de América, con mucha admiración y gratitud, el impulso extraordinario que supuso para sus instituciones educativas y culturales, la obra de varios centenares de intelectuales llegados allí a raíz de nuestra guerra civil, como se reconoce igualmente la valía de la contribución española de los expertos de esta nacionalidad a través de la UNESCO y demás organizaciones del sistema de Naciones Unidas, o de programas de ayuda bilateral desarrollados en los últimos años en la formación acelerada y en otros campos de la educación.

Esa posible acción española de colaboración con los países hermanos de América, en los campos educativo, cultural, científico y tecnológico, demanda una política de altos vuelos y el esfuerzo conjunto de ministerios y organismos oficiales y privados, universidades, centros de investigación, fundaciones. «América», dijo Ortega y Gasset, «es nuestro más alto honor y nuestra mayor responsabilidad», la realización de esa acción propuesta impone asumir plenamente esa doble condición.

Juan Manuel Ruigómez Iza es subsecretario del Ministerio de Educación.

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