Tribuna

Gromiko: la lógica, al servicio de la política exterior

Alguien dijo de Andrei Gromiko que era «el diplomático más lógico de la Unión Soviética»; otros hablaron de su poderosa personalidad en sus años de embajador de la URSS ante la ONU. Casi todos han coincidido en subrayar su seriedad profesional. Quizá por ello no ocultó una sonrisa irónica cuando Kruschev golpeó con su zapato en la mesa de la delegación soviética dando lugar a una de las fotos más famosas de la historia del periodismo.La exquisitez de su comportamiento se ha roto en los foros internacionales en no pocas ocasiones. Su intervención, en 1958, en la Asamblea General de las Naciones...

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Alguien dijo de Andrei Gromiko que era «el diplomático más lógico de la Unión Soviética»; otros hablaron de su poderosa personalidad en sus años de embajador de la URSS ante la ONU. Casi todos han coincidido en subrayar su seriedad profesional. Quizá por ello no ocultó una sonrisa irónica cuando Kruschev golpeó con su zapato en la mesa de la delegación soviética dando lugar a una de las fotos más famosas de la historia del periodismo.La exquisitez de su comportamiento se ha roto en los foros internacionales en no pocas ocasiones. Su intervención, en 1958, en la Asamblea General de las Naciones Unidas para condenar la invasión de los marines norteamericanos en Líbano.

Andrei Andrevich Gromiko nació en una. pequeña granja de Stariegromiky, cerca de Minsk (Rusia), propiedad de sus padres. Su integración en el comunismo soviético se realizó en 1931, cuando ingresa en la escuela de Magisterio. En 1936, tras su licenciatura en el Instituto Agrícola y Económico de Moscú, un periodista norteamericano le describe como un asceta que trabaja incansablemente. Una capacidad de trabajo valorada por el número uno de la ideología estalinista, Andrei Zdanov, que le promociona al Ministerio de Asuntos Exteriores y, posteriormente, al cargo de consejero de la embajada soviética en Washington, por mediación directa del entonces ministro de Exteriores, Molotov. Cuatro años después de ser nombrado consejero, Grorniko pasó a ocupar directamente el cargo de embajador en EEUU.

A partir de su nombramiento en Washington, Grorniko, por la entidad de su embajada, asume el papel de hombre importante en el régimen. Sobre él recae la tarea de conjuntar al Estado Mayor soviético con los aliados occidentales en el conflicto mundial y sortear las críticas e impopularidad de las intervenciones soviéticas en la Europa del Este, tras la victoria.

Su futuro al frente de los asuntos exteriores soviéticos se vislumbra, en cierta medida, por su participación directa en las tres grandes conferericias aliadas (Teherán, Yalta y Potsdam).

Sobre Grorniko recayó el privilegio, o la desgracia, de exponer claramente lo que sería la intransigencia soviética, en plena «guerra fría», hasta el deshielo, con la visita de Kruschev, a Camp David, en 1959.

Gromiko era, pues, el primero en la lista para sustituir a Dimitri Shepilov, ministro de Asuntos Exteriores de la URSS en 1957, una vez consumado el golpe de Kruschev contra el «grupo antipartido» (Malenkov-Molotov-Kaganovich).

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A partir de su ascensión a la jefatura de los asuntos exteriores soviéticos, el eminente cargo profesional que desempeñaba y su alejamiento voluntario de las querellas ideológicas entre facciones le permitieron permanecer al margen de la revolución palaciega de 1964 (contra Kruschev) y recobrar tanto prestigio como otro técnico de sus mismas características, que ascendía a la jefatura del Gobierno: Alexei Kosiguin.

Grorniko se integró perfectamente en el equipo de Brejnev, y en 1,973 era elegido miembro del Buró Político.

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